VIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Marcos 2, 18-22: "A vino nuevo, odres nuevos"

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

"A vino nuevo, odres nuevos"

El evangelista san Marcos pone especial empeño en presentarnos, ya desde un principio, al grupo de los discípulos en estrecha relación con Jesucristo. Es un grupo humano espléndido. Esos doce hombres, elegidos una mañana después de una noche pasada en oración, acompañan al Maestro por dondequiera que va; le siguen de cerca, le escuchan en la intimidad, van a ser sus inmediatos colaboradores. Jesús, por su parte, se ha solidarizado con ellos, los quiere con predilección, los educa, los corrige, los defiende. Aquellas críticas que surgían ante la actitud y las palabras de Jesús alcanzan también a sus amigos.

Aquel día, a propósito de los ayunos rituales, hubo alguien que se acercó al Maestro, para hacerle esta observación: "Los discípulos de Juan y los de los fariseos ayunan. ¿Por qué los tuyos no?" La defensa de los discípulos en boca de Jesús va más allá de la mera justificación de su conducta; nos revela el misterio de "lo nuevo". Trae a primer plano la solidaridad de Dios con todos nosotros en Cristo Jesús, Señor nuestro. "¿Es que pueden ayunar los amigos del novio, mientras el novio está con ellos? ... Llegará un día en que se lleven al novio; aquel día ayunarán. Nadie echa un remiendo de paño nuevo a un manto viejo... Nadie echa vino nuevo en odres viejos... A vino nuevo, odres nuevos". Las imágenes tomadas siempre de la realidad conocida, son vivas, inteligibles para el pueblo sencillo. Al mismo tiempo que mantienen el misterio de Jesús y de su obra. Dios permanece oculto cuando se revela a los hombres. Jesús es "el novio". ¿Dónde andará la novia...? La novia, la amada, la esposa es la Iglesia. Dios salió a su encuentro en Jesucristo y se desposó con ella, en virtud de una Alianza Nueva y Eterna. Es el misterio de lo nuevo, al que Jesús hace alusión con sus palabras para defender a sus amigos.

Ya Oseas, cuya dolorosa experiencia matrimonial le había preparado para el ministerio profético, hablaba del amor de Dios para con su pueblo. Pensando en la esposa infiel, el Señor dice hoy palabras de enamorado: Yo la cortejaré, me la llevaré al desierto, le hablaré al corazón... me casaré contigo en matrimonio perpetuo, me casaré contigo en derecho y en justicia, en misericordia y compasión, me casaré contigo en fidelidad; y te penetrarás del Señor". Te penetrarás, es decir, alcanzarás un conocimiento personal, íntimo, encendido en la experiencia del amor. La unión matrimonial es, en boca de Dios, la mejor expresión de su fidelidad, de su entrega, de su compenetración con la Iglesia. Este amor infinito, hecho realidad visible en Jesucristo, ha iniciado en el mundo la nueva Humanidad: Por tanto, el que está en Cristo, es una nueva creación. Pasó lo viejo; todo es nuevo, escribe el Apóstol (2 Cor 5,17).

Ahora bien, esa Humanidad nueva, esta nueva Alianza, este Pueblo de Dios nuevo tiene su origen en una decisión eterna. Dios ha determinado hacerse solidario de los hombres; Jesucristo se ha solidarizado para siempre con la causa de los pecadores, para que éstos reanuden su amistad con Dios y sean participes de los bienes de su Reino. De este designio de amor, de esta entrega de Cristo, ha nacido la Iglesia. Por eso, la ley de la solidaridad, que explica la obra de Jesucristo, preside la vida y ha de animar toda la vida de la Iglesia.

La Oración Colecta del día, que hacemos, nos hace orar así: "Concédenos tu ayuda, Señor, para que el mundo progrese según tus designios, gocen las naciones de una paz estable, y tu Iglesia se alegre de poder servirte con una entrega confiada y pacífica".

Una vez más, como maestra de oración, nos recuerda su solidaridad con la causa de todos los pueblos, mientras nos ayuda a evitar la doble tentación: confundir la salvación cristiana con la liberación humana - que son dos cosas fundamentalmente distintas -; y la de una espiritualidad descarnada, que trata de evadir el compromiso temporal y la propia responsabilidad frente a los problemas del mundo, en la certeza que nuestra capacidad nos viene de Dios, que nos ha capacitado para ser servidores de una alianza nueva.