XVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Lucas 11, 1-13: «Pedid y se os dará»

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

«Pedid y se os dará»

Abraham, el amigo de Dios, intercede ante Él por los habitantes de Sodoma y Gomorra: aquellas dos ciudades amenazadas de destrucción. “¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable? –le decía al Señor– Si hay cincuenta inocentes en la ciudad, ¿los destruirás y no perdonarás al lugar por los cincuenta inocentes que hay en él? ¡Lejos de ti hacer tal cosa!” El Señor le contestó: “Si encuentro cincuenta inocentes, perdonaré a toda la ciudad en atención a ellos”. Y Abraham siguió insistiendo bajando la cuenta, hasta llegar a diez. Él confiaba en la justicia de Dios y su misericordia; el confiaba en su designio de salvación, y sin embargo no dejó de interceder. Y al Señor le agradó.

Pero mejor que Abraham, mejor que nadie ha rezado y nos ha enseñado a pedir al Padre del cielo el que es, desde siempre, el Hijo de Dios. Hoy viene de orar, y es uno de sus discípulos quien le rogó: “Señor, enséñanos a orar”. Y Jesús nos dejó entonces la oración del Padrenuestro, que es reflejo de su oración para todos los que en Él llegan a ser hijos de Dios. En ella nos enseñó a pedir todo lo que necesitamos para vivir. Y, sobre todo, la llegada a nosotros del Reino de Dios. Ya sabemos que Dios conoce nuestras necesidades. Estamos convencidos que, siendo un Padre bueno, nos lo concederá. Y, sin embargo, quiere que se lo pidamos. Sencillamente porque no se trata de lo que Él nos quiere dar, sino de la necesidad que nosotros tenemos de reconocer nuestra limitación; de la conveniencia de eliminar en nosotros mismos la autosuficiencia; de mantenernos en la verdad de que en Él hemos de apoyarnos.

Es muy sencillo y muy difícil, a la vez. El modo de rezar que Jesús nos enseñó no es complicado, ni agobiante, ni oscuro: es dirigirse con la confianza de un niño al Padre, que sabe pendiente de él. Para pedirle, simplemente, lo que necesitamos para vivir. Pero es difícil en un mundo que cree sólo en sus esfuerzos y posibilidades; es difícil en el seno de una cultura donde el hombre se tiene por el único protagonista de la historia y sus conquistas; es difícil en una sociedad donde sólo se atiende a lo material; es difícil para un hombre habituado a mirar sólo la tierra sin levantar los ojos al cielo; es difícil para los que crecen y viven en un ambiente donde sólo se cree en lo que somos capaces de conseguir con nuestras manos.

Pedid y se os dará, nos dice hoy el Señor. Y nos pone el ejemplo del amigo que pide a otro pan a una hora intempestiva, y que insiste llamando hasta que el otro, por quitárselo de encima, se lo da. Y nos lo compara con el padre que no le da al hijo sino lo que le conviene. Para terminar advirtiéndonos: “Si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?”

Sí, hermanos, es esto lo que Dios da, y nadie más: el Espíritu Santo que nos hace falta para estar en comunión con Él; para ser fieles a su voluntad; para lograr todo lo que el hombre puede mejor desear, para él y los demás. No, no bastan nuestras fuerzas; no depende de lo que por nosotros mismos podemos lograr y alcanzar. Se trata de orar para que se cumpla la voluntad de Dios, que es la que salva la ciudad de los hombres. Esa ciudad que se pierde por falta de justicia, como le pasó a Sodoma y Gomorra, aquellas por las que rogó Abraham. Sí, el Señor nos enseñó a pedir de Dios lo que nos hace falta para alcanzar lo que queremos: la paz en la comunión del amor que viene de Dios; el pan que sacie el hambre de todos; la justicia en la dignidad, la libertad en la verdad, la convivencia con ausencia de mal. Y todo eso empieza en el corazón de los hombres que se dejan llevar por el Espíritu que dona Dios.

Es Pablo quien nos advierte hoy que fuimos sepultados con Cristo en el bautismo para resucitar con Él a la vida del Espíritu. Acudamos a la Eucaristía donde pedirlo de nuevo, para llenarnos de Él. Para que no nos olvidemos de rogar cada día al Padre del cielo lo que necesitamos y necesitan todos los hombres para vivir en comunión con Él y según su buen querer.