IV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Lucas 4, 21-30: «Ningún profeta es bien mirado en su tierra»

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

«Ningún profeta es bien mirado en su tierra»

Hoy nos cuenta Jeremías su vocación. Fue llamado por Dios y consagrado como profeta suyo para anunciar sus planes de salvación universal. También para los gentiles. Él, que era un hombre pacífico, tuvo que enfrentarse con uno de los momentos más dramáticos de la historia de Israel que terminaría con la deportación de Babilonia. Pero, sobre todo, tenía que enfrentarse con la estrechez del pueblo y poner en entredicho muchas seguridades de los jefes religiosos y políticos. Tener que transmitir con fidelidad la voluntad salvadora de Dios era una misión arriesgada y difícil. Por eso, el Señor mismo le recomienda: Tú, cíñete los lomos, ponte en pie y diles lo que yo te mando. No les tengas miedo, que si no yo te meteré miedo de ellos. Mira, yo te convierto hoy en plaza fuerte, en columna de hierro, en muralla de bronce, frente a todo el país: lucharán contra ti pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte.

En el Evangelio, seguimos escuchando cómo se presentó Jesús ante sus paisanos. Venía ya como profeta definitivo de Dios, lleno de su Espíritu. Acababa de leer aquel oráculo de Isaías: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque El me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres y para dar la libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor. Devuelto el libro, les comenta: Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír. Era la mejor noticia para todos los hombres; el cumplimiento de todas las promesas de Dios. Comenzaba la revelación del perdón gratuito de Dios. Una actuación definitiva de su amor suprimiendo toda esclavitud. Pero la reacción de sus paisanos no está a la altura de esta gran alegría. Se extrañan de tanta tolerancia y gratuidad por parte de Dios. No se convencen de la misión profética de Jesús y siguen mirándole desde sus esquemas humanos: ¿No es éste el hijo de José? Y, sobre todo, ellos, que ya habían tenido noticia de las curaciones portentosas que había realizado, esperaban otra cosa. ¿Es que iban a tener en Canfarnaúm más derecho que ellos a recibir un milagro? De hecho, habían acudido con la ilusión de verlo actuar y solucionar así sus problemas. Jesús entonces les recuerda la historia de algunos milagros hechos por Dios a paganos y no a judíos. Sí, sus paisanos reaccionan con decepción y lo echan del pueblo. Pero el más decepcionado es Jesús, por su estrechez, por la reducción de la gente a sus propios problemas, sin saber ya entender el gran don de Dios y el despliegue de su salvación universal.

Cuántas veces nos topamos con personas que nos dicen: “Yo voy a misa cuando lo necesito”. Otros han tirado por la calle de en medio, comentando: “A mí la misa no me dice nada”. Muchos otros, que, de hecho, si se acuerdan de Dios, es en sus problemas. Y una mayoría que sólo se entienden con El para hablar de sus dificultades o expectativas. A la corta o a la larga puede ocurrir que demos de lado a Dios, porque pensamos que no nos atiende, que no sirve de nada. Y, en definitiva, nos puede pasar como a los paisanos de Jesús, que cumplieron con la Sinagoga, lo mismo que nosotros con el precepto dominical, pero sin gozarnos de la salvación de Dios y ser transformados por la grandeza de la salvación. Algo no por cumplir, sino ya cumplido en Cristo Jesús, que es lo que celebramos.

Por eso San Pablo, frente a toda estrechez y reducción exclusiva a nuestra vida y a nuestros problemas, nos recomienda hoy a todos los cristianos: Ambicionad los carismas mejores. Pero aún os voy a mostrar un camino todavía mejor: el del amor de Dios derramado por el Espíritu de Jesús en nuestros corazones y que se llama la caridad. Ese amor de Dios que es capaz de disculpar sin límites, creer sin límites, esperar sin límites, aguantar sin límites. El don que no pasa nunca, que es definitivo y para siempre. ¡Ojalá y este domingo, cuando el Señor se vuelva para decirnos: Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír, seamos capaces de reconocer y experimentar la grandeza de su salvación! Esa que nos puede liberar de nuestra mezquindad para vivir la oferta grande del Señor, la mejor alegría de todos los días.