V Domingo de Cuaresma, Ciclo A
Juan 11, 1-45: "Yo soy la resurrección y la vida"

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

"Yo soy la resurrección y la vida"

Nos acercamos a la celebración solemne del Misterio Pascual de la muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Es el mismo Señor quien nos viene preparando, durante toda la Cuaresma, para esta celebración anual en la que culmina la vida de la Iglesia. Ésta debe ser para todos nosotros la gran ocasión para una profunda renovación de nuestra vida espiritual.

En los domingos anteriores, la lectura evangélica nos ha puesto ante los ojos el misterio de la vida cristiana, usando las imágenes del agua y la luz. Hoy, nos habla abiertamente de la vida: "Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre".

De la vida nos habla, también en este día, el profeta Ezequiel dirigiéndose a sus compatriotas cautivos con él en Babilonia. Cuando todo era destrucción, ruinas, desolación y muerte, Dios envía su mensajero a los cautivos para asegurarles: "Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de ellos, pueblo mío; y os traeré a la tierra de Israel... Os infundiré mi espíritu y viviréis; os colocaré en vuestra tierra, y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago". Tanto este anuncio profético como su cumplimiento, cincuenta años más tarde, en la liberación de los cautivos y su vuelta a la patria, en virtud del famoso Edicto de Ciro, venían a ser, en definitiva, preparación y figura anticipada de la salvación de Dios para todos los hombres. Ese Dios, Padre misericordioso, que no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva.

El misterio de la muerte y de la vida. Desde los comienzos del mundo se mantiene esta lucha entre la vida y la muerte. Cristo venció a la muerte, pero, al principio no fue así: En Adán venció la muerte, así como en todos nosotros, sus hijos, esclavos del pecado. También Jesús vivió amenazado de muerte por sus enemigos. Hoy le contemplamos volviendo de su retiro, en la región desértica del Jordán, donde Juan había bautizado. Viene decidido, pese a las advertencias de sus discípulos, consciente del peligro que corre su vida. Ha recibido un recado de Marta y María, las hermanas de Lázaro: "Señor, tu amigo está enfermo". Jesús, siempre tan humana, tan cercano, tan sensible a cualquier necesidad o desgracia. Amigo como nadie de sus amigos. También ellos le querían, y Jesús gustaba hospedarse en su casa, en Betania, aldea distante de Jerusalén el camino de un sábado. No ha entrado aún el Señor en la población, cuando se produce el encuentro. Primero con Marta; luego con María y la multitud de amigos y curiosos.

En el relato de Juan, redactado con admirable finura, se van sucediendo las palabras; la gran revelación por parte de Jesús: "Yo soy la resurrección y la vida". Las de la fe, en boca de Marta: "Sí, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo". Las palabras y el llanto de María, de sus allegados, del mismo Jesús. También los comentarios: "Los judíos comentaban: Cómo lo quería". La acción culmina ante el sepulcro. Jesús ora a su Padre. Luego llama al muerto con su potente voz: "Lázaro, sal fuera". Y así, la vida anuncia ya su victoria definitiva sobre la muerte, para librar a los hombres de su tiranía.

El Discípulo Amado completa con esta página el relato de "los signos" que hizo Jesús. Aquí la fe y el amor y la esperanza tienen apoyo y sustento, materia grata a la contemplación, soplo para avivar su llama. Y, además, tenemos que tener en cuanta las palabras que hoy nos dice el Apóstol: "El que no tiene el espíritu de Cristo, ése no es de Cristo. Si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justicia. Y, si el Espíritu de aquél que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Él vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo espíritu que habita en vosotros".

No temamos a nada, ni a nadie; porque, como nos dice hoy el Salmo responsorial, "del Señor viene la misericordia, la redención copiosa. Y él redimirá a Israel de todos sus pecados".