XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Lc 17,11-19: «¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?»

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

14-17: Volvió Naamán donde Eliseo, y alabó al Señor
Salmo 97: El Señor revela a las naciones su salvación.
2Tm 2,8-13: Haz memoria de Jesucristo, el Señor
Lc 17,11-19: ¿No fueron diez los sanados?
 

«¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?»

La primera lectura de este domingo nos relata el agradecimiento de Naamán: aquel jefe del ejército sirio que había sido curado de lepra, siguiendo las recomendaciones del profeta Eliseo. Cuándo vio su piel limpia, volvió con su comitiva a donde estaba el profeta, diciendo: «Ahora reconozco que no hay otro dios en toda la tierra más que el de Israel. Acepta un regalo de tu servidor». Pero, a pesar de sus insistencias, el profeta no aceptó regalo alguno. Naamán, entonces, le pidió: «permíteme llevarme dos cargas de tierra, porque en adelante tu servidor no ofrecerá holocaustos ni sacrificios a otros dioses fuera del Señor». Según su mentalidad religiosa, aquel extranjero quería mantener la relación con el Dios de la tierra de Israel, cuando ya estuviese en su país. Era el reconocimiento del verdadero Dios, por parte de un pagano; era su conversión al Dios vivo, frente a todo otro ídolo ya extraño; era su deseo de no olvidar nunca el lugar donde se había encontrado con el único que puede salvar. La misma experiencia tuvo otro leproso, sólo que el lugar donde reconoció a Dios no era una tierra, sino una persona concreta: el mismo Jesús.

De paso hacía Jerusalén, entraba aquél día el Señor en un pueblo. Desde lejos, diez leprosos, que de sus milagros habían oído hablar, le gritaban: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros». Al escucharlos, les dijo sin más: «Id a presentaros a los sacerdotes». Aquellos leprosos, sin verse aún limpios, confiaron en su palabra y siguieron su instrucción. Y, efectivamente: fue mientras iban de camino, cuando se vieron curados. Pero sólo uno volvió. Justo un samaritano, a quienes los judíos consideraban herejes y paganos. De los otros, nunca más se supo. Se conformaron con el certificado, que daban los sacerdotes, de que estaban ya curados. Su problema se había resuelto. Aquél Jesús, de quien todos decían que era muy milagroso, les había concedido lo que querían. Ahora, ya podían volver a casa y seguir con sus asuntos. Pero este samaritano, no actuó así. Al contrario de los otros nueve que, una vez curados, se olvidaron de quien los sanó, éste quería agradecérselo personalmente. A diferencia de los otros que se conformaron con cumplir la ley, éste quería saber más de Él. Antes estaba leproso y no podía acercarse, pero ahora ya nada impedía entrar en una relación más estrecha con Él. Sólo lo había visto de lejos, pero ahora quería conocerlo mejor. Por eso, éste volvió en busca de Jesús, alabando con gritos a Dios. Y, cuando lo encontró, se echó por tierra a sus pies, dándole las gracias. Como haría Naamán el Sirio, sobre la tierra que se llevó, con la ilusión de poder así seguir encontrándose con el único Dios que salva.

Ante aquel samaritano que había vuelto agradecido, y para que nosotros entendamos hoy su lección, Jesús preguntó: «¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?». Y dirigiéndose al samaritano, que nos quiere poner hoy de ejemplo, le dijo: «Levántate y vete; tu fe te ha salvado». Sí, esta es la forma de encontrarse de veras con Dios; así es como se alcanza la auténtica salvación. Jesús es el único lugar donde reconocer sin sombras el verdadero rostro de Dios; Jesús es ya el templo, no hecho por manos de hombres, donde rendir el culto que busca Dios. Por eso, diez fueron los curados por fuera, pero sólo uno fue el sanado también por dentro; los otros pudieron reincorporarse de nuevo a la sociedad de los hombres, pero éste entró también en la comunión con Dios.

Esta es nuestra fe, hermanos: no en los milagros que podamos pedir, sino en esa persona concreta donde se ha manifestado la salvación de Dios para todos. Por eso, S. Pablo nos recomienda hoy: Haz memoria de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David. Éste ha sido mi evangelio por el que sufro hasta llevar cadenas... pero todo lo aguanto para que a todos llegue la salvación, lograda por Cristo Jesús, con la gloria eterna. Ésta es la doctrina segura: que, si persevera nuestra fe en Él, también con Él reinaremos».