III Domingo de Adviento, Ciclo A
Lucas. 3,10-18: «¿Qué tenemos que hacer?»

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

«¿Qué tenemos que hacer?»

La tónica dominante de este domingo es la alegría porque viene el Señor. El profeta Sofonías nos la quiere provocar así: Grita de júbilo, Israel, alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén. El Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado a tus enemigos. El Señor será el rey de Israel, en medio de ti, y ya no temerás... El Señor tu Dios, en medio de ti es un guerrero que salva. Sí el Señor mismo viene como rey que se pone a la cabeza de su pueblo. Y, por eso, no debe temer a ningún enemigo, ni interno, ni externo. Y es que el Señor viene porque nos ama. Nos lo sigue diciendo el profeta: Él se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta.

Es Juan el Bautista el que nos anuncia ya la gran noticia y nos llama a la decisión para que el Señor nos encuentre bien dispuestos: Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo... Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego: tiene en la mano la horca para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga. Sí, Juan anuncia al que derramará el Espíritu del amor de Dios en nuestros corazones, pero también al que trae el fuego para quemar lo que no vale.

Por eso el pueblo, conmovido por sus palabras, quiere saber qué ha de hacer para eximirse del castigo que merecen los pecados; cómo conjurar el peligro de ser eliminado como parva estéril; cómo disponerse, en concreto, al que viene con la fuerza del Espíritu de Dios. Y la respuesta de Juan a todos es contundente: El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo. Se trata de amar en la forma que Dios quiere, es decir, teniendo en cuenta a los demás. Y matar así el egoísmo, que es la primera enfermedad del corazón humano. Sólo así podremos experimentar la alegría de aquél que ha sido enviado por la misericordia de Dios.

También unos publicanos, esos negociantes que se aprovechaban de los impuestos, le preguntan a Juan: Maestro, y nosotros qué hemos de hacer. Y el Bautista les responde: “no exijáis más de lo establecido”. Se trata de no alimentar esa otra enfermedad radical en el hombre, que es la avaricia. Y unos soldados también le consultan: Y qué hacemos nosotros. El les contestó: no hagáis extorsión a nadie, ni os aprovechéis con denuncias, sino contentaos con la paga. Es decir, no abusar de la fuerza, ni aprovecharse del puesto o la situación para quedarse con lo de los demás. Se trata de conformarse con lo necesario y desterrar la codicia de querer más.

Esa enfermedad tan de moda: la depresión. Ese estado desencadenado en el interior del que pierde la ilusión; esa sensación de fracaso de que nada merece la pena, porque no se cumplieron nuestros cálculos. Muchas veces, es el resultado de las ambiciones sin lograr; es la paga de avaricias truncadas; es el vacío provocado al final por nuestros propios egoísmos. Bacilos éstos que corren como valores de moda que nos pueden contagiar. ¡Tantas veces son las armas que tienen los más fuertes para debilitarnos; que tienen los más poderosos para seguir ingresando ganancias; que tiene los más “listos” para manipularnos y dominar! Y, por eso, el Señor nos quiere inmunizar de raíz el corazón para llenarlo de otra alegría que no se puede perder. Nos la indica hoy San Pablo: Estad siempre alegres en el Señor.

Sí, el que sabe alegrarse por la salvación definitiva alcanzada en Cristo Jesús y su amor, tiene tranquilo el corazón. Y la paz de la amistad con el Señor es como un centinela que custodiará nuestro corazón de toda otra ambición engañosa que termine en el vacío; de todo otro temor que nos hunda en la tristeza; de toda otra desilusión que nos sepulte en la depresión. Hermanos, el Mesías está muy cerca, ¡alegrémonos en el Señor!