V Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Mateo 5, 13-16: "Vosotros sois la sal y la luz del mundo"

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

"Vosotros sois la sal y la luz del mundo"

El pasado domingo meditábamos sobre las Bienaventuranzas que Mateo ha colocado al comienzo del Sermón de la Montaña como una sinfonía se pone al comienzo de una obra lírica. Las Bienaventuranzas contienen ya los grandes temas que el Sermón desarrollará ampliamente. Tenemos tiempo hasta la Cuaresma para continuar nuestro camino acompañados de la música del Sermón de la Montaña, música divina confiada a la ejecución de los hombres.

Jesús nos describe hoy la identidad cristiana con dos imágenes que nos hacen reflexionar profundamente. La primera es esta: "Vosotros sois la sal de la tierra, pero si la sal se vuelve sosa... sólo sirve para tirarla fuera y que la pise la gente" La sal era más valiosa que el oro en la antigüedad. Jesús no ha podido encontrar un término más elocuente para indicar la misión del cristiano en el mundo. La sal es tan débil que fácilmente se disuelve y desaparece en el alimento; pero a la vez es tan fuerte que convierte en incorruptible la carne que la recibe. En contacto con una herida, la cura, pero hace sufrir porque su fuerza quema. Pero si la sal pierde sus características se convierte en algo despreciable, sólo sirve para tirarla por el suelo y ser pisoteada por la gente. Lo mismo se puede decir del cristiano; si renuncia a las características derivadas de su bautismo, en el que se ha convertido en una nueva criatura y se ha enriquecido con el sabor de Cristo, pierde todo su valor. No es ni siquiera necesario que sea echado por tierra, ya se ha tirado él mismo en el fango.

La imagen de la luz no es menos hermosa que la de la sal; constituye su complemento y le añade un aspecto una nota de humor. Nos dice Jesús: "Vosotros sois la luz del mundo. No se enciende una vela para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa". La candela se pone en el candelero para servir, y su servicio consiste en alumbrar a los de casa. Se trata de una gran casa como la Iglesia, que se extiende por toda la tierra. La luz que expande la candela proviene del dueño de la casa que ha puesto el aceite y la ha encendido.

Las consecuencias operativas de las dos imágenes están contenidas en la conclusión pronunciada por Jesús: "Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro padre que está en el cielo". Las obras con las que el cristiano da gloria a Dios son las encaminadas a impedir la corrupción de las costumbres públicas y privadas y a dar sabor de sabiduría divina a las conquistas de la ciencia y del trabajo humano. Esta es la función de la sal. Las demás obras con las que el cristiano da gloria a Dios, se derivan de su función de ser luz. El cristiano tiene el deber de testimoniar la verdad del Evangelio en medio de una humanidad que camina en la oscuridad, por haber creado una moral sin Dios y se ha fiado de una ciencia que no es capaz de ver nada más allá de lo que se mide, se pesa y se toca. Ciertamente, no es fácil iluminar a los ciegos que se creen videntes; pero si la luz de los cristianos es vivida y consistente, incluso los ciegos la verán.

También resuenan hoy las palabras de Isaías y San Pablo, que nos ayudan a vivir el Evangelio. Isaías hace esta promesa al cristiano, luz del mundo: "Romperá tu luz como la aurora... si partes tu pan con el hambriento y sacias el estómago del indigente". Las obras corporales de misericordia son un modo excelente de dar gloria a Dios cuando -como en este tiempo- innumerables hermanos nuestros mueren de hambre. San Pablo se inspira en la imagen de la sal cuando recuerda a los Corintios la obra realizada con ellos. A semejanza de la sal él se ha consumido por el bien de todos: se ha olvidado de sí mismo, ha puesto toda su confianza en Jesús crucificado. Puede llegar a decir: "Me presenté a vosotros débil y temeroso; mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios". Así un santo del AT (Isaías) y uno del NT (Pablo) nos muestran con las palabras y las obras qué significa ser sal de la tierra y luz del mundo.