III Domingo de Cuaresma, Ciclo A
Lucas 13, 1-9: «Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera»

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

«Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera»

Huyendo de la persecución del faraón, Moisés se refugió en el desierto. Hasta que un día, mientras conducía el rebaño de Jetró, fue llamado por Dios desde aquella zarza ardiente: Moisés, Moisés... Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob... He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Voy a bajar a librarlos de los egipcios, a sacarlos de esta tierra, para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa. Sí, el Dios vivo de la historia, que ya se manifestó a Abraham y prometió la salvación, tomaba la iniciativa y elegía a Moisés como instrumento para arrancar a su pueblo de la esclavitud y conducirlo a la libertad. Y, cuando Moisés le preguntó su nombre, le reveló: “Soy el que soy”... y así me habréis de invocar. Es decir, soy el que siempre está. Allí donde estéis vosotros, allí donde están los hombres, y siempre dispuesto a salvar. Aquél en quien se puede confiar, de quien todos se pueden fiar... Y Moisés, apoyado en la palabra y en la fuerza de Dios, dejó aquel rebaño y volvió sobre sus pasos. Y fue junto a sus hermanos para conducirlos como pueblo hacia la libertad...

S. Pablo nos recuerda hoy cómo aquel pueblo antiguo, sacado por Dios de la esclavitud, no supo luego afrontar bien las pruebas para lograr su destino. Y nos advierte que todo aquello sucedió como un ejemplo para nosotros y todo fue escrito para escarmiento nuestro, para que no caigamos como cayeron tantos en aquel camino sin alcanzar la promesa. Se conformaron con quejarse y protestar por las dificultades del camino, sin poner su total confianza en el Señor y en sus planes últimos de salvación. No quiere que nos pase lo mismo a nosotros. Dios nos quiere llevar a la libertad definitiva y conducirnos a su gloria, por medio de Jesús y su tránsito pascual. La cuaresma es una llamada a la revisión de nuestras verdaderas actitudes ante la vida y sus dificultades, como camino de salvación.

Hoy es Jesús, el enviado por Dios como salvador definitivo, el que nos quiere arrancar de nuestras miradas estrechas, para llevarnos a la libertad de los hijos de Dios. Ante él vienen unos que le cuentan cómo Pilato mató a algunos peregrinos galileos, mezclando su sangre con la de los sacrificios que ofrecían. Quizás buscaban una reacción de Jesús contra aquella infamia. Pero se equivocaban. Él les recuerda, entonces, otra desgracia reciente de la que no tenían culpa los hombres: aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé. No, no se trata de quejarse o lamentarse inútilmente. Y mucho menos de juzgar si se lo merecían o no pensando en un castigo de Dios. Por eso les dice: ¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos? ¿O que aquellos que murieron aplastados bajo la torre eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera. El Señor quiere mostrarnos cuál es la verdadera postura ante los acontecimientos de la vida y sus dificultades.

Quiere enseñarnos a valorarlos a la luz de Dios y de lo que para Él es lo peor. Las opresiones y las desgracias naturales hacen patente la fragilidad humana y la brevedad de la vida. Son signos y llamadas para tomar postura nosotros mismos de cara a Dios. No son pretexto para la revolución exterior, sino ocasión para la conversión interior. Nos impulsan a recuperar la confianza en el Señor, que se interesa más que nadie por nosotros y nuestra verdadera salvación. Aquella que es definitiva y que da el verdadero sentido a la vida, porque Él es su futuro. Por eso, les propone la parábola de la viña que el dueño quería cortar porque no daba fruto. Pero el viñador, que es Jesús, le ruega: Señor, déjala todavía este año; yo la cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, la cortas. Es el tiempo que nos ofrece ahora el Señor en su misericordia para revisar hasta qué punto sólo nos quejamos inútilmente, o estamos pendientes de lo inmediato, sin preocuparnos de lo único importante: ese amor liberador donde nos jugamos la vida eterna. Es el tiempo de comprender sí sólo confiamos en nuestras fuerzas y proyectos, en los éxitos fugaces, sin pensar en los frutos que presentaremos a Dios. Es el tiempo de revisar nuestra vida y los acontecimientos como llamadas de Dios.


Fuente: Radio vaticano. (con permiso)