II Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Juan 1, 29-34: "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad"

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

"Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad"

El tema de la llamada, de la vocación, unifica las lecturas sagradas de este segundo domingo del tiempo ordinario. Es Dios quien habla para revelar su proyecto de salvación, para manifestar su voluntad. El Vaticano II, y lo repite la Tertio millenio adveniente, recuerda que Cristo "en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación... y la vocación última del hombre es realmente una sola, es decir, la vocación divina" (GS 22; TMA 52). Es la llamada a ser santos, a convertirnos en apóstoles, a seguir al Cordero.

El evangelista San Juan insiste mucho sobre la necesidad de ver y contemplar a Jesús. Su evangelio es un cúmulo de testimonios sobre su visión del Maestro. Hoy nos transmite el testimonio de Juan Bautista: "Yo lo he visto". El cristiano no es sólo alguien que sigue a una figura evanescente en la historia pasada, sino el que ha visto y oído a Jesús, ha experimentado la fuerza y el calor de sus acciones y ha sido, como dice San Pablo "conquistado por Jesucristo". Por eso el Apóstol nos recuerda hoy en la segunda lectura "que hemos sido consagrados por Jesucristo, llamados al pueblo santo junto con todos los demás que en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo Señor nuestro". Esta llamada a la santidad se realiza sobre todo en la oración. Como modelo de esta contemplación de Jesús se nos presenta también a Juan Bautista.

Algunos de los apóstoles, que habían sido discípulos del Bautista, le piden expresamente a Jesús: "Señor enséñanos a orar, como también Juan enseñaba a sus discípulos". Los apóstoles tienen ya el ejemplo de Jesús que alargaba su oración, para hacer la voluntad del Padre. Pero necesitan que esta oración de Jesús sea adaptada a sus vidas, a la nueva situación del grupo en el que se han introducido. Siempre es necesario adaptar la oración a nuestras circunstancias concretas, ya que la santidad se desarrolla en todas las situaciones de la vida. Nuestra vocación cristiana exige la oración, la visión de Dios, la contemplación de su proyecto de santidad. Sólo en la oración puede existir la docilidad interior, con una espera paciente y perseverante de todo lo que Dios quiere realizar en cada uno de nosotros.

La visión de Dios no nace en una oración egoísta, sino que se realiza sólo en el que desea la salvación de los hermanos y se empeña en el apostolado según su vocación. Hoy Pablo nos dice que él ha sido "llamado a ser apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios". Jesús nos revela el papel que nos toca desempeñar a cada uno de nosotros, nos comunica su luz y su fuerza, dándonos aquél Espíritu que él mismo ha recibido. Sólo en el Espíritu se puede realizar la misión de la Iglesia en el mundo, en una experiencia de amor que iniciando desde Dios, nos implica a todos los bautizados. Es una misión que se puede vivir en el matrimonio y en el celibato, pero que siempre posee como fermento una experiencia de amor en el Espíritu Santo. Este amor, se puede convertir en servicio. El tema del "siervo de Dios" se nos presenta en la primera lectura de este día como profecía y, en el evangelio, encuentra la primera realización en Jesús, siervo de la voluntad del Padre.

Nosotros cristianos estamos al servicio de este mundo, de la gente que encontramos cada día, con sus esperanzas, sus dudas y sus miserias. Pero nuestro primer servicio consiste en ser testigos de Cristo. Si Cristo no es él que ha transformado y dado la vuelta a nuestra existencia, nuestro servicio será inútil, vanos nuestros esfuerzos, nuestras reflexiones y nuestros programas pastorales. Pero Dios, por el contrario, quiere convertirnos en "luz de las naciones, para que llevemos su salvación hasta los confines de la tierra". El cristiano que está con Jesús sabe iluminar y reconocer todas las manifestaciones del Espíritu de Jesús.

La vocación cristiana es siempre una vocación para la misión, para llevar la salvación "hasta los confines de la tierra". Llevar la salvación significa aceptar la potencia del Señor, que con la colaboración humana quiere realizar gestos de misericordia. Significa seguir la llamada a seguir al Cordero, aceptar el compromiso de salvar a los otros, de llevar la Palabra de salvación que tenga la fuerza del Espíritu Santo. En esto tenemos que convertirnos si queremos seguir a Jesús y obedecer plenamente su mandato. Es tan simple y a la vez tan comprometido.