XXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Lc 13,22-30: Vendrán de Oriente y Occidente y se sentarán a la mesa

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

Is 66,18-21: Traerán a todos sus hermanos de todos los países
Salmo 116: Id al mundo entero y proclamad el Evangelio
Hb 12,5-7.11-13: ¿Qué padre no reprende a sus hijos?
Lc 13,22-30: Vendrán de Oriente y Occidente y se sentarán a la mesa


¿Me salvaré?

Padre de todos los hombres que quieres y buscas la salvación de todos por el camino de la Verdad, inspíranos con la Verdad de tu Hijo Jesús, nuestro hermano, esa Verdad del amor que tanto nos falta, porque la verdad del ser humano pasa por la cruz. Si no nos interesa la cruz es inútil preguntarse por la verdad. La cruz es la verdad del amor.

La pregunta más radical que nos hacemos los cristianos es ¿me salvaré? La misma pregunta que le hace a Jesús un paisano de una aldea, en ese camino hacia Jerusalén, hacia la cruz: Señor, ¿son pocos aquellos que se salvarán? ¿Cuántos nos vamos a salvar, pocos o muchos? Jesús le reformula la pregunta, el problema no es si pocos o muchos, -todos queremos salvarnos, y Dios también- el problema es cómo salvarnos.

La forma de predicar de Jesús es realista; Dios no salva si uno no quiere salvarse, nos ha hecho libres. Es la forma quien quiere devolver al hombre a su dignidad. Y nos devuelve la dignidad invitándonos a comportarnos como seres autónomos y colaboradores de Dios si queremos que él nos salve. Jesús educa a los discípulos, no les impone normas ni leyes; la única ley es la de ser hombres y mujeres de verdad, la verdad del amor.

Esto en primer lugar, Dios nos salva si nosotros queremos. Pero en segundo lugar hay otro matiz encerrado en esa enseñaza del Maestro: ¿en qué consiste ser hombres y mujeres de verdad? El problema de la verdad, para los humanos, es un asunto muy liado, nos liamos nosotros en elucubraciones intelectuales y en la mayoría de los casos falsas. Jesús no teoriza sobre la verdad. Se calló cuando, acusado delante de Pilato, éste le pregunta ¿y qué es la verdad? Jesús realiza la verdad, no la explica, la cumple. La verdad del ser humano es el amor. Cuando uno respeta al vecino, escucha su opinión, dialoga con el, viste al denudo, da de comer al hambriento, visita al enfermo… hace la verdad. En cierta ocasión un fariseo le preguntó sobre quién es el prójimo y Jesús puso en los labios del fariseo la respuesta que el mismo fariseo estaba buscando: la verdad sobre el prójimo es la del samaritano que atendió al herido del camino. No la del levita, ni la del sacerdote que dio un rodeo para quitarse del medio el muerto. La verdad de la salvación es atender a quien tiene una necesidad. La verdad de la salvación está en el corazón del hombre, no en las explicaciones sobre quién es el Dios verdadero.

La Palabra de Dios en este domingo es tan sencilla y tan radical como la pregunta que nos hacemos los cristianos sobre si me salvaré. A quien ama al hermano Dios le salva, sea cristiano o musulmán. La verdad no está en nuestras interpretaciones o lecturas de Dios, sino es nuestros gestos de amor. Sólo aquí es donde sabemos si nos parecemos a Jesús o no. San Juan lo dice con toda claridad: “Sabemos que hemos pasado dela muerte a la vida…” ¿En qué o cómo lo sabemos? En que amamos a nuestros hermanos. Este es el saber de verdad, el saber de la verdad, el amor. Todas las demás verdades nos han de llevar a ésta. Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida en que amamos.

Como esta cuestión es fundamental y radical, como decíamos, Jesús insiste en varias ocasiones de su predicación sobre ella, aquí lo resume en un alarde pedagógico. “Esforzaos”. Esta es la respuesta a los que le preguntan: depende de ti. Pero depende de ti en no escaparte con falsa piedad o cumplimientos religiosos. No basta con decir: “Señor, hemos comido y bebido contigo…”, y tú nos has enseñado la doctrina cristiana, y nosotros nos hemos bautizado y hemos ido a Misa y rezado muchos rosarios…Porque el Señor replicará: “No sé quiénes sois. No os conozco. Alejaos de mí, malvados”.

La única forma de que nuestros rezos y nuestra piedad resulten sinceros, lejos de cualquier hipocresía, es la del servicio. Este es el privilegio del cristiano, este es el privilegio de pertenecer a la Iglesia católica, que sabemos el camino, el de la “puerta estrecha”, el de la cruz. Jesús va camino de Jerusalén, camino de la cruz, no porque le guste la cruz, sino porque ha elegido el camino del amor, y ese no era el que habían escogido los letrados, los sacerdotes del templo, los piadosos fariseos. Serán estos quienes le lleven a la cruz.

¿Por qué hay caminos anchos y caminos estrechos? ¿Por qué el camino del bien siempre es duro y doloroso? Aquí es donde aparece la sabiduría del cristiano. Esforzarse por amar es una lucha, una especie de agonía, incluye fatiga y sufrimiento, pero es la semilla que hace a los hombres justos, sean de la religión, de la razas, o de la cultura que sea. El amor es lo que nos hace hijos y lo que nos salva.

Al final, el que se salva sabe y el que no, no sabe nada. Al atardecer de la vida me juzgarán sobre el amor.