XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Marcos. 10, 35-45: «El que quiera ser primero sea esclavo de todos»

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

«El que quiera ser primero sea esclavo de todos»

De uno de aquellos cánticos con los que Isaías anunció la misión del Siervo de Dios, escuchamos hoy: “El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento. Cuando entregue su vida como expiación verá su descendencia, prolongará sus años; lo que el Señor quiere prosperará por sus manos. A causa de los trabajos de su alma, verá y se hartará, con lo aprendido mi Siervo justificará a muchos cargando con los crímenes de ellos.”

Fiel a su vocación, Jesús se encamina decidido a consumar este destino del Siervo, este sacrificio de sí mismo como don para los otros, anunciado por el profeta. Hoy son dos jóvenes discípulos, Santiago y Juan, quienes se le acercan. No van ya como aquel joven que el domingo pasado también se le acercó, pero no fue capaz de renunciar. Ellos lo han dejado todo y quieren asegurarse los primeros puestos como recompensa, no en este mundo, sino en su Reino: “Concédenos sentarnos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda”.

Jesús, entonces, los enfrenta con la medida de su propia generosidad, quiere hacerles entender hasta dónde están dispuestos a compartir con él su propio destino: “No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?”. Y no rechazan el cáliz ni la pasión. Por lo menos manifiestan con sinceridad estar dispuestos a beberlo, aunque luego, a la hora de la verdad, el temor los traicione y debilite.

Y con esta ocasión, Jesús hoy nos promete el futuro a los que queramos seguirle hasta el final. Nos dice cómo llegar con él a compartir su destino. Hay que elegir entre estar con los primeros del mundo para ser después los últimos o estar como siervos a la altura de los humildes para reinar con Cristo definitivamente. Por eso les dice: “Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. Vosotros nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”.

Y es que la causa de Jesús, que es el Siervo de Dios, exige no servirse, sino servir; no reservarse la vida, sino perderla como él; cargar con los crímenes de todos soportando y abrazando las consecuencias del pecado, que sufren más los oprimidos, los aplastados. Para convertirse así en expiación, sirviendo con esfuerzo a los que están debajo.

Y es que, como nos dice hoy Hebreos se trata de “mantener la confesión de la fe imitando a aquel que ha atravesado el cielo, Jesús, el Hijo de Dios, y ha llegado al sumo pontificado porque es experto en sufrimientos y puede compadecerse de toda debilidad”. Es así como ha alcanzado la plena compenetración con Dios, que es misericordioso por esencia.

Pidamos hoy con el salmista: “Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros como lo esperamos de ti”. El nos anima hoy a esta alabanza: “Aclamad, justos, al Señor, que la Palabra del Señor es sincera y todas sus acciones son leales, el ama la justicia y el derecho y su misericordia llena la tierra”.

Ojalá y este domingo nos conceda el Señor experimentar ese amor, que es el secreto para llegar a los primeros puestos ante él, aunque suponga el último puesto ante los grandes de este mundo. Porque, como nos sigue asegurando el salmista, “los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre”.