III Domingo de Cuaresma, Ciclo B
Juan 2, 13-25: ""En aquel tiempo se acercaba la Pascua de los judíos""

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

""En aquel tiempo se acercaba la Pascua de los judíos""

También nosotros nos acercamos a la Pascua y nos preparamos para su celebración. La nuestra es la Pascua cristiana, la de la muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo.

Ante la actitud adoptada por el Señor frente a los vendedores, que profanaban el templo con sus negociaciones, le preguntaron los judíos: "¿Qué signos nos muestras para obrar, así?" Jesús contestó: "Destruid este templo, y en tres días lo levantaré". Un poco más adelante comenta el Evangelista: "Él hablaba del templo de su cuerpo". De esta manera Jesús, al referirse a su propio cuerpo, templo vivo de Dios, anunciaba el misterio de su muerte y de su resurrección. Hablemos un instante de este signo maravilloso que Dios nos ofrece. Nosotros, los hombres, necesitamos siempre de signos para poder entendernos con Dios. Quiero decir que necesitamos verle, saber dónde está y cuándo nos habla, para poder escucharle. Por nuestra manera de ser, para entender las cosas han de entrar de alguna manera por nuestros sentidos. En este caso, es necesario que el Señor, por medio de cosas sensibles se nos haga presente; nos manifieste que está ahí para hablarnos. Esas cosas sensibles son los signos que Dios usa para comunicarse con nosotros. No ha sido Dios corto en esto. Ya desde el principio utiliza muchos signos y señales. No hay hombre que no pueda entenderse con Dios. Él sale al encuentro de todos y de cada uno, de manera que le pueda oír y entender. Es Dios, quien inicia el diálogo contigo, por medio de estas palabras suyas, que son sus criaturas. El mundo entero está entre tu y Dios.

Aquel que sabe leer las Escrituras, puede entender lo que significan los cielos y la tierra. Ellos "cantan la gloria de Dios". Para quien oye la Palabra, y la ha aceptado, todos los acontecimientos son signos de aquello que Dios quiere decirle. Pero hay que estar atentos; a todos los signos, lo mismo a los del cielo y de la tierra, que a los signos de los tiempos. Para leer y entender esas voces que Dios nos da por medio de sus criaturas

Con su pueblo, Israel, el Señor hizo más. No se contentó con ofrecerles los signos de la creación. Les dio además la Ley. Hizo con ellos una Alianza y pacto de amistad. Y les promulgó el Decálogo, que hoy es objeto de la primera lectura. El Decálogo fue para Israel signo perfecto de la voluntad de su Dios. Aquellas tablas de piedra, en las que estaban grabados los mandamientos, fueron depositadas, conforme a sus indicaciones, en el Arca de la Alianza, instalada en la parte más santa del Tabernáculo. Todo ello era un signo visible de la presencia del Señor en medio de su pueblo. Y recordaba a los hijos de Israel la voluntad del Señor: "No tendrás otros Dios que a mí. No tomarás en vano el nombre de Dios. Honrarás a tu padre y a tu madre. No matarás." Eran las palabras que el Señor les habla dicho, y ellos nunca debían olvidar. Así podían entenderse con Dios.

Dios se nos ha hecho presente en Jesucristo. Es su Palabra definitiva para todos los hombres. Él es el signo definitivo de la presencia de Dios en el mundo; realizó signos y milagros delante de sus oyentes, para que todos pudieran entender que Dios está en él, y con él sale al encuentro de todos los hombres para reconciliarlos consigo. Pero fueron pocos los que aceptaron su mensaje. Los dirigen tres judíos, endurecidos ante su predicación, querían ver un signo aparatoso del cielo. No entendieron a Jesús; no querían entenderse con Dios; que les hablaba en Jesucristo.

Jesús es el signo definitivo, puesto por Dios ante nuestros ojos, para que nosotros podamos llegar al coloquio con el Señor. Por eso decía él: "Destruid este templo". El cuerpo de Cristo, templo vivo de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Había de ser entregado a la destrucción por la muerte de cruz, y había de ser devuelto a la vida con la gloria de la resurrección. Así vendría a ser para todos el signo inequívoco de la presencia de Dios entre nosotros, y de su voluntad de salvar a todos los hombres. La muerte y la resurrección de Jesucristo son la base de toda nuestra fe.

Hermanos: la Eucaristía es el cuerpo de Cristo, bajo las apariencias de pan y vino. Muerto y resucitado por nosotros, se nos muestra en el signo, sacramental. Cuando nos acerquemos a él en estos días, mirémosle con fe. Leamos el signo, creamos, oigamos y entreguémosle nuestro corazón.