XXV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.
San Lucas 16, 1-13: AstuciaAutor: Padre Pedrojosé Ynaraja
Cuando se lee la parábola del evangelio de este domingo,
se siente, a primera vista, desconcertado. Parece que se elogia el engaño, pues,
aparentemente, se alaba el proceder del mayordomo infiel. Ocurre aquí, como en
tantos otros lugares, que desconocemos los usos y costumbres de aquel tiempo y
los criterios que sus gentes tenían.
No os alarméis, mis queridos jóvenes lectores, os contaré lo mismo, creo yo, de
otra manera, tratando de utilizar imágenes actuales, pero queriendo ser fiel a
las enseñanzas del Señor.
Estoy seguro de que ninguno de vosotros tenéis mayordomo. Seguramente que ni
siquiera sabéis en qué consiste este oficio. Os suena, a lo más, a alguna
película de época, que hayáis podido ver en alguna ocasión. En tiempos de Jesús,
se trataba de una persona en quien el padre y empresario agrícola, confiaba el
trámite de los pequeños negocios de su finca. Tal vez en vuestra familia hay
vehículos, un utilitario, una furgoneta para el pequeño trasporte y quizá, una
de vuestros más apreciados tesoros, una mountain-byque (veo que el google le
reserva 24 millones de archivos a esta bici). Hay de todo eso y mucho más, pero
no mayordomo.Así cambian los tiempos.
Conviene que sepáis, que el protagonista de mi narración, es un hombre
aposentado, de clase alta, que tiene concertadas la solución de sus
dificultades, llámesele seguros, contribuciones, impuestos de de circulación,
etc, con una entidad que le cobran por sus servicios. Este individuo, nunca se
había entretenido en calcular los gastos que suponían para su bolsillo, las
gestiones.
Hablando con gente de su gremio, se enteró de que la gestoría que tenía
contratada, se aprovechaba en demasía de su labor, abusando de la confianza que
en ella tenía depositada, sin que nunca se le hubiera ocurrido desconfiar.
Telefoneó al director de la oficina, comunicándole que pensaba prescindir de sus
servicios y que había encargado una auditoría a su misma empresa, que estudiaría
también si había sido correcta las gestiones que le había encomendado hasta
entonces y proporcionado el importe que le había cobrado. Aquella agencia vio
que se le venía abajo su negocio, que tendría que cerrar el despacho, puesto que
no podría hacer frente a los gastos y carecería de la liquidez suficiente para
continuar, y hasta podría acabar en los tribunales…
De inmediato pensó en preparar su retirada. Telefoneó a un cliente y negoció
cambios de órdenes de pago a su favor, que perjudicaban al demandante. Se puso
de acuerdo con el director de un banco, organizó un chanchullo con entidades
públicas, que le procurarían simpatías de los funcionarios, muy útiles para su
incierto futuro… Preparó bien su retirada, sí, la preparó, obrando
fraudulentamente.
Nuestro protagonista, el amo, se enteró del zafarrancho que estaba organizando
para escaparse del mal trago y se admiró de la astucia del gestor
administrativo. Incluso lo comentó con su familia, sin por ello darle la razón.
Esta podría ser una historia real, semejante a la narrada en el texto sagrado.
Podremos sacar de ella algunas enseñanzas.
En primer lugar, recordar que la astucia es una virtud (en el pueblo judío de
entonces, muy valorada y admirada). La sagacidad es utilizada con frecuencia,
para fines arteros por maliciosos y, entre gente de bien, olvidada en cambio,
sin sacar provecho de muchos de sus desvelos. Os pongo un ejemplo. Todos sabemos
que hombres astutos se valen de sus malas artes para sacar buena tajada. De
cuando en cuando, los noticiarios nos dan cuenta de negociantes que se
enriquecieron, valiéndose del lugar que ocupaban y engañando a costa de los que
confiaban en ellos. Generalmente se trata del delito de abuso de confianza. Tal
proceder es malo, pero, con sinceridad hay que reconocer, y lamentándolo, que
mucha gente de bien, es poco espabilada en sus buenos proyectos. Observamos, por
ejemplo que pueblos de amplia mayoría católica, se dejan dominar por políticos
de signo anticristiano. Los unos no han sabido llevar a cabo con éxito las
campañas, por mucha razón que tuvieran sus programas electorales. Los otros, de
signo sectario y dictatorial, pero preparados para manipular a las masas con
estrategias electorales democráticas, vencen en los comicios. Nadie se explica
esta y otras paradojas. Corrijo, el Señor ya nos lo dice: los hijos de este
mundo, son más sagaces con los de su clase, que los hijos de la luz.
Pero no os confiéis a los que sisan. Hoy engañan en lo poco, mañana sin duda, su
fraude será grande. Dad tiempo al tiempo. Quien enriquece trapicheando, a la
larga será ladrón de guante blanco. Denunciado, deberá cumplir sentencia
condenatoria por su delito
¿Qué hacer con nuestro dinero? El nuestro, el de los del Primer Mundo, que nos
llega teñido de injusticia, fruto de explotaciones de pueblos desafortunados o
de chiquillos hambrientos. ¿La única solución será largarse con lo puesto a un
islote de la Polinesia? El dinero, decía León Bloy, es la sangre del pobre, ¿Qué
debemos hacer con él? De lo que no nos es preciso para subsistir, hagámonos
amigos, es decir, ayudemos a los pobres. Cuando se acabe nuestra vida, estos
indigentes a los que hemos asistido, serán los que nos abran las puertas del
Reino de los Cielos.
Si queréis progresar cristianamente, mis queridos jóvenes lectores, no os
olvidéis de dar limosna, contribuyendo en campañas de ONGs que acuden en auxilio
de grandes catástrofes, regalando a quien de nadie recibe y vive en la
indigencia, prestando sin esperar que os lo devuelvan a los que como
consecuencia de las crisis, han caído en la pobreza, no pueden pagar los
estudios de sus hijos o ni siquiera comer con dignidad…
La limosna, junto con el ayuno y la oración, son los cables que sostienen
firmemente, frente a los adversarios y al egoísmo, que se ceba en nuestro
interior.