XXX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Marcos. 10, 46-52: «Maestro, que pueda ver»

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

«Maestro, que pueda ver»

Por boca de Jeremías el Señor anunciaba la sanación, el regocijo de la salvación: “Gritad de alegría por Jacob... Alabad y decid: El Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel.. .En él hay ciegos y cojos...Una gran multitud retorna. Se marcharon llorando, los guiaré entre consuelos; los llevaré a torrentes de agua por un camino llano en que no tropezarán”.

Ese camino es Jesús que se dirige a su destino para quitar todo obstáculo en el encuentro con Dios, con su verdad y su salvación. Hoy pasa por Jericó camino de Jerusalén, donde consumará su obra. Lo acompaña un tropel con diferente intención. Unos con el interés de cogerlo en algún tropiezo para poder acusarlo. Representan a aquellos de entonces y de todos los tiempos que siguen atentos a Jesús y su Iglesia para ver de qué acusar su doctrina o su comportamiento, para alejarle adeptos. Otros con la ilusión de poder alcanzar los primeros puestos, una buena posición en aquella nueva situación que, suponen, provocará su éxito. Expresan la aspiración de algunos discípulos de entonces -y de ahora también-, por ocupar puestos de prestigio en la obra de Jesús. Otros van solamente buscando el milagro para solucionar sus problemas personales. Y por fin otros, esa masa que se mueve arrastrada por la popularidad, por esa rutina que tiene mucha gente de ir a donde va la gente. Pero sin que aquello influya en sus convicciones ni en sus posturas ante la vida. Sólo Jesús tiene claro a dónde va. Por eso se quedará sólo al final mientras todos quedan defraudados o desconcertados.

Un personaje aparece hoy en el relato evangélico. No va por ese camino, está al margen, junto a él, no pertenece al tropel. Está ciego y es mendigo. No puede ver ni valerse por sí mismo, se limita a pedir a la vera del camino por donde los demás pasan. Aquel día siente pasar más gente que de costumbre y pregunta el por qué “Al oír que pasaba Jesús Nazareno empezó a gritar: Hijo de David, ten compasión de mí. Muchos le regañaban para que se callara.” Jesús iba a otra cosa más importante y no se podía detener. Pero a él no le importaba lo que la gente pensara. El no puede ir a Jesús. ¿Cómo hacerse notar?, ¿cómo lograr alcanzarlo? Por fortuna no le faltaba la voz, la única que tienen los pobres para hacerse notar. Y por eso, dice el evangelio, que él gritaba más, a pleno pulmón, con todas sus fuerzas: “Hijo de David, ten compasión de mí”.

Jesús lo escuchó. Y frente a toda pretensión de sus acompañantes, que querían reducirlo al silencio, él se detuvo y lo mandó llamar. Aquel pobre ciego no lo había llamado simplemente reclamando su atención. Lo había invocado como “Hijo de David”, ese Mesías prometido por Dios que daría luz a los ciegos y libraría a los pobres de toda opresión. Y así se siente llamado a cumplir su misión. Por eso, sin abandonar su camino, que llevaba a Jerusalén para realizar la última voluntad de Dios, pide a sus seguidores que le traigan al ciego. Les insinuaba así cuál tendría que ser la misión de los que le habían de seguir como luz.

El diálogo entre Jesús y el ciego es breve pero fascinante. El Señor le pregunta: “¿Qué quieres que haga por ti? El ciego le contestó: Maestro, que pueda ver. Y Jesús se limitó a decir: Anda, tu fe te ha curado”.

Aquel hombre ya podía ver y andar por su cuenta, pero ¿dónde ir? Y demostró cómo había sanado Jesús su propio mirar. ¡Me voy con Jesús! Y se puso a seguirlo por el camino, aquel que llevaba a Jerusalén. Aquel que todo discípulo ha de recorrer si quiere estar unido a Jesús. Sólo que para lograrlo es necesario mirarlo con fe. La oración del ciego es hoy nuestra oración: pedir la luz de la fe para entender ese camino, esa intención, ese sentido de la vida que nos hace cristianos.

Como nos dice hoy la Carta a los Hebreos, “El puede comprender a los ignorantes y extraviados, ya que él mismo está envuelto en debilidades. Por eso, escuchó a aquel ciego, que estaba al margen del camino, y ha llegado así al sumo sacerdocio para conducirnos a la luz y a la vida de Dios”.