La Asunción del Señor, Ciclo A
Lucas 24, 46-53: «Y mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo al cielo»

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

«Y mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo al cielo»

Lucas, el evangelista, escribió también el libro de los Hechos de los Apóstoles, donde nos narra los comienzos de la Iglesia. Hoy nos cuenta cómo el mismo Jesús, ya resucitado, preparaba a sus discípulos para continuar su obra hasta los últimos confines de la tierra; cómo los disponía a la gran aventura de la evangelización del mundo. Nos informa que el Señor se les presentó después de su pasión, dándole numerosas pruebas de que estaba vivo, y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del Reino de Dios. Era la pedagogía del Resucitado para enseñarles a vivir una nueva presencia invisible, en su ausencia visible. Era la misma pedagogía que ya utilizó con él el Espíritu de Dios, cuando lo llevó al desierto. Durante cuarenta días fue él también preparado a la misión de proclamar y hacer patente el reino de los cielos. Atendamos hoy a lo que Jesús advierte a los Apóstoles en su última aparición. Lucas nos la describe así: una vez que comían juntos, les recomendó: “No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que ya os he hablado. Juan bautizó con agua. Dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo... Y, cuando el Espíritu descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo”. Dicho esto, lo vieron levantarse, hasta que una nube se lo quitó de la vista.

Era el fin de la presencia visible del Señor. Pero sin abandonar a los suyos. Comienza ahora el tiempo del Espíritu invisible y el tiempo de la Iglesia visible. Jesús sigue presente, pero de otra manera mejor. Antes era una presencia corpórea y exterior; ahora es una presencia en el Espíritu de Dios que penetra en lo más profundo del corazón. Antes era una presencia concreta, limitada a un lugar y a los que allí pudiesen estar; ahora es una presencia universal que puede experimentar todo hombre o mujer, en cualquier lugar. Antes sólo se le podía ver por fuera y como un hombre más; ahora se le puede conocer por dentro y reconocerlo como Señor. Antes sólo se podía creer su mensaje sobre el Reino de Dios por venir; ahora se le puede poseer a Él mismo como Reino ya cumplido. Antes sólo Él podía ser el protagonista de su propia misión, en la fuerza del Espíritu; ahora es ese mismo Espíritu quien nos infunde su fuerza y nos enrola como testigos en su misma tarea; Antes era una presencia caduca, destinada a morir; ahora es una presencia gloriosa y continua, abierta a un encuentro cada vez mejor. No, no por casualidad Jesús les habló de esta nueva presencia y de su misión aquella vez que comían juntos. Iba a ser, desde entonces, el momento privilegiado para encontrarse Él con los suyos y los suyos con Él. Sí, aquella comida última auguraba el tiempo de la experiencia sacramental, que ya iba a comenzar. A ese encuentro nos invita cada domingo para disponernos y acoger su Espíritu una vez más; para que así lo podamos tener en lo hondo de nosotros mismos; para que así lo podamos reconocer y encontrarnos con Él también en los demás...

Sí, porque, cuando los Apóstoles lo perdieron ya de vista aquél día, tuvieron que ser advertidos: Galileos, ¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?. Y nos dice hoy el Evangelio que ellos se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios. Han entendido y saben que ya siempre estará con ellos el Señor, llenando de alegría su corazón. Y van allí donde también pueden experimentar su nueva presencia: donde dos o tres se reúnen para orar juntos; donde se proclama su Palabra y se celebran sus sacramentos; donde se pueda ejercer la caridad y el amor desinteresado; donde se mejoren las relaciones entre los hombres; donde se construya un mundo más justo y humano. Por eso, no se quedan mirando al cielo. Ahora comienza ya su misión. Y se trata de bregar y empeñarse, sabiendo que el Espíritu va por delante empujando; y que con nosotros va siempre el Señor.