XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Marcos. 10, 17-27: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?»

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

«Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?»

Hoy escuchamos del Libro de la Sabiduría, ese saber para saber vivir: “Supliqué y se me concedió la prudencia, invoqué y vino a mí un espíritu de sabiduría. La preferí a los cetros y a los tronos, y en su comparación tuve en nada la riqueza...la prefería a la salud y a la belleza, me propuse tenerla por luz, porque su resplandor no tiene ocaso”. Esa sabiduría es Cristo, la Verdad salida del seno del Padre que hoy –dice el Evangelio– sale al camino, a nuestro camino terreno, para enseñarnos en concreto cómo alcanzar la vida. Se dirige a Jerusalén para consumar su etapa terrena y alcanzar para siempre la eterna.

Un joven se le acerca corriendo en busca de sentido, en busca de esa sabiduría para lograr el ideal: “Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?”. El Señor le da un primer criterio para ser honrado: “Sólo Dios es bueno, ya sabes sus mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre”. Pero el joven le replica: “Todo eso, Maestro, lo he cumplido desde pequeño”. Sí, aquel joven ya era bueno y honesto, pero tiene toda la vida por delante, la edad de las mejores aspiraciones. No se conforma con ser justo con los demás, quiere más: busca el ideal. Por eso Jesús le mira con cariño, con satisfacción. Y ahora, pone a prueba su generosidad, que es la medida del corazón. Quiere comprobar hasta qué punto está dispuesto y es capaz del ideal. No quiere que se quede en una buena intención más o menos noble, pero superficial.

Y es que, como se nos dice hoy en la lectura de los Hebreos “la Palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo, penetrante hasta el fondo, para juzgar los deseos e intenciones del corazón”. Y Jesús, entonces, que es la misma Palabra de Dios hecha carne y vida concreta, lo quiere llevar a otro nivel, a otra exigencia, al gran ideal: implicarlo en su propio destino, el destino de aquel que con toda generosidad “se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo”, para alcanzar el dominio y la libertad del que reina con Dios para siempre. Por eso le invita al seguimiento radical: “Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo– y luego sígueme.”

Ante aquella exigencia, “frunció el ceño y se marchó con pesar”. Se fue contrariado, porque no quería renunciar... Y se quedó con sus bienes, esclavo de las cosas que sólo podían satisfacer sus apetencias inmediatas, pero que nunca le podían dar la libertad y el gozo que le prometía el Señor. Así renunció al tesoro verdadero y se quedó con lo que vale menos: no acogió aquella sabiduría que valía mucho más.

El Señor “mirando alrededor –como apreciando el ambiente en que aquel joven se movía, como tantos otros– dijo a sus discípulos: ¡Qué difícil le va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios!”, es decir, entrar en la gran experiencia del amor de Dios, tan grande, tan gratuita, tan incondicional que sólo un corazón generoso es capaz de probar.

Ante tal exigencia los discípulos se escandalizan y, como reprochándole a Jesús su tacto pastoral para hacerse con los jóvenes, se espantan y comentan: le ha pedido demasiado y se le escapó. En este plan: ¿quién puede salvarse?, ¿quién se va a enrolar también con nosotros? Y Jesús mirándolos les afirma con convicción: “es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo”. Y es que cuando se experimenta su amor en estrecho seguimiento e identificación ya no importa lo dejado atrás. Por eso, ante los discípulos que preguntan: “y a nosotros que dejamos todo, ¿qué se nos dará?”, Jesús, que va a su destino, y en él los quiere implicar, les anuncia su futuro y el de ellos también, ese que es fruto de su entrega generosa: “Os aseguro que quien deja casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el evangelio, recibirá ahora en este tiempo cien veces más...con persecuciones, y en la edad futura vida eterna”. Pidamos hoy, hermanos, con el salmista esta sabiduría que es experiencia del amor de Dios: “Sácianos de tu misericordia y toda nuestra vida será alegría y júbilo”.