I Domingo de Cuaresma, Ciclo A
Lucas 4,1-13. «El Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado»

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

«El Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado»

Cuando Moisés determinaba las fiestas litúrgicas del pueblo de Israel, les recomendaba cómo habían de presentar al Señor, cada año, los primeros frutos de la cosecha: El sacerdote –decía– tomará de tu mano la cesta con las primicias y la pondrá ante el altar del Señor, tu Dios. Entonces tú dirás al Señor: “Mi padre fue un arameo errante, que bajó a Egipto, y se estableció allí, con unas pocas personas. Pero luego creció... Los egipcios nos maltrataron y nos oprimieron... Con mano fuerte y brazo extendido, con signos y portentos, nos sacó de Egipto. Nos introdujo en este lugar y nos dio esta tierra. Por eso, ahora traigo aquí las primicias de los frutos del suelo, que tú, Señor, me has dado”. Sí, aquella ofrenda iba acompañada de la confesión de fe en las maravillas realizadas por Dios en su historia. No quería Moisés que aquel pueblo perdiera su conciencia olvidándose de Dios. Un pueblo que en realidad había sido puesto como signo de su presencia en la historia de los hombres.

Es siempre nuestra tentación: disponer y disfrutar de las cosas olvidándonos de quien nos las proporciona. Es un peligro que siempre nos acecha: creer que se trata de nuestra vida y del fruto de nuestros esfuerzos. Es un riesgo que corremos también los cristianos en medio de un mundo que va a lo suyo: perder la conciencia de ser signo de aquél de quien somos y a quien vamos. Justo porque el Bautismo nos hizo pertenencia suya, destinados a su gloria. Y por eso cada año se nos ofrece una ocasión especial para renovar nuestro Bautismo: la Cuaresma que culmina en la Noche Pascual. Porque, como hoy nos dice San Pablo: Si tus labios confiesan que Jesús es el Señor y tu corazón cree que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás. Se trata de una renovación de la vida según la fe. Y por eso, comenzamos hoy con la Iglesia un camino de sincera conversión.

Así como aquel pueblo fue llevado por Dios durante cuarenta años por el desierto, para prepararlo a la posesión de la tierra. Así también Jesús fue llevado por el Espíritu durante cuarenta días por el desierto para prepararse a su misión. Hoy entramos con él en el desierto, para vencer con él esas tentaciones, que siempre amenazan nuestra identidad cristiana. Son las tentaciones de todos los hombres que también Cristo, como hombre, tuvo que vencer: Sintió hambre Jesús y el diablo le tentó: “Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan”. Es la tentación de vivir para satisfacer las apetencias, de andar pendientes de cubrir las necesidades, de vivir para consumir. Y Jesús le contesta, y nos enseña así, a vencer esta tentación: Está escrito por Dios: “No sólo de pan vive el hombre”. No, no somos nosotros para las cosas, sino las cosas para nosotros, porque nosotros somos de Dios.

Pero el Diablo ataca ahora por otra de las apetencias radicales del hombre. Y, así, llevándolo a lo alto, le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dice: “Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado y yo lo doy a quien quiero. Si te arrodillas ante mí, todo será tuyo”. Otra debilidad del corazón humano: la codicia y el poder. Algo que algunos sacian porque, sin escrúpulos, secundan la tentación. Por eso, el Diablo le pone como condición: “Si me adoras lo tienes fácil”. Pero es un embustero, porque el mundo no es suyo, sino de Dios. Y Jesús le vence diciendo de quién son las cosas y de quién el poder, y así vence la tentación afirmando: Al Señor tu Dios adorarás y a él sólo darás culto.

Pero el Diablo no se da por vencido y ataca ahora de modo más sutil. Lo lleva al alero del Templo y le dice: “Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito que Dios no permitirá que te pase nada malo”. Es la tentación que nosotros podemos sentir, cuando acudimos a Dios queriéndolo poner al servicio de nuestros planes; marcándole la pauta de cómo ha de comportarse con nosotros; diciéndole, en definitiva, lo que esperamos que haga para seguir confiando en él. Y por eso Jesús nos ayuda a vencer esta tentación que está en la base de muchas personas que dieron la espalda a Dios, porque no les solucionó sus problemas. Con su respuesta nos enseña a ponernos de verdad en las manos de Dios rechazando de raíz toda tentación: Está mandado: “No tentarás al Señor tu Dios”.



Fuente: Radio vaticano. (con permiso)