XXXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.
San Lucas 19, 1-10: Zaqueo no era presumido…Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja
Una cosa que me sorprende mucho, es el estúpido deseo de
lucirse y exhibirse, que compruebo preocupa a tanta juventud. Enseñan
pavoneándose, evidentemente sin pagar por la propaganda que les hacen, la marca
de la prenda que lucen. Me recuerdan aquellos hombres anuncio, que se paseaban
antiguamente por los lugares de más afluencia de público, con dos plafones uno
delante y el otro detrás, donde estaban escritas las horas de un espectáculo o
la calidad de un producto. Evidentemente les pagaban por ello. Tengo entendido
que han prohibido tal práctica por dañar la dignidad personal de los que los
portaban. Incoherente resulta que se permita hacerlo a gente que lo hace sin
cobrar.
Otros pasan ante el espejo mucho rato, arreglando una aparentemente desmarañada
pelambrera, me refiero a chicos. Muchos de ellos y ellas, deben calcular muy
bien los rotos y desteñidos que lucen sus pantalones, siguiendo criterios que
desconozco. Hace poco avisaba a un chico que viajaba conmigo por el extranjero,
que se atara bien los cordones de sus zapatos, ya que continuamente se los
pisaba y tropezaba y me contestó: no importa, es que ahora se llevan así. He
puesto ejemplos masculinos, porque tradicionalmente la vanidad era un defecto
femenino. ¡Cuánto entorpece y engaña esta expresión del orgullo bufo que es la
vanidad! De todas formas, y que sirva de consuelo, es un pecado que generalmente
remite con la edad. Los que somos viejos, no somos esclavos del temor al
ridículo y sí mucho más libres.
Otra cosa que influye en el aprecio que uno tiene de sí mismo, es la estatura.
Todavía recuerdo el enojo que sentí, cuando una chica de mi edad, no éramos ni
siquiera quinceañeros, hizo referencia a que me ganaba en estatura. Hasta aquí
un prolegómeno.
Que un hombre de posición económica desahogada, sienta curiosidad por ver como
es un individuo que no destaca precisamente por su fortuna y que sea capaz de
subirse a un árbol para conseguirlo, ya resulta insólito. El día que pierda la
curiosidad es señal de que he empezado a morirme, creo que fue Ch. Dickens quien
lo dijo. Acabo mi segundo prolegómeno.
Por mayor que fuera Zaqueo, se sentía joven y no tuvo inconveniente en
encaramarse a un sicomoro, para poder ver desde la altura que a su cuerpo le
faltaba, a aquel famoso maestro. Ocurría esto en Jericó, la población más baja
de la tierra, se acerca a los 400 metros bajo el nivel del Mediterráneo. Es un
núcleo humano muy curioso. En él se han encontrado hasta ahora los vestigios mas
antiguos de edificación ciudadana (una famosa torre de 10.000 años de
antigüedad). Es un privilegiado lugar de paso, tanto de los que vienen de
Jerusalén, como los que proceden de la actual Amán (la Rabbath Ammôn de la
Biblia) amen de los que descienden de Galilea por el camino, hoy carretera,
paralelo a la cuenca del río Jordán. Recibe el nombre de Ciudad de las palmeras,
pues su rico manantial y su clima, permiten el crecimiento de miles de estos
maravillosos vegetales. Pero en la actualidad abundan también los espectaculares
flamboyant, las papayas, los mangos y diversos cítricos, sin olvidar hoy, los
sicomoros. La gente viajera o peregrina, busca el que crece en una plaza
céntrica y aparece en las postales. Resulta más interesante empero, el del
jardín de la iglesia ortodoxa. Lo curioso de estos árboles es que les crecen sus
frutos, semejantes, pero más pequeños y menos sabrosos, a los higos, del mismo
tronco, por grueso que pueda ser, de manera que al mirarlos, le parece a uno que
tengan verrugas.
Jesús se fijó en este hombrecito y le prometió visitarle. El personaje no cabía
en sí de gozo y quiso que le acompañaran sus amigos. Como era de esperar le
ofreció un banquete. Zaqueo era un hombre rico y el Señor había dicho que
prácticamente era imposible que uno de tal posición pudiera entrar en el Reino
de los Cielos ¿qué hacía, pues, allí? No fue el Maestro a pedir dinero ni a
presumir de taumaturgo, no obstante, su compañía y el testimonio de su proceder
se introdujo en las entrañas del recaudador de impuestos para la imperial y
dictatorial ciudad de Roma, las removió enérgicamente y aquel hombre se
convirtió. A consecuencia de ello, proclama solemnemente ante sus compinches:
devolveré con creces lo robado con los trapicheos propios de mi empleo, y
compartiré con los pobres mi fortuna. Con sinceridad, sin miedo al descrédito.
Empezó Zaqueo por interesarse por alguien que no aumentaría su fortuna, continuó
el Señor fijándose en su gesto y, respondiendo con deferencia, entrando en su
casa, fue aceptado con interés. Con Él llegó la salvación.
Nosotros que somos ricos, sabemos leer, tenemos comida, agua limpia y techo, que
compartimos la existencia en estos momentos con una gran multitud, de tanta
dignidad humana como la nuestra, que carecen de esto y fallecen, debemos
aprender de Zaqueo. (lo decía esta mañana en misa, en Haití se ha desatado una
epidemia de cólera, si aquellos 200 chiquillos que ya han muerto, hubieran
tenido agua como la que sale de nuestros grifos y unos “polvos medicinales
baratos” que venden en nuestras farmacias, sin otra medicación, se hubieran
salvado). Por solidaridad con ellos y los que sufren de semejantes males, no os
dejéis nunca una canilla abierta, ni gastéis agua en balde. La única salvación
de los que somos ricos, está en compartir lo que tenemos, no lo olvidéis, mis
queridos jóvenes lectores.