Solemnidad de la Santísima Trinidad, Ciclo B
Mateo 28, 16-20: «En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu»

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

«En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu»

Recuerdo ahora los días de mi infancia, cuando mi madre, al levantarme cada mañana y antes de vestirme, me ayudaba a santiguarme, haciendo conmigo la señal de la cruz: "En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo". Ya, desde entonces, aprendí a pronunciar el nombre de Dios, al mismo tiempo que hacía sobre mi mismo la señal del cristiano.

A partir de la predicación de Jesucristo y luego de sus Apóstoles, la fe de la Iglesia se ha transmitido de generación en generación hasta llegar a nosotros. La revelación del misterio de Dios y la confesión de su nombre, aparecen así íntimamente unidas con el misterio redentor, en virtud de la muerte y la resurrección de Jesucristo, nuestro Señor. No en vano él, inmediatamente de su entrega a la muerte en la cruz, oró al Padre delante de sus discípulos: “Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti... He manifestado tu nombre a los hombres de este mundo, que me has dado”. El nombre cristiano de Dios: gracias a Jesucristo hemos podido conocer a Dios y saber su Nombre. Ha sido él quien nos lo ha dado a conocer. Y nadie podía hacerlo sino Él: “Todo me ha sido entregado por mi Padre. Y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar”.

Por cierto que Jesús, al pronunciar estas palabras, exultante de gozo, en presencia de sus discípulos, que volvían de su primera misión, empezó expresando la conciencia que tenía de los poderes recibidos para llevar a cabo su misión en el mundo. Y lo mismo hizo al final, cuando daba su último encargo a los discípulos, antes de subir al cielo. Nos lo recuerda hoy el evangelio: "Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado". Entre ambos momentos, Jesús, cumpliendo la voluntad de su Padre, completa su obra como profeta y maestro de Dios, hasta realizar la redención del mundo con su muerte y su resurrección gloriosa. No es, pues, extraño que, en su Iglesia, la confesión de la fe trinitaria, haya quedado vinculada para siempre a la cruz de Jesucristo y el recuerdo de su Misterio Pascual. Convenía recordarlo así, en este primer Domingo del Tiempo Ordinario, dedicado a la celebración del Misterio de la Trinidad Santísima.

Todos los domingos, consagrados a la celebración de la Eucaristía, con el concurso del pueblo cristiano, la liturgia da comienzo con estas palabras: "En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo", al mismo tiempo que todos nos santiguamos. Luego, al final de la liturgia de la Palabra, y antes de la acción eucarística, se hace la confesión de nuestra fe cristiana, según la fórmula tradicional de la Iglesia, estructurada para siempre en un esquema trinitario: “Creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso... Creemos en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor... Creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida...”

La revelación del misterio de la vida íntima de Dios, "un solo Dios en tres personas distintas", nos ha sido hecha a los hombres de manera gradual, al paso de la Historia de la salvación. Aparece en esto la altísima pedagogía de Dios para con los hombres, su exquisita prudencia y comprensión de nuestra debilidad. Leyendo los cuatro Evangelios vemos cómo Jesucristo se refería sistemáticamente a Dios que, en toda la historia de su pueblo, aparecía como el Dios único, frente a los dioses del paganismo. Y también, de forma habitual lo llamaba "Padre", "Padre mío". Al mismo tiempo que nos manifestaba su intimidad y su igualdad con Él: "Yo y el Padre somos una sola cosa. El Padre está en mí y yo en el Padre". Inició así mismo la revelación del Espíritu Santo, de quien habló a sus Apóstoles como "el otro Consolador", distinto del Padre y del Hijo, "el Espíritu de la verdad completa". Anunció a sus discípulos que se lo enviaría en unión con el Padre, para confortarlos en la fe y mantener en alto su testimonio ante el mundo.

Todos nosotros hemos sido bautizados "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo". Consagrados a su servicio, estamos siempre llamados a mantener vivas nuestras relaciones con las tres personas divinas. porque somos “hijos adoptivos de Dios y herederos suyos con Jesucristo”. Porque Jesucristo nos ha unido para siempre consigo, como miembros vivos de su Cuerpo. Porque, desde aquel momento, el Espíritu Santo habita en nosotros, y en nosotros derrama sus dones.

Si no lo olvidamos y actuamos en consecuencia, nuestra vida será toda ella un continuo “sacrificio de suave olor”, que subirá hasta “el trono de Dios y del Cordero”. Al mismo tiempo que continuamos testimoniando, en orden a la evangelización y consagración del mundo, en que Dios nos ha situado con su admirable providencia y su inefable predilección.