IV Domingo de Cuaresma, Ciclo B
Juan 3, 14-21: "Como Moisés elevó la serpiente"

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

"Como Moisés elevó la serpiente"

El evangelio de hoy nos transmite la respuesta del Señor a la última pregunta de Nicodemo, aquella noche en la que Jesús, en la intimidad, le reveló el misterio de la vida nueva y de nuestro nacimiento por el agua y el Espíritu. El docto judío, fariseo él, hombre amante de la verdad, insistía en sus dudas: "¿Cómo puede ser esto?" El Maestro le explicó: "Nadie sube al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo. A la manera como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es preciso que el Hijo del hombre sea levantado, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna".

Jesús habla de una bajada del cielo y una subida al cielo; un descenso misterioso y una ascensión. El Hijo del Padre, la Palabra que "existía en el principio y estaba junto a Dios, y era Dios... se hizo carne y acampó entre nosotros". Bajó, tomó forma de siervo, vaciándose de la gloria que le corresponde como Dios; se anonadó, que todas estas expresiones utiliza la Escritura, para vivir entre los hombres como un hombre cualquiera, excepto el pecado. Luego seguiría la subida. Al descenso había de suceder la. ascensión. Había bajado, no por su propio interés, sino "por nosotros y por nuestra salvación"; para reintegrarnos a la casa del Padre, para levantarnos con él hasta el trono de la gloria. Tal es el misterio. Por no estar en el secreto, le costaba trabajo a Nicodemo, a pesar de ser maestro en las Escrituras, entender cómo un hombre, "después de haber salido del vientre de su madre, puede nacer de nuevo".

Ahora bien, este descenso del Hijo no se terminó con su encarnación en el seno virginal de María. Como cualquiera de los hijos de Adán, había de bajar a lo más profundo de la muerte. Nosotros decimos, al recitar el Símbolo de nuestra fe: "Descendió a los infiernos".

Lo que ocurre es que, en esta misma humillación y bajada, en la, "obediencia hasta la muerte, muerte de cruz", se inicia ya misteriosamente su ascensión. Jesús mismo habla de su muerte como la "hora de su glorificación". Su camino de vuelta al Padre. Y por eso, aquella su palabra "es necesario que el Hijo del hombre sea levantado" tiene un profundo significado. Era necesario, para que todos nosotros le pudiéramos mirar. A la manera como los hijos de Israel en el desierto, mordidos por las serpientes, se libraban de la muerte mirando a la serpiente de bronce, levantada por Moisés en lo alto de un palo, por mandato del Señor.

Levantado, puesto en alto, clavado en la cruz como un malhechor, para ofrecer su vida en sacrificio por la salvación de todos sus hermanos. Creer en Jesucristo "y éste crucificado". En virtud de esa fe, se nos devuelve en el bautismo la amistad de Dios. Nacemos a una vida nueva. Poseemos ya la vida eterna.

Según el testimonio del Discípulo Amado que, por cierto, viene a coincidir en esto con el de los otros tres evangelistas, Jesús habló tres veces durante su vida pública de su elevación en la cruz. Esta que venimos comentando fue la primera. Esto nos está hablando elocuentemente de la conciencia de Jesús; de la visión clara por su parte del fin al que se encaminaba su vida, de su actitud interior frente al destino de antemano señalado por el Padre. Actitud interior, que se revela en toda la conducta de Jesús; en su postura habitual en relación con sus discípulos, con la muchedumbre del pueblo que acudía a escucharle. Sobre todo, en relación con sus enemigos, que le acosaban continuamente. Nada ni nadie, desde el amor a sus amigos hasta el odio de sus enemigos, pudo alterar su serenidad. Con pleno dominio, se dejó llevar de la manera más natural por los acontecimientos, sabiendo que era el Padre, antes que los hombres, quien le llevaba; quien con él obraba la salvación del mundo.

¡Jesús, manso y humilde de corazón! Por, tres veces rompió su silencio para proclamar su vocación como "Siervo de Dios", el Siervo doliente que había de ser "traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes,..." El Señor quiso "triturarlo con el sufrimiento y entregar su vida como expiación". En su figura se nos revela el misterio del amor del Padre y del Hijo para con todos los hombres.

¡La conciencia, la actitud de Jesús! También nuestra conciencia cristiana; nuestra actitud cristiana ante la vida y en medio del mundo, como discípulos y testigos de su Evangelio.

El Señor nos haga fuertes. El que, alzado en la cruz, es "fuerza de Dios".