Solemnidad del Corpus Christi, Ciclo A
Juan 6, 51-58: "El pan que yo daré es mi carne"

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

"El pan que yo daré es mi carne"

En dos ocasiones celebramos los cristianos el misterio eucarístico a lo largo del Año Litúrgico: en la Misa Vespertina del Jueves Santo, cuando hacemos memoria de la Última Cena del Señor, y en la Fiesta del Corpus Christi, situada como un faro luminoso entre el final del Tiempo Pascual y el inicio del Ordinario. La Misa del Jueves Santo nos inspiraba pensamientos confusos a causa de la cercana cruz del Señor. La del Corpus es, por el contrario, un cántico de victoria que, por la cercanía con el Tiempo Pascual, resplandece con la gloria del Cristo resucitado.

Al final de la Misa del Jueves Santo, la liturgia prevé una procesión en el interior del templo, para acompañar a la Eucaristía a un altar lateral y presentarla a la silenciosa y contemplativa adoración de los fieles. También, después de la del Corpus, se prevé una procesión, pero, esta vez, se la hace salir de la Iglesia, se la lleva por las calles y plazas para adorar con himnos y cantos el sacramento que manifiesta el culmen del amor de Dios por los hombres. Sin olvidar que la Eucaristía es el sacrificio de la cruz presente sobre el altar y hecha actual para los hombres de todas las generaciones, la liturgia de hoy exalta la hermosura infinita del pan eucarístico y alaba con toda la potencia de la mente y del corazón a Cristo, Dios y hombre verdadero, que se ha quedado para siempre cercano a los hombres.

La primera lectura del Libro del Deuteronomio, nos invita a meditar sobre el alimento milagroso con el que Dios nutre a su pueblo en la peregrinación hacia la tierra prometida: "te alimentó en el desierto con un maná que no conocían tus padres"; este "maná" será una lejana figura, como una sombra, de la Eucaristía, "nuevo alimento" que supera al antiguo, poniendo luz entre las sombras. La Eucaristía es luz, es el sol de la Iglesia y del mundo; es el verdadero alimento bajado del cielo para sostener al pueblo de Dios en el viaje hacia la patria eterna. Es, también, el sacrificio de la nueva alianza con el que el Hijo se ofrece al Padre y le reconcilia con la humanidad. Es el verdadero Cordero Pascual que, sacrificado, libera de la esclavitud, y, comido, sostiene el camino hacia la libertad.

La segunda lectura de esta Solemnidad es brevísima: sólo son dos preguntas que San Pablo formula a los cristianos de Corinto. Dicen los lingüistas que son "preguntas retóricas", es decir, afirmaciones que no dejan lugar a dudas y que son expresadas en forma interrogativa. Pablo recuerda de este modo a los Corintios, y a nosotros, también, que bebiendo el cáliz eucarístico se bebe la sangre del Señor y, comiendo el "pan partido", es decir, ofrecido en sacrificio, se come el cuerpo de Cristo. Dudar de ello es lo mismo que renegar de la fe.

Por fin, el Evangelio nos propone hoy un pasaje del Discurso de Jesús en la Sinagoga de Cafarnaúm, donde afirma: "Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que come de este pan vivirá siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo". El consiguiente escándalo de los judíos es evidente. Lo cierto es que ante la Eucaristía las discusiones son peligrosas, sólo sirve la fe. Es bien cierto que nosotros no somos capaces de comprender este misterio, pero con la Palabra de Jesús, que es el Dios que ha venido a salvarnos, podemos creer. Santo Tomás habla así al cristiano que se cuestiona ante la Eucaristía: "Lo que no entiendes, lo que no ves, te lo confirma la fe, que va más allá de la experiencia material". Sí, desde la fe podemos penetrar este misterio divino. Dice el Maestro Angélico que "la presencia de Cristo en la hostia consagrada se extiende hasta donde se extendía la sustancia del pan; y como ésta era entera en cada parte del mismo, así la presencia de Cristo es plena en el fragmento de la hostia.

Hermanos, el Señor nos manda: "haced esto en memoria mía"; nosotros, por nuestra parte celebramos la Eucaristía con fe y devoción. Ante la Hostia sólo nos brota una humilde y confiada plegaria: "Buen pastor, pan verdadero. Oh Jesús, ten piedad de nosotros".