III Domingo de Cuaresma, Ciclo A
Juan 4, 5-42: "Señor: danos el agua viva"

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

"Señor: danos el agua viva"

San Agustín, al comentar el pasaje evangélico de este domingo, afirmaba: "Iam incipiunt mysteria". "Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al pozo". "Ya empiezan los misterios. No se fatiga sin razón Jesús" (Tract. in Io., XV,6). Estad atentos cuantos no seáis insensibles al amor.

Dijo Jesús a la Samaritana: "Dame de beber". Porque Jesús tenía sed en aquella ocasión. No, no adelantemos los acontecimientos. Ya se que hay otra sed más importante. Y que Jesús la tiene. Mas, ésta de ahora es una sed material y fisiológica. Había caminado durante largo rato. Era alrededor del mediodía y debían ser los comienzos del verano. Llegó al Pozo de Jacob polvoriento y sudoroso. Es claro que estaba sediento. También en otra ocasión manifestó Jesús su sed, una sed ardiente producida por los sufrimientos y la fiebre. Nos lo cuenta Juan al narrarnos su Pasión. Me dirás: En todo esto no hay misterio alguno; todo es bien natural y corriente. ¿Dónde están los misterios?... Espera un momento.

San Juan ha escrito en su Carta: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero, y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados" (I Jn 4,10). Y San Pablo nos dice hoy: "La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nuestros pecados"(Rom 5,8). Ahora lo puedes entender... ¿Por qué tenía que padecer sed? ¿Por qué Jesús había de cansarse? ¿Qué necesidad tenía de meterse por los caminos del mundo? ¿Qué provecho se le seguía de vivir entre nosotros, experimentar nuestras fatigas, pasar hambre y sed, cansancio? ¿Qué buscaba el Señor con todo eso...? ¿Lo entiendes ya? ¿Ves por qué te decía que todo eso es un misterio de amor?

Ahora, ya es necesario recordar que, a más de esa sed material, hay otra sed mucho más ardiente en Jesucristo. Atendamos a las lecturas de este día. El pueblo de Israel, en el desierto, rebelde contra Moisés y cansado, protesta porque está sediento; llega incluso a tentar a Dios. El Señor condescendió. A pesar de todo, respondió a la demanda de su pueblo. Hizo brotar de la roca un torrente de agua para que todos bebieran. El pueblo pide, y Dios responde.

En el caso de la Samaritana es todo lo contrario; Jesús pide y ella se niega a darle en virtud de razones incluso religiosas. He aquí el contraste: el pueblo pide, pides tú, pido yo; y Dios nos da. Pide Jesús; te niegas tú, me niego yo. Otra vez nos encontramos con el misterio. Es aquí donde hay que situar la razón profunda por la que Jesús se cansa, tiene sed y se fatiga entre nosotros. Precisamente cuando éramos pecadores, cuando nada esperaba de nosotros, ni había en nosotros cosa amable, es cuando se entrega con el deseo ardiente de hacernos bien. Este es precisamente el amor. Es ésta y no otra la sed misteriosa de Jesucristo.

La Samaritana nos recuerda nuestra situación personal. Andaba un tanto olvidada de Dios, pero seguía hambrienta de amor y de placer... ¡Pobre mujer! Hambrienta de amor, hastiada de placer, desengañada en su propia experiencia de lo que el mundo da de sí. Le dice Jesús: "Si conocieras el don de Dios...". Lo peor de todo es la ignorancia. El no conocer el camino verdadero, la única salida del problema. Empeñarse en creer que el amor puramente humano puede saciar la sed del corazón. El camino es otro. El único camino es el amor de Dios. Aquel amor con el que Él mismo nos ama y pone, con su Espíritu, en nuestro corazón. El amor de caridad, que es dar y darse por entero, sin esperar nada a cambio, como Cristo se dio.

Abramos nuestro corazón. Si se lo pedimos, el Señor nos llenará de ese agua viva que se transformará en nuestro interior en una fuente que salta hasta la vida eterna, enseñándonos a vivir en el mismo amor de Cristo, que nos mueve s entregarnos por entero a los hermanos y testimoniando de palabra y obra la verdad que creemos y da sentido y esperanza a nuestra existencia cristiana.