II Domingo de Cuaresma, Ciclo B
Marcos 9, 2-10: "Este es mi hijo amado; escuchadle"

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

"Este es mi hijo amado; escuchadle"

En dos ocasiones el Padre nos ofrece un testimonio solemne en favor de su Hijo: el Bautismo y la Transfiguración. En su Transfiguración, como leemos en evangelio de Marcos, el Padre se dirige a los testigos presentes, añadiendo esta consigna: "Este es mi Hijo amado; escuchadle".

Hacia sólo seis días que, en la intimidad, había revelado Jesús a sus discípulos el misterio de su muerte y resurrección. Sus palabras fueron inequívocas: Jesús debía morir en la cruz. Ante la resistencia de los discípulos -especialmente de Pedro- el Maestro insistió: "Es necesario que el Hijo del hombre sea calumniado, perseguido, entregado a la muerte por sacerdotes y escribas". Más todavía: llamando luego a la muchedumbre y a los discípulos, les dijo: "El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Pues, quien quiera salvar su vida, la perderá; y quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará".

La cosa es clara: según el Evangelio de Jesucristo, el camino de la salvación y de la gloria es necesariamente la cruz. Más aún, la gloria de Dios y de Jesucristo está precisamente en esa entrega a la muerte de cruz, para la salvación de todos los pecadores. El plan salvador de Dios ha de salir adelante, frente a todas las oposiciones del mundo, frente a todas las incomprensiones y resistencias. Pero esto ¡es tan contrario a la mentalidad y a los criterios de los hombres! Los discípulos no podían aceptarlo. ¡Tenían una idea tan distinta de la victoria del Mesías! Se escandalizaron de aquellas palabras del Maestro. Jesús ya lo había previsto: "... y dichoso aquel que no se escandalizare en mi".

Jesús no podía echarse atrás; sabía a dónde iba. Pero amaba a los suyos. Comprensivo con su debilidad, quiere ayudarles a superar la prueba. Con el fin de fortalecer su fe débil, se llevó consigo aparte a tres de ellos: Pedro, Santiago y Juan. Los llevó a la cumbre de una montaña. Y se transfiguró ante ellos. Fueron testigos oculares de su gloria. Y, sobre todo, pudieron oír claramente el testimonio y la consigna del Padre, en perfecta sintonía con las palabras de Jesús "Este es mi Hijo amado; escuchadle".

Santo Tomás comenta así la escena: "En orden a cualquiera que avance sin titubeos por un camino ?escribe.?; conviene que, de alguna manera, conozca de antemano el término a donde se dirige. Esto es, sobre todo, necesario -añade- cuando el camino es áspero y difícil, y laborioso el caminar y, al final de su camino, le espera el gozo y la alegría" (III 45,1).

Pablo también, y antes que todos los teólogos. Escribiendo a los Gálatas, desorientados por las predicaciones de ciertos doctores judíos, escribía, y para hacerlo por su propia mano, en este punto de la Carta, quitó la pluma al amanuense, a quien dictaba: "Ved en que grandes letras escribo de mi propia mano. Los que quieren gloriarse en la carne, esos os fuerzan a circuncidaros, sólo para no ser perseguidos por la cruz de Cristo. Quieren que vosotros os circuncidéis para gloriarse en vuestra carne. En cuanto a mí, jamás me gloriaré, a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mi y yo para el mundo". Por cierto que, comentando este pasaje del Apóstol, decía San Cirilo de Jerusalén a sus catecúmenos recién bautizados: "Cualquiera de las acciones de Cristo contribuye a la gloria de la Iglesia universal; pero la gloria de las glorias es la cruz".

Bien sé que es necesario ayudar a los cristianos a acomodar su actuación a los criterios del Evangelio. Y, precisamente por eso, siguiendo en esto la sabia pedagogía de la Iglesia, pienso que la Cuaresma debe servirnos, ante todo y sobre todo, para afianzar en nosotros esos mismos criterios evangélicos; que trascienden todos los análisis, todas las experiencias, todos los razonamientos. No; el misterio de la gloria de Dios, íntimamente relacionado con la cruz de Jesucristo, jamás puede ser fruto de un mero humanismo, por razonable y profundo que sea. Sólo puede alcanzarse por la Palabra de Dios, revelada en Jesucristo.

Por eso, termino este comentario repitiendo para todos nosotros la voz del Padre: "Este es mi Hijo amado; escuchadle". Si le escuchamos con humilde sencillez, con fe, él nos dará su gracia para seguirle. Y participaremos así en la gloria de su cruz.