XVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Marcos. 6, 30-34: «Venid a un sitio tranquilo a descansar»

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

«Venid a un sitio tranquilo a descansar»

Como estamos en plenas vacaciones de verano, es posible que estas palabras del Señor, que fueron dirigidas a los Apóstoles, a la vuelta de su primera misión, suenen ahora como invitación personal hecha a cada uno de nosotros. Si el tema del trabajo es un tema importante y de interés creciente en nuestro mundo, no lo es menos el tema del descanso, íntimamente relacionado con aquél. El reconocimiento del derecho a disfrutar un periodo de vacaciones anuales, en todos los oficios y a toda clase de personas, es una de las conquistas sociales más notables del mundo laboral. Es un signo del progreso humano. El derecho al descanso necesario y conveniente, en el trabajo profesional, con el fin de reparar las energías y la tranquilidad del espíritu, es exigencia de la justicia. Pero, para nosotros, los cristianos, más allá de su aspecto ético, social y económico, el descanso tiene una vertiente sobrenatural, que no debe ser olvidada. Hay un sentido cristiano del descanso, como lo hay del trabajo humano. Las palabras del Señor nos lo recuerdan hoy. Y nosotros, discípulos suyos, debiéramos tenerlo siempre presente.

El ejercicio de la propia actividad, al servicio del perfeccionamiento del mundo, es para cada uno de los hombres un derecho sagrado y un deber. Dios, Creador del hombre y del mundo, ha asociado al hombre a su obra. El trabajo ennoblece al hombre, como colaborador de la obra de Dios. Pero la ley del trabajo, a causa del pecado, resulta para nosotros una carga penosa y humillante. Las fuerzas humanas son limitadas; no es posible estar en continua actividad. Si a ello sumamos el desequilibrio radical que experimentamos en lo más profundo de nosotros mismos, como secuela del pecado, nos explicamos que el trabajo continuado, sobre todo en determinadas condiciones, produzca cansancio, nerviosismo, fatiga y dolor.

Reflexionando sobre esta realidad, nos damos cuenta de que, esa fatiga y trastorno se originan por el roce con las cosas, cuando el hombre trata de dominar los elementos para someterlos a su servicio por medio del trabajo. Aunque a veces no es precisamente ésta la causa principal del cansancio, sino el roce con los hombres, junto a los cuales nos movemos y trabajamos. Por eso, para poder descansar realmente, no basta con cesar en la actividad habitual, sino que tenemos que alejarnos, cambiar de lugar, apartarnos de los hombres. El verdadero descanso lleva consigo una cierta soledad. Ahora bien, estas dos cosas que acompañan al descanso, la inercia y la soledad, son para el hombre, herido por el pecado, como un arma de dos filos.

La actividad del trabajo puede y debe elevar al hombre, hacerlo más generoso, cada día más consciente de su dignidad como hijo de Dios y colaborador suyo. Pero puede hacerlo más egoísta y más esclavo. Todo depende de la actividad interior del que trabaja. Frente a Dios y frente a sus hermanos. Lo mismo hay que decir acerca del descanso. De suyo debiera contribuir a la liberación del hombre, de manera que estuviese siempre a punto para realizar su misión en medio del mundo, mas no siempre es así. A veces, hace a los hombres más esclavos de sí mismos. Pone de manifiesto el egoísmo, la falta de solidaridad, la limitación humana. La inercia y la soledad, para muchos, más que al descanso, los lleva al aburrimiento, al vicio y a la desesperación.

La institución del sábado nos muestra cómo el descanso es la defensa contra el peligro del olvido. El día del Señor recuerda al hombre, libre de sus actividades habituales, que su centro, su felicidad y su paz están en mantener su relación filial para con Dios. El descanso le lleva a la intimidad con él. En este caso, el descanso es un signo anticipado de la bienaventuranza del cielo.

Si nosotros, cuando nos entregamos al descanso para reparar nuestras fuerzas y recobrar la serenidad y el equilibrio necesarios, cuando disfrutamos de nuestras vacaciones, tuviéramos presente aquello que nos dice hoy la Segunda lectura: “Estáis en Cristo Jesús”, es posible que fuera realidad en nuestro caso aquello que San Marcos nos dice respecto de los Apóstoles: «Se fueron con él en barca a un sitio tranquilo y apartado».