Domingo de Ramos, Ciclo A
Mateo 26, 14-27, 66: "Cristo se humilló"

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

"Cristo se humilló"

Iniciamos hoy la celebración solemne del Misterio Pascual de la muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Es nuestra Pascua cristiana. Debemos consagrarnos con especial interés a la contemplación y a la oración. Si tomamos en serio la vida, el problema de la identidad cristiana, las exigencias de la fe, nuestra condición de miembros de la Iglesia, nuestro compromiso con el mundo en que vivimos, como discípulos de Jesucristo, ésta es la ocasión propicia para considerar la situación real de nuestro espíritu, el estado de nuestras relaciones personales con Dios y con los hombres.

Hoy comenzamos aclamando a Jesucristo, Rey y Señor, vencedor de la muerte y del infierno. Con la Procesión de los Ramos nos incorporamos sensiblemente al homenaje que le tributaron sus discípulos y los niños, en su entrada en Jerusalén cabalgando en un pollino, para dar cumplimiento a las profecías mesiánicas. Este homenaje es justo, ya que, redimidos en virtud de su sacrificio, conscientes de la libertad de hijos de Dios que él nos ha ganado con su muerte, manifestamos así nuestro agradecimiento.

Después haremos la lectura de la Pasión según San Mateo, que contribuye a hacer más vivo el recuerdo. Es una presentación narrativa del kerigma cristiano, tal como es proclamado en la Iglesia desde los comienzos: "Padeció en tiempos de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado. Resucitó al tercer día de entre los muertos y subió al cielo". Es el tema fundamental de la predicación apostólica; el mismo que la Iglesia debe anunciar a los hombres de todos los tiempos.

Este anuncio es un mensaje prometedor; tiene poder salvífico. Apunta a la raíz de todos los desórdenes, para curar nuestros pecados y nuestras miserias, y liberar al hombre de su propia esclavitud. Es, por eso mismo, una invitación insistente a la imitación de Jesucristo; para que sus discípulos adoptemos siempre su actitud y obremos en consecuencia.

Con una sola palabra expresa hoy Pablo esta actitud del Señor: "se humilló". Se abatió a sí mismo, aceptó generosamente el dolor, la persecución, las calumnias, la mentira, la injusticia. Abrazó con anchura de corazón los azotes, las espinas, las injurias, la cruz. Sus mismos discípulos, sus íntimos, lo dejaron solo en la hora difícil; lo negaron, lo traicionaron, lo vendieron. Y él no se quejó, ni se defendió. No abrió su boca para protestar. "Como cordero inocente que no da un balido, como oveja llevada al matadero,..." Consciente de lo que hacía, prefirió aceptar la muerte en silencio, obedeciendo al Padre y ofreciendo su vida en sacrificio por la humanidad.

Gran lección para nosotros. Tenemos aquí el baremo definitivo para medir nuestra ambición, nuestra soberbia, nuestro egoísmo, nuestro espíritu de justicia, nuestro amor a Dios y a los hombres. Los cristianos, ahora más que nunca, hemos de levantar nuestra mirada a esa estampa del Jesús paciente, Siervo de Dios, Sacerdote y Víctima. Desde los dolores de la humanidad, desde lo complicado de nuestros problemas, desde nuestras aporías y falta de luz, debemos levantarnos hacia él por la imitación y el amor. Es precisamente ésta nuestra contribución fundamental a la causa de la humanidad. Ni la violencia, ni el terrorismo, ni la injusta distribución de la riqueza, ni las manipulaciones políticas, ni las discriminaciones irritantes de personas o de pueblos podrán conjurarse si el corazón de los hombres no se conmueve ante el espectáculo del Cristo sufriente que provoca buenos sentimientos en los corazones nobles de tantas personas interesadas en la paz. Para que el mundo sea bueno, deben serlo primero los hombres, y esto sólo se consigue desterrando la soberbia, destruyendo la ambición, controlando los instintos, encauzando las pasiones y los deseos del corazón. Labor difícil para el hombre, sólo alcanzable si se acepta a Jesucristo "y éste crucificado".

Apresurémonos, pues, a participar en los misterios pascuales, para que, llenos de la gracia santificante, vivamos generosamente, esperando el cumplimiento de las promesas divinas.