XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
San Lucas 21, 5-19: Holgazanería y morbosidad

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Sin duda estamos pasando una temporada en la que arrecia la crisis económica. También es indudable que el espectáculo que dan muchos estamentos civiles y políticos, a nadie entusiasma. La pasividad de muchos, pues, se podría justificar por estos motivos, pero en muchos casos, no es cierto. Se encuentra uno, os encontraréis vosotros, mis queridos jóvenes lectores, con personas, que si tuviéramos que definir su profesión, podríamos, acertadamente escribir: sus crisis. La “angustia vital” de otros tiempos, ha dado paso al hastío. Y se cuentan situaciones poco saludables o dificultades que con un poco de esfuerzo podrían solucionarse, para justificar el no hacer nada. En realidad el pecado de la holgazanería les ha invadido, es difícil que lo reconozcan y que traten de extirparlo.


Las encuestas dicen que vosotros, jóvenes, lo que más apreciáis es la familia y que su valor supera cualquier otro. No seré yo quien os lleve la contraria. Nací, crecí y llegue a la edad adulta, vinculado a unos padres y hermanos que nos sentíamos estrechamente vinculados. Unos padres que se desvivían para lograr que nosotros pudiéramos vivir y recibir de ellos y de los centros escolares o académicos a los que nos llevaron, una buena formación. Pero la vida familiar implicaba un trabajo apropiado a cada uno. Si mi padre aportaba el sueldo y mi madre la dedicación doméstica, cada uno de nosotros debía colaborar. Un chusco ejemplo de mi infancia. Eran tiempos en que la calidad de los alimentos no era siempre la deseada. Recuerdo un sencillo trabajo que me tocaba hacer. Antes de cocinar las lentejas, debíamos limpiarlas, pues, a la legumbre acompañaban piedrecitas, granos de trigo o de cebada, amen de gusanos, que debía eliminar. Es un ejemplo anecdótico que a vosotros, mis queridos jóvenes lectores, no os tocará imitar. Dar de comer a las gallinas y recoger los huevos, y de paso subir las hortalizas de nuestro pequeño terreno de cultivo, era tarea diaria. Seguramente vuestra vida será muy otra y las obligaciones diferentes. Os he contado las que fueron mías, examinad cuales son las vuestras. Que cada uno se aplique el dicho que recuerda San Pablo: que quien no trabaje no coma. Y no hay que olvidar, que tales colaboraciones a la familia, se deben cumplir sin dejar los estudios. Tal comportamiento, no convierte la vida familiar en una esclavitud. La intimidad se consigue más fácilmente trabajando juntos, que acudiendo a instructivas conferencias o exámenes psicológicos. Animado o decaído, toca trabajar, cada uno a su manera.


Como observo, o me cuentan, que muchos domicilios familiares semejan un hotel, donde uno entra y sale cuando quiere y sin dar explicaciones, me temo que el gran aprecio que confiesan en las encuestas, sea puro egoísmo. A lo mejor, o a lo peor, gusta la familia, porque resulta ser una fonda barata.


Por si no os habéis dado cuenta, lo que hasta ahora os he explicado pretende ser un comentario a la segunda lectura de la misa de hoy.


Preocupa a algunos, la predicción del fin del mundo. Se da por supuesto que se realizará en medio de cataclismos. Lo preguntan a agoreros, como se lo pudieron preguntar al Señor. Y es que hay gente que no está satisfecha, si no siente la proximidad de la adversidad. Están al tanto de accidentes, se enteran antes que los demás de las enfermedades de los conocidos o de sus infortunios. Viven en continua angustia. Si no es así, no están tranquilos.


La respuesta de Jesús, no es negar las catástrofes que puedan ocurrir en un futuro, o los conflictos graves que puedan surgir entre las personas. La recomendación del Señor es que la fidelidad a su doctrina, la honradez de nuestro comportamiento, nos deben procurar paz. Olvidémonos de predicciones apocalípticas. No nos debemos entretener en observar si los conflictos que describe ocurren ya hoy en día. Por desgracia se repiten con frecuencia.


Ciertas personas son proclives a buscar morbosamente la desgracia y no ven más que enfermedades o fracasos. He vuelto a lo mismo de antes. La Fe y la Esperanza deben mantener nuestra paz interior, pero para conseguirlo, hay que ser generosos. Ahora bien, resulta que vencer el egoísmo requiere esfuerzo y muchos escogen el pesimismo, con tal de no trabajar, preocupándose por los demás y conseguir a la vez su propio sustento.