V Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Lucas 5, 1-11: «... y, dejándolo todo, le siguieron»

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

«... y, dejándolo todo, le siguieron»

Isaías experimentó fuertemente la trascendencia y la santidad de Dios y así reconoció su propia indignidad y el don de la purificación de Dios. Y sólo entonces estuvo dispuesto para ser profeta, un servidor de la palabra de Dios. El mismo nos lo cuenta en la primera lectura.

Lo mismo le sucede hoy a Pedro y a sus compañeros ante Jesús: Estaban a la orilla del Lago lavando las redes y Jesús subió a la barca de Pedro. Y sentado en ella enseñaba a la gente. Cuando acabó de hablar le dice a Pedro: “Rema mar adentro y echad las redes para pescar”. Pedro contestó: “Maestro nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada. Pero, por tu palabra, echaré las redes”. No, humanamente hablando no tiene sentido volver a intentarlo. Y, además, ¡ahora que tenían ya limpias las redes!... Pero Pedro se fía de la palabra de Jesús. Sí, reconoce que su esfuerzo durante toda la noche ha sido inútil, pero ahora se fía de la palabra de Jesús. Y, por eso, obedece. Es entonces, cuando puede experimentar el poder de la palabra del Señor: Hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red. Tuvieron que hacer señas a los de otra barca para que les echaran una mano. Y pescaron tanto que casi se hundían las dos barcas. Al ver esto Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo: “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”. Y es justo entonces, cuando Jesús le dice: “No temas, desde ahora serás pescador de hombres”. Sí, frente a su esfuerzo inútil, Pedro ha experimentado la pesca como un signo de la santidad de Cristo y del poder de su palabra. El toma así conciencia de su condición de pecador. Y esta fe de Pedro y esta humildad de Pedro son las condiciones en las que el Señor le encomienda la misión. Justo porque esos son los requisitos para una entrega total. Y, en efecto, el Evangelio termina informándonos que Pedro y sus compañeros, dejándolo todo le siguieron.

También nosotros estamos bregando todos los días. Metidos hasta el cuello en tareas y compromisos. Y cuántas veces nos acecha la sospecha o la convicción de un esfuerzo inútil. ¡Tantas veces nos encontramos con las manos vacías! Y el Señor nos insinúa hoy dónde puede estar el fallo: confiamos sólo en nuestras fuerzas, sin escuchar su Palabra. O no nos fiamos del todo de ella y, así, no nos embarcamos mar adentro. Calculamos todo, tan a lo humano, que no sabemos detectar las oportunidades que nos ofrece el Señor. Puede ocurrir, también, que no nos atrevamos a secundar las invitaciones del Señor por no toparnos con nuestro propio pecado. Sí, nos falta fe y, sobre todo, humildad: por eso, no nos embarcamos; por eso, no descubrimos la vocación a la que nos podría llamar el Señor. O todavía peor, estar contaminados de esa falsa humildad que renuncia, porque no se cree capaz. Y, así, terminamos por decir: “eso es para otros, pero no para mí”. Con esa humildad no dejaremos nuestras barcas en la playa para irnos con Jesús. Seguiremos limpiando nuestras redes vacías, sin poder ya experimentar una pesca mejor.

La Eucaristía de cada domingo nos ofrece la misma oportunidad que a Pedro le dio el Señor: primero nos enseñará desde la barca de Pedro y, luego, nos invitará a remar hacia adentro, para tener otra pesca mejor en nuestras manos, sin confiar, tan solo, en nuestras fuerzas. Y, también, la alegría mejor: la vivencia de ese centro de nuestra fe, como nos dice hoy Pablo: Que Jesucristo ha resucitado de entre los muertos como primicia de nuestra propia resurrección. Dejemos lo que sea con tal de acudir, porque si acudimos con fe y humildad, no otra, sino la de Pedro, entonces sabremos dejar lo que nos estorba para embarcarnos con Jesús en su misma aventura. Hasta que un día, con las redes llenas y no vacías, podamos cumplir el voto del salmista: Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor. Sí, cantar con el salmista a pleno pulmón, que su derecha es la que nos salva.