III Domingo de Pascua, Ciclo A
Juan 21, 1-19: «Jesús se acerca, toma el pan y se lo da»

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

«Jesús se acerca, toma el pan y se lo da»

La primera lectura nos cuenta cómo los primeros apóstoles fueron fieles a la misión que el Señor les confió; cómo dieron testimonio valiente de Él en momentos arriesgados. Supieron obedecer a Dios, antes que a los hombres. Fueron apresados y maltratados. Y, sin embargo, se nos dice que ellos salieron contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús. ¿Dónde está el secreto de su coraje? ¿Dónde el motivo de su alegría? Escuchemos el relato evangélico, intentando comprenderlo. Hoy es Juan el evangelista quien comienza a narrarnos cómo se manifestó otra vez el Señor. Nos quiere desvelar el misterio encerrado en aquella aparición. No es otro que el misterio mismo de la Iglesia, que es obra del Resucitado.

Estaban juntos los discípulos y Pedro toma la iniciativa: me voy a pescar. Todos los demás responden: Vamos nosotros también contigo. Y suben a la misma barca; y echan la misma red; y se esfuerzan en la misma brega. Eran los mismos a los que Jesús advirtió: «yo os he elegido y os he destinado para que deis fruto y vuestro fruto permanezca» (Jn 15, 16). Durante toda la noche se esforzaron en sacar algo, pero no pescaron nada. Ya lo advirtió Jesús: «tenemos que trabajar en las obras del que me ha enviado mientras es de día, porque luego viene la noche cuando nadie puede trabajar» (Jn 9, 4). No, en la noche no se pueden realizar las obras del que ha inaugurado ya un día eterno. Por eso, es justo al despuntar el nuevo día, cuando Jesús les llama desde la otra orilla. Es aquella de la otra vida, cuando nos topemos con el Señor para rendir cuentas de nuestros esfuerzos; cuando tengamos que presentarle los resultados de nuestra pesca. Por eso, les pregunta: ¿Tenéis pescado? Y ellos tuvieron que reconocer: No. Es, entonces, cuando les indica cómo lograrlo: Echad la red al otro lado, y encontraréis. Sí, hay que seguir las orientaciones del Señor, que sabe por propia experiencia cómo no perder la vida en esfuerzos sin futuro. ¡Es tan distinto su camino de los que los que lo buscan por otro! Es el camino de la obediencia a Dios, mejor que el de la autosuficiencia y las apetencias que terminan esclavizando; es el camino del amor, mejor que el del egoísmo; es el camino de la donación, mejor que el del propio interés; es el camino de la honestidad a la luz del día, mejor que el de las intenciones oscuras y torcidas; es el camino de la muerte al pecado para vivir en la novedad de la resurrección.

Confiados en su palabra, aquellos discípulos hicieron lo que les dijo. Y la pesca fue abundante: No tenían fuerzas ni para sacarla, por la cantidad. ciento cincuenta y tres peces grandes. Las mismas clases de pescado, entonces conocidas. En la red de Pedro y los suyos caben de toda clase, porque la Iglesia es universal. Y nos dice el evangelista que la red no se rompió. Tenía fuerza para sostenerlos juntos, sin volverlos a perder en la dispersión. Y es aquel discípulo amado, que sabía ver y reconocer, quien exclama: ¡Es el Señor!

Mientras tanto, el Resucitado les prepara el alimento con el que reponer sus fuerzas. Es el banquete del reino, el que ya disfrutaremos en la otra orilla donde está el Señor. Pero que el Señor prepara y nos ofrece también cada domingo, para restaurarnos de nuestros propios esfuerzos en medio de las luchas y dificultades de la vida presente. Pedro y los demás discípulos reciben de manos del Resucitado el alimento misterioso del pan y del pescado a la brasa. Un pan, que ya hizo sacramento de su entrega a la muerte por todos los hombres; un pez a la brasa que simboliza lo que se come en el pan: es Cristo, que saliendo de Dios, su ámbito vital, ha venido al mundo en carne mortal. Sí, ha muerto por nuestros pecados, pero ha resucitado para nuestra salvación. Ha sido cocido al fuego del Espíritu, hasta servir de alimento para restaurarnos y darnos fuerzas; para sostenernos en el esfuerzo del amor, dando fecundidad eterna a nuestra vida; para impulsarnos al testimonio valiente, con alegría: porque en él pregustamos ya el encuentro definitivo para el gozo eterno. Es lo que hace con nosotros cada domingo.