III Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Lucas 1, 14; 49 14-21: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír»

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

«Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír»

En este domingo, el profeta Nehemías nos relata la solemne lectura del libro de Dios en el templo de Jerusalén, reconstruido a la vuelta del exilio de Babilonia.: el sacerdote Esdras, trajo el libro a la asamblea de hombres y mujeres y de todos los que podían comprender… Abrió el libro a vista de todo el pueblo, pues se hallaba en un puesto elevado, y cuando lo abrió, el pueblo entero se puso en pie. Leyó el libro, en la plaza de la puerta del agua, desde el amanecer hasta el mediodía, en presencia de hombres, mujeres y a los que tenían uso de razón; y todo el pueblo estaba atento al libro de la ley.

Hoy es Jesús el que vuelve a su pueblo, Nazaret, y se pondrá de pie en la sinagoga, para hacer él mismo la lectura. Inaugurará así la escucha nueva de la Palabra a la que cada domingo acudimos los cristianos. Este año escucharemos su Evangelio según Lucas. El mismo que nos dice hoy por qué lo escribió: Para que conozcamos la solidez de las enseñanzas que hemos recibido. Él se nos presenta como nuestro catequista. Aquel que nos quiere ayudar este año a profundizar el primer anuncio del Evangelio que acogimos. Él nos quiere transmitir sus vivencias privilegiadas, esas que él mismo ha recogido del testimonio de aquellos que fueron sus testigos oculares y encargados por el Señor como servidores de su Evangelio. Es así como nos llevará a redescubrir mejor la solidez de nuestra fe en Cristo, que es quien da sentido y significado verdadero a la vida.

Tras su bautismo en el Jordán, Jesús ha predicado por algunas sinagogas. Ya ha cundido su fama de profeta. Pero se quiere presentar oficialmente ante sus paisanos, aquellos entre quienes creció en edad y en gracia de Dios. Sólo que ahora viene ya con la fuerza del Espíritu. Con él ha sido ungido como Mesías por su Padre. Aquel sábado acudió a la sinagoga de su pueblo, como era su costumbre cuando aún era artesano. Y se levantó para hacer la lectura, como quizás otras veces había hecho desde que a los doce años era ya “hijo del precepto”. Se acercó al ambón, y abriendo el Libro de Isaías, que pidió, buscó el texto elegido: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor”. Un texto que expresaba magníficamente el cambio operado en él. Con estas palabras se podía presentar como el profeta enviado por Dios con la misión de evangelizar.

Era la presentación de su programa pastoral; del objetivo prioritario marcado ya por su Padre desde antiguo: Proclamar la Buena Noticia de la liberación de Dios; abrir los ojos a la verdad de lo alto; liberar en un nuevo éxodo a los oprimidos por el mal. Todos aquellos que están convencidos de no tener en sí la capacidad de cambiar radicalmente; aquellos que sentían la necesidad de la mano salvadora de Dios; aquellos que sólo en él buscan la salida definitiva. Es a esos a los que ahora anuncia ya, con alegría, su programa: la espera ha terminado, porque la misericordia de Dios va a actuar. No, no viene sólo a predicar. No viene simplemente a recordar, sino a proclamar “el año de amnistía total”, el tiempo de la mejor presencia del amor de Dios, la ocasión para librarse radicalmente del pecado, raíz de todos los males. Éste es el objetivo de su programa. Éste es su asunto. Esto es lo que Dios nos ofrece hoy en su Hijo predilecto, Jesús de Nazaret. No es sólo anuncio, sino realidad. Por eso, cuando todos están pendientes de su comentario, dice con rotundidad: “Hoy se cumple ante vosotros esta Escritura que acabáis de oír”. Sí, es él mismo la salvación, que es fruto de la escucha creyente de su palabra: ese don del amor del Espíritu que realiza la comunión con Dios y la unidad entre los hombres, como nos recuerda hoy San Pablo.