XXXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
San Lucas 20, 27-38: Vislumbrar la Eternidad

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

No puedo borrar de mi mente la noticia con la que me he despertado esta mañana. En Irak anoche, una comunidad católica que celebraba la Eucaristía, se vio sorprendida por un comando terrorista, que los sometió a criminal encerrona y al asesinato después. Entre una u otra actuación, de quienes delinquían y de quienes los querían librar, han muerto más de cincuenta personas. El saldo es terrible, pero apena más, algún detalle que nos dan. Entre las víctimas dos eran sacerdotes y otra una niñita de dos años. Profesaba la asamblea la misma Fe que la que ilumina mi vida, pero manifestarlo en aquel país, como en otros, es peligroso, no obstante no dejaron de acudir este domingo a misa. Encontraron la muerte, viven feliz existencia junto a Dios. Se arriesgaron, inicialmente perdieron, fueron mártires.

Esta mañana con toda tranquilidad, sin que nadie vigilara las puertas de la iglesia, celebrábamos la misa dominical. No estábamos todos los que yo esperaba o suponía. Reina entre nosotros la pereza, el hedonismo y el huir de planteamientos fundamentales. Un día que ni hay que ir a clase ni al trabajo ¿por qué no puede uno quedarse en la cama? Además hay cosas más entretenidas que una Eucaristía. Algunas lecturas no se entienden. Muchos libros que uno tiene, está convencido de que son más interesantes. La homilía es un rollo, a muchos “no les dice nada” ¿para qué perder el tiempo? Además, piensan algunos, eso de la religión no se ve claro. Estas consideraciones que recuerdo ahora, no las tengo por aberrantes, tienen su lógica. Pero pienso ¿aquel centenar de personas que se habían expuesto a ser víctimas de la persecución a los cristianos que sufre el país, era gente que lo veía claro, que le entusiasmaban los sermones, que entendía el valor de la Comunión perfectamente? No he tenido en mi vida más que un contacto personal y directo con un cristiano de Irak, era un fraile y no por ello dejaba de tener miedo, pero no me dijo que en algún momento hubiera pensado en abandonar su dedicación a Dios.

A la luz de este suceso, del que vosotros, mis queridos jóvenes lectores, supongo que cuando estas líneas os lleguen, también os habréis enterado, hay que leer y meditar la actuación de esta mujer y sus hijos de la época de los Macabeos, de los que habla la primera lectura de la misa de hoy. Los héroes no se acabaron cuando murió el último hijo. ¿Eran superhombres? ¿Eran fanáticos obnubilados? ¿Estaban hartos de vivir y vieron que era la oportunidad de que se les acabara la existencia? No, ellos, como tantos otros que han muerto por su Fe, como los de anoche en Irak, confiaban su vida a Dios. Han desaparecido aquellos ejércitos invasores, el régimen que gobernaba el Israel de entonces también ha desaparecido, pero ellos continúan siendo los santos mártires macabeos y en el Cielo podremos encontrárnoslos y confraternizar, felices en comunión con Dios que a todos nos invita a la Fiesta Eterna.

La lectura evangélica es un ejemplo chusco. No hace muchos años se filmó una película basada en el mismo precepto del levirato. Ocurría la acción imaginada por el guionista a principios del siglo XX, no se trataba de siete posibles maridos, se limitaba a dos y el acento se ponía en el estado de ánimo de la mujer, más que en las consecuencias eternas de la ley, se titulaba: Rosa, te amo. Os lo indico porque por muy bufo que resulte el ejemplo que los saduceos le presentan a Jesús, vale la pena que os entretengáis pensándolo y a la vez os preguntéis sinceramente ¿me preocupa a mí la existencia eterna?