Domingo de Pentecostés, Ciclo A
Juan 20, 19-23, «Recibid el Espíritu Santo»

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

«Recibid el Espíritu Santo»

Hoy el evangelio comienza por decirnos cómo se encontraban los Apóstoles después de la muerte de Jesús: estaban en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Como José de Arimatea que, siendo discípulo de Jesús, lo mantenía en secreto por miedo a los judíos (Jn 19,38). O como aquél Nicodemo, que reconociéndolo como Maestro enviado por Dios, fue a verlo de noche para que nadie se enterara. O como tantos cristianos que creen en Jesucristo, pero que no dan la cara, cuando llega la ocasión. Esos que se callan y no lo manifiestan por respeto humano o porque no esté bien visto en el ambiente. Esos que pretenden encontrarse nada más que a solas con el Señor, y prescinden de acudir a su encuentro, con los demás, en la misa del domingo. Esos que son creyentes, pero que jamás entran en contacto con la Iglesia, ni se enrolan para nada en su misión... Sí, todavía quedan miedos o cobardías. Y el Señor viene hoy a disiparlas, como aquella vez.

Era también domingo, el día escogido siempre por el Señor Resucitado para encontrarse con los suyos. Aquellos primeros discípulos estaban encerrados por miedo. Y en esto que entró Jesús y se puso en medio y les dijo: “Paz a vosotros”. Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. No, el Señor no se oculta. Da la cara y se pone en medio para darles la paz. Esa paz que es fruto de su victoria sobre el pecado y la muerte. Por eso, no se avergüenza de mostrarse como el crucificado, enseñándoles las manos y el costado. Sus llagas no son los vestigios de un fracaso, sino las señales de hasta dónde los amó. Son el trofeo de su victoria, la victoria de su entrega por ellos y del amor de Dios a todos los hombres. Y los discípulos, entonces, se llenaron de alegría. Es la primera condición para perder el miedo. Porque sólo el amor disipa los reparos y nos hace capaces de correr riesgo; porque es la alegría lo que nos impulsa a contagiar y compartir, sin poder ya callar.

Pero el Señor quiere lanzarlos a dar testimonio valiente y convincente de su salvación. Han de continuar su misión. Esa que a él le ha costado la cruz. Y, por tanto, en las llagas no sólo les muestra el resultado de su entrega, sino también el riesgo que han de estar siempre dispuestos a correr. Es lo que les encarga, a continuación: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así os envío yo. Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”. Era el mismo aliento que Dios exhaló sobre el hombre para darle la vida. El mismo que expiró el Señor desde la cruz al inclinar la cabeza, consumada ya su obediencia. El mismo que derramó sobre su Iglesia en este domingo de Pentecostés, para que manifestara al mundo entero las maravillas de Dios. En todas las lenguas; a todas las gentes; por todos los tiempos. El único capaz de destruir los efectos del pecado. El único capaz de reconciliar a los hombres con Dios, concediendo el perdón. El único capaz de congregar a los hijos de Dios dispersos. El único con el que poder discernir entre lo bueno y lo malo, según Dios.

Hoy nos asegura S. Pablo que nadie puede decir “Jesús es Señor”, si no es bajo la acción del Espíritu Santo. Sí, hermanos, sólo si le abrimos el corazón y nos dejamos invadir por Él, se nos quitarán los reparos y los miedos para confesar al Señor. Frente a los alardes que hace el mundo de sus vanos criterios; frente a las convicciones autosuficientes, donde sólo cuenta el hombre y sus proyectos; frente a todas las pretensiones arrogantes donde sólo cuenta lo que acaba con la muerte... El Espíritu que hoy exhala sobre los suyos el Señor nos puede quitar todos los reparos y todos los complejos. Nos puede iluminar para encontrar nuestro lugar en su Iglesia y en su misión. ¡Ese lugar que nadie ocupa, si no soy yo!