V Domingo de Pascua, Ciclo B
Juan 15,1-8: "Yo soy la verdadera vid"

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

"Yo soy la verdadera vid"

La predicación del Evangelio, según el evangelista San Marcos, dio comienzo con estas palabras de Jesús: "El tiempo se ha cumplido, está ya presente el Reino de Dios. Haced penitencia y creed en el Evangelio" (Mc 1,14-15). Más tarde, cuando ya le seguían sus discípulos y las muchedumbres se reunían para escucharle, poco a poco y por medio de parábolas, les explicaba "el misterio del Reino de Dios" (Mc 4,11). Siempre y en todo caso, Jesucristo se refería a una realidad misteriosa, que trasciende todas las de este mundo visible.

Esa realidad es la misma vida de Dios, presente en Jesucristo; de la cual él nos hace participes, en virtud de su muerte y su resurrección. Nos lo dice hoy el Señor con una de las imágenes más bellas, de las que echa mano para llevarnos a la inteligencia del misterio: "Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador... Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante" (Jn 15,1-8). Hay una comunidad de vida entre Jesucristo y nosotros sus discípulos; los que, por la fe y el bautismo, hemos sido injertados en él como miembros de su Cuerpo. San Pablo lo explicará después, echando mano a la realidad humana, nuestro propio cuerpo: "Así como nuestro cuerpo, siendo uno, tiene muchos miembros....así nosotros, siendo muchos, no formamos mas que un solo cuerpo en Cristo" (Rom 12,4-5).

La vida de Dios en nosotros: tal es la gran realidad, tal es el gran misterio, tal es el gran tesoro. Su valor supera todos los tesoros de este mundo. La realidad que trasciende todas las posibilidades de los hombres, individual y colectivamente considerados. Se trata de la vida; mas no de la vida natural, ésta que se nos ha trasmitido por la generación y el amor de nuestros padres. A esta otra hemos nacido "por el agua y el espíritu" (Jn 3,3-5). Por ella somos "hijos de Dios y herederos de su reino". El que la tiene produce frutos de vida eterna.

Afirma hoy el Señor: "El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque, sin mí, nada podéis hacer". Fuera de Jesucristo, no sería posible que nosotros participáramos de la vida de Dios; nosotros somos puras criaturas. También dijo Jesucristo en otra ocasión: "El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna... El que come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él" (Jn 6,53-57). La Eucaristía es el alimento que mantiene en nosotros la vida sobrenatural, recibida en el bautismo. Jesucristo, el Hijo de Dios, engendrado por el Padre. Hijo natural y único. Toda la vida del Padre esta en el Hijo. Y el Hijo se hizo hombre, para librarnos de la esclavitud del pecado y hacernos participes de su misma vida divina. Es éste, y no otro, el misterio de la vida cristiana. Nos la revela el Señor con sus palabras: "Yo soy la vid, vosotros los sarmientos". Dice San Pablo. "Todo es gracia" (Rom 4,16). Y é1 mismo nos enseña: "La gracia de Dios ?el don gratuito de Dios? es la vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro" (Rom 6,23). Frente a los judíos, orgullosos de la Ley, que sostenían merecer la salvación de Dios por sus obras, insistía el Apóstol: "Si por gracia, ya no es por las obras; de otro modo, la gracia no sería gracia" (Rom 11,16).

También San Agustín, en su tiempo, tendrá que insistir en esta gratuidad del don de Dios. Nadie puede merecerlo. No es extraño que él, al comentar la misma pagina del Evangelio que nosotros comentamos hoy, exclamara: "Magnae gratiae comendatio". Esta de la vid y los sarmientos es una "imagen viva de la gracia... Los sarmientos de la vid son tanto más despreciables fuera de la vid, cuanto son más gloriosos unidos a ella" (Trat. 81,2?3).

No dijo el Señor: "porque sin mí poco, o muy poco, o casi nada", sino que dijo: "porque sin mí nada podéis hacer". Es necesario que oigamos con humildad esta palabra y la meditemos detenidamente en nuestro corazón. Ni los judíos del tiempo de San Pablo, ni los pelagianos en el de San Agustín, ni los hombres de nuestro mundo moderno y postmoderno, que pretenden bastarse a sí mismos para ser honrados y alcanzar todas las metas, han encontrado el camino. El camino es Jesucristo; no hay otro, y fuera de él no hay salvación posible para el hombre.

"El que permanece en mí y yo en él, da fruto abundante". Una vez que Jesucristo nos comunica la vida de Dios y tenemos acceso a los bienes del reino de los cielos, es necesario permanecer en él. Y aquí sí, aunque todo sigue siendo gracia, aunque todo es don de Dios enteramente gratuito, es necesario permanecer en Jesucristo por la fe y el amor. Este es su mandamiento ?ha escrito San Juan y leemos hoy? que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, como él nos lo mandó. Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él" (1Jn 3,23-24).

Esta lección, queridos hermanos, es esencial para entender la antropología cristiana. Quiera el Señor que todos nosotros, y todos los hombres de nuestro mundo, acertemos a entenderla y a vivirla. Pidámoslo a María, la llena de gracia, la Madre de Jesucristo y Madre de todos los hombres".



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