II Domingo de Cuaresma, Ciclo A
Lucas 9, 28b-36: «Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió»

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

«Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió»

Siguiendo la invitación del Señor, Abraham dejó su tierra para seguir la vocación de Dios. Confiando en su palabra, se desinstaló. Contra toda esperanza, creyó la promesa de una descendencia. Y Dios se comprometió con rito de Alianza: A tus descendientes les daré esta tierra. Aquella salida de Abraham era ya un presagio del éxodo de Israel hacia la tierra prometida. Una salida de la esclavitud a la libertad, de la condición de esclavos a la dignidad de hijos, que era ya figura del tránsito de Cristo de la muerte a la vida, de su condición de siervo a la exaltación de Señor como hijo de Dios. Es Cristo que, como Cabeza, nos muestra en sí mismo el camino de nuestra propia transformación; del paso de nuestras aspiraciones terrenas a la herencia gozosa de los hijos de Dios. Es el camino del cambio necesario para poder experimentar las alegrías de la Pascua.

En aquel tiempo, Jesús cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña para orar. Hoy nos sube a nosotros con él, para mostrarnos en él la meta de nuestro esfuerzo penitencial. Es así como nos quiere animar en el empeño de nuestra propia conversión, para recuperar mejor la altura de los hijos de Dios.

Es mientras oraba que el aspecto de su rostro cambió. Sí, es en ese momento de profunda intimidad con el Padre, del que es Hijo, cuando se transfigura como Señor. Es un presagio de su propio destino cuando, vuelto definitivamente al Padre, se manifestó a los suyos en el esplendor de la gloria. Es la revelación del cumplimiento de todas las promesas de Dios en la Ley y los profetas. Por eso, aparecen junto a él Moisés y Elías con gloria. Lo que ocurre es que para llegar a ese destino hay que pasar por la muerte con su pasión. Y es esa hoy su conversación. Y es ese el motivo de su oración: acoger y disponerse a cumplir los planes de Dios.

Los discípulos no lo entendían aún del todo. Y Pedro le dice a Jesús: Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. No sabía lo que decía. Y es que Pedro busca la instalación, sin más riesgos, sin más cambio, sin pasar por la pasión. Quiere la gloria, pero sin la cruz; quiere la victoria, pero sin la humillación; quiere la transformación, pero sin el esfuerzo; quiere la Pascua, pero sin la Cuaresma.

Es el Padre, el mismo que invitó a Abraham, el que hoy nos invita y nos muestra el camino para alcanzar la promesa: ese destino que hoy comienza a brillar en Cristo. Con voz potente nos dice a todos: Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle. La misma frase que en Isaías presentaba al Siervo, aquel Siervo sufriente, obediente de Dios y sus planes de salvación. Y es que ese Siervo es justo su Palabra hecha carne, que se hará potente en la cruz, para ser la mejor noticia en la resurrección. Esa Palabra cumplida que se impone sobre tantas voces que nos quieren convencer. Esa palabra que es la única que da el sentido definitivo a la vida verdadera del hombre.

Pablo, que ha experimentado en sí mismo esta transformación en Cristo, nos transmite hoy el significado de este misterio, el sentido de nuestra conversión cuaresmal: Os repito, como tantas veces, y con lágrimas en los ojos: Hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo. Su paradero es la perdición; su Dios, el vientre; su gloria, sus vergüenzas. Sólo aspiran a cosas terrenas. Nosotros, por el contrario, somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo humilde según el modelo de su cuerpo glorioso, con esa energía que posee para sometérselo todo.

Salgamos, pues, hermanos con la fe de Abraham, de nuestras instalaciones ramplonas; rompamos con esa vida fácil y placentera que nos arrastra sólo a lo terreno. Subamos con Jesús a su altura, a ese encuentro con su Padre que nos transforma también en hijos, destinados a su herencia. Sólo así podremos anhelar como el salmista: Espero gozar de la dicha del Señor en el País de la Vida. Por su boca, es el Espíritu quien nos anima, diciendo: Espera en el Señor, se valiente, ten ánimo, espera en el Señor.