II Domingo de Adviento, Ciclo A
Lucas 3,1-6: «Preparad el camino del Señor»

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

«Preparad el camino del Señor»

Por boca del profeta Baruc, Dios invitaba a su pueblo a envolverse en el manto de su justicia, porque quería mostrar en él su esplendor a todos los pueblos. Y, por eso, lo disponía a recibir su liberación con esta arenga: Ponte en pie Jerusalén, sube a la altura, y contempla a tus hijos, reunidos a la voz del Espíritu, gozosos porque Dios se acuerda de ti. Sí, es Dios mismo quien los traerá con gloria como llevados en carroza real. El mismo ha mandado abajarse a todos los montes elevados, a todas las colinas encumbradas, ha mandado que se llenen los barrancos hasta allanar el suelo, para que Israel camine con seguridad guiado por la gloria de Dios.

Cuando era ya inminente la entrada en escena del que venía a “reunir a los hijos de Dios dispersos por el pecado”, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto y recorría toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión. La liberación, tantas veces anunciada, iba a cumplirse y ésta era la señal: Una voz grita en el desierto, preparad el camino del Señor, allanad sus senderos, elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios. Era la invitación de siempre para decidirse a entrar por ese camino, en el que podemos encontrarnos con el Señor que viene a salvarnos.

Comentando este pasaje, un antiguo Padre de la Iglesia decía: “Sí, somos nosotros mismos los que hacemos ásperos los senderos del Señor, con nuestros deseos perversos como guijarros cortantes; Sí, nosotros somos los que abandonamos absurdamente la calzada real, construida con piedras proféticas y apostólicas y allanada con las pisadas de los santos y del mismo Señor, para seguir caminos torcidos, llenos de zarzas; para andar con los ojos ciegos por el encantamiento de los placeres de aquí abajo. Y ya lo dijo el Señor por el profeta: Mi pueblo me ha olvidado y queman incienso a la vanidad para caminar por veredas, por una vía no trazada (Jer 18,15).” (Juan Casiano).

Este cambio de ruta es, ante todo, un don. Nos lo acaba de decir el profeta: es Dios mismo el que nos reúne a la voz de su Espíritu para llevarnos por su camino. Por eso, por boca de S. Pablo, se nos pide hoy: Que vuestra comunidad de amor siga creciendo más y más en penetración y sensibilidad para apreciar los valores. Así llegaréis al día de Cristo limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia, por medio de Cristo Jesús, a gloria y alabanza de Dios. Sí, se trata de salir de la superficialidad, penetrando en los verdaderos valores; salir de lo aparente, apreciando lo que vale de verdad; salir de esa inconsciencia a que nos arrastran los afanes por lo inmediato, sin tener en cuenta lo que valdrá de veras ante el Señor. Esos valores que podemos descubrir y hacer crecer en la comunidad del amor cristiano, como dice el Apóstol. Por eso, hoy pedimos con la Iglesia: Señor todopoderoso, rico en misericordia, cuando salimos animosos al encuentro de tu Hijo, no permitas que lo impidan los afanes de este mundo; guíanos hasta él con sabiduría divina para que podamos participar plenamente del esplendor de su gloria.

Y es que, sólo así podremos experimentar con el salmista que el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres. Sólo así podremos vivir nuestra vocación de ser esa Iglesia, a la que Dios ha puesto como esplendor de su gloria en medio de las naciones. Sólo así llegaremos al día de Cristo, limpios y cargados de frutos para gloria y alabanza de Dios. Hagamos hoy muy nuestra la petición de la Iglesia después de comulgar: Danos, Señor, sabiduría para sopesar los bienes de la tierra amando intensamente los del cielo.