XXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Marcos 7, 31-37: «Hace oír a los sordos y hablar a los mudos»

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

«Hace oír a los sordos y hablar a los mudos»

Israel, aquel pueblo elegido por Dios, volvió a caer en desgracia y fue sometido por sus enemigos, deportado en tierra extranjera, dispersado entre paganos. Sin patria ni ciudadanía donde le fueran reconocidos sus derechos; obligado a vivir en un ambiente extraño a sus tradiciones y a su fe. Cunde la convicción de que aquel Dios, que un día liberó a sus padres y los eligió, se ha olvidado ya de su pueblo. Muchos pierden la confianza en Él y se cansan de esperar… y se cansan de rezar… y se cansan de creer: se acobardan, pierden la entereza y se rinden al ambiente. Pero no, el Señor no se ha olvidado de su pueblo. Y menos del anhelo de los sencillos que, en espera de salvación, todavía levantan los ojos al cielo. Por boca del profeta, que ha intuido sus planes, les anima advirtiendo: Decid a los cobardes de corazón: “sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios que trae el desquite, viene en persona, resarcirá y os salvará”. Es entonces, cuando les anuncia el signo que lo evidenciará: Los oídos del sordo se abrirán, la lengua del mudo cantará. Porque han brotado aguas en el desierto, torrentes en la estepa; el páramo será un estanque, lo reseco un manantial.

Este oráculo, esta promesa fue cumplida con Jesús, la Palabra misma de Dios en persona, que pasa proclamando el Evangelio. Hoy atraviesa la Decápolis, una región de las antiguamente ocupadas por aquel pueblo invasor: Allí quedaban improntas de sus errores religiosos; allí seguían influjos de su mentalidad pagana; sus habitantes eran mirados con recelo por los que se sentían custodios de la verdadera fe. Jesús va de paso con sus discípulos, casi de incógnito, camino del lago de Galilea. Pero su fama de profeta portentoso ha llegado hasta allí. Aquellas gentes le han reconocido y le presentan un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos. Jesús, entonces, se acuerda del oráculo antiguo que sus padres escucharon anunciando su salvación.

También por ellos ha bajado del cielo para cumplir las promesas de Dios. A favor no de unos pocos, que se sienten justos e inmunes de todo error… aquellos que se creen los únicos con méritos y derecho a la salvación. Y como Jesús viene de arriba, procede de aquel Padre que no ama sólo al hijo cercano, sino al que aún está lejos y ha venido a buscar, no cabe en ningún esquema estrecho, sino que más bien los hace saltar. Por eso, ha sentido el rechazo de los grupos cerrados, mientras aquella gente medio pagana, tan liberal, lo busca y le pide el signo, la señal prometida de antaño. Sí, llegó al fin el día: Dios cumple hoy su palabra en persona, como prometió. Realizaba en el sordomudo aquel nuevo Éxodo anunciado por Dios. Primero, lo apartó, lo sacó del ambiente para llevarlo a otro encuentro y disponerlo así a otra verdad. Luego, en nombre de todos los desgraciados con los que se solidarizó, resumió en un suspiro dirigido al cielo todo el anhelo de los que habían aguardado la salvación. Finalmente, mandó, como un día Moisés al Mar Rojo y Josué luego al Jordán: “Effetá”, “Ábrete”. Y aquél sordo oyó: se le abrieron los oídos, se le soltó la lengua. Y le mandó callar, pero no lo logró. ¿Cómo no hablar? ¿Cómo no decir? Tú verdad, Señor, no la puedo guardar para mí. Una vez que la pude, al fin, escuchar, no la puedo acallar. ¡Si me has soltado la lengua! ¿Cómo no contar? Hay que proclamar lo que es para todos la mejor noticia, la mayor proeza, tu sonora verdad. Por eso, en el colmo del asombro decían: “Todo lo ha hecho bien”.

Es Domingo, y el Señor nos convoca, nos aparta de las tareas que nos arrastran, nos saca por un rato del ambiente mundano y de esa rutina que nos impide escuchar, para mostrarnos de nuevo su salvación: nos tocará el oído con su Palabra y lo despertará otra vez a su Verdad; nos tocará en persona la lengua con su Cuerpo y la desatará para poder decir, para poder contar: Todo lo ha hecho bien, el Señor. Quién sabe si esta semana que comenzamos tú también te encontrarás con alguno que, en medio de un ambiente extraño, en el bullicio de nuestra sociedad tan secular, uno de esos que no pisan la iglesia, ni pertenecen a nada, ni ven más allá, pero pasa a tu lado con algún anhelo, con alguna esperanza, buscando algo más… Y, entonces, si estás a punto como Jesús que también iba de paso pero supo escuchar, lo podrás apartar un momento y tocarle al oído con esa verdad que busca y no encuentra, porque no se la dan. A lo mejor, le sueltas tú también la lengua para poder cantar otro gozo, un entusiasmo nuevo: contar con asombro lo que Dios ha cumplido y ya es realidad.