XV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Marcos 6, 7-13: «Salieron a predicar la conversión»

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

«Salieron a predicar la conversión»

La lección evangélica nos recuerda hoy la primera misión de los Doce. Jesús, después de haberlos elegido, llamado y designado oficialmente entre sus discípulos como apóstoles suyos, los envió de dos en dos, a predicar el Evangelio. Para lo cual les dio los poderes necesarios. Y así mismo sus consignas. Fueron aquellos los comienzos del ministerio apostólico; que, después de la predicación de los Doce, es continuado en la Iglesia hasta el fin de los siglos, por voluntad del mismo Jesucristo. El Evangelio debe ser anunciado a todos los hombres. Porque Dios "quiere que todos los hombres se salven y vengan al conocimiento de la verdad" (1 Tim 2,4).

"Les dio poder sobre los espíritus inmundos". Así escribe Marcos. Mateo, en este mismo pasaje, añade: "y para curar toda enfermedad, toda dolencia" (Mt 10, 1). Y es que el Evangelio es el anuncio de la salvación de Dios por Jesucristo. Y esta salvación es la obra de Dios frente a los poderes del mal. Fue conveniente, en los comienzos, que este poder y autoridad de Jesucristo se hiciera visible a los oyentes de la predicación por medio de milagros y signos. Ahora bien, lo fundamental aquí es el poder de Dios frente al pecado y a sus consecuencias en la vida de los hombres. Tal es el poder que se comunica a quienes han de llevar adelante el ministerio apostólico, entonces, ahora y siempre.

"Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más: ni pan, ni al forja, ni dinero en la faja. Que llevaran sandalias, pero no una túnica de repuesto". De todas maneras lo que importa, lo que no puede pasar jamás, es el espíritu de libertad y de pobreza, sin el que es imposible servir los intereses del Evangelio. Todo aquél, que siente sobre sí la responsabilidad apostólica, o se libra de toda atadura y vive con austeridad, o deberá dedicar sus esfuerzos a cualquiera otra empresa que le sea rentable. La comodidad, la riqueza, el lujo, el tenerlo todo a punto siempre, son cosas incompatibles con el ministerio de los enviados de Jesús. Tal es la lección.

"Y añadió: Quedaos en la casa donde entréis hasta que os vayáis de aquel sitio". Sí, porque la falta de asiento, los nerviosismos dicen mal con quienes son portadores del mensaje, en nombre de Jesucristo. Nada sienta tan mal al pueblo como presenciar la ligereza, la falta de seriedad del sacerdote. A la acogida de los creyentes debe responder la sencillez del ministro de la Palabra. La apertura para recibir de los demás requiere, a veces, más humildad que el dar. Por otra parte, también advierte el Señor, a propósito de sus enviados: "Digno es el obrero de su salario" (Lc 10,7). Y San Pablo recomendaba a los fieles: "El que es instruido en la doctrina, haga partícipe de todos sus bienes al que catequiza" (Gal 6,6). Tal es la ley para el pueblo creyente. Y, sin embargo, el ministro del Evangelio habrá de estar dispuesto a todo: a que se le acoja con afecto y a que se le rechace, o incluso se le persiga. Por eso añade Jesús en sus consignas: "Y, si en un lugar no se os recibe, al marcharse, sacudios el polvo de los pies, para probar su culpa". Había que contar con el rechazo por parte de muchos, con la dureza del corazón de los hombres, con la incredulidad de muchos. El Maestro lo avisó una y otra vez: "No es el siervo mayor que su Señor. Si me persiguieron a mí, también a vosotros os perseguirán; si guardaron mi palabra, también guardarán la vuestra" (Jn 15, 20). El gran modelo de misioneros y de celo apostólico, que sabía de encuentro con los hombres, y de sufrimientos y persecuciones por causa del Evangelio, San Pablo, pudo escribir: “Nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabedores de que la tribulación produce la paciencia; la paciencia, una virtud probada; y la virtud probada, la esperanza” (Rom 5,3?4).

Quienes tienen puesta su esperanza, no en la alabanza a en las recompensas humanas, sino sólo en Dios, están abiertos a todo, inmunizados contra los desengaños, convencidos de que la providencia del Señor preside la vida de los hombres.

Hermanos: son los inconvenientes y las ventajas de los amigos de Dios y de Jesucristo; de cuantos han aceptado sinceramente el mismo destino del Maestro, y se entregan con generosidad a la tarea apostólica. Esta es la lección que aprendieron y han vivido los santos. Tratemos nosotros de aprenderla también, con la gracia del Señor, para ser instrumentos útiles a la causa del Evangelio.