X Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Mateo 9, 9-13: "Dios, rico en misericordia"

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

"Dios, rico en misericordia"

Jesús nos llama a su seguimiento, no por los méritos adquiridos, sino por su infinita misericordia. En Jesús, Dios ha manifestado su "filantropía" (Tit 3, 4); las obras y las palabras, especialmente la muerte de Jesús en la cruz, hacen visible el amor misericordioso de Dios. La Iglesia profesa esta misericordia divina, la realiza y la proclama; "es ésta su razón de ser: revelar a Dios, a ese Padre que se deja ver en Cristo" (Dives in misericordia, 15).

"No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos" (Mt 9, 12). Esta afirmación no puede ser tomada en sentido puramente espiritual. En todo caso, vemos a Jesús circundado, asediado por todas partes. Ninguna enfermedad le hace echarse para atrás, no hay inoportunidad que le canse; la fatiga no cuenta cuando se trata de los enfermos. Frente a la necesidad de ayuda urgente, Jesús interrumpirá a los discípulos (como ocurre para la curación del paralítico de Cafarnaún o del ciego de Jericó). No permanece insensible ante cualquier llamada trasladándose hasta el lecho del enfermo, y, si es necesario, hará un largo camino (como para la hija de Jairo o para Lázaro). Incluso realiza milagros a distancia (como para el siervo del Centurión). Hasta transformará las leyes que aparentemente se había fijado (como para la hija de la Cananea). Él, que era tan delicado en la observación de las tradiciones, por encima de las cuales se encontraba, irá claramente contra las leyes en vigor, curando a un enfermo el sábado.

Cuando se trata de enfermos, Jesús no se fija en la condición de las personas: rico o pobre, niño o anciano, puro o impuro; todos los enfermos parecen tener derechos sobre él. Se hace siervo suyo hasta el punto de olvidarse de comer y beber. Y todo esto no lo hace para maravillar al mundo, sino solamente por compasión. Cuando dice: "siento compasión por esta gente", se refiere sobre todo al malestar físico antes que a la miseria moral. Es más, Mateo pone en evidencia que Jesús quiere identificarse con los enfermos. Lo que separará a los buenos de los malos en el juicio final, según el Señor, será el modo como los hombres hayan ejercitado las obras de misericordia, y, en primer lugar, el modo con que las han ejercido visitando a los enfermos. Por eso, a la pregunta hecha a Jesús: "¿Cuándo te vimos enfermo, y vinimos a visitarte?", su repuesta será clara y tajante: "Cada vez que lo habéis hecho con uno de estos, mis pequeños hermanos, lo habéis hecho conmigo".

La salud no lo es todo. La que resuelve todo mal es sólo la salvación. Pero mientras que la salvación humana es limitada, la salvación cristiana es total, para todo el hombre y para todos los hombres. La salvación de Jesucristo va más allá de la humana, superando sus previsiones ya que es inimaginable. El enfermo en peligro de muerte debe su salvación a la competencia de un médico. Pero Jesús es un médico que va más allá: "No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores" (Mt 9, 13). La salvación que Cristo nos ha traído libera al hombre del mal absoluto que supone la privación de Dios y le libera no sólo provisionalmente, devolviéndole su equilibrio humano, sino que lo libera en profundidad en el tiempo y para la eternidad, dándole en el Espíritu Santo "la comunión con el Padre y con su Hijo" (1 Jn 1, 3).

Para acercarse a esta salvación es necesario estar abiertos al Espíritu Santo, del que proviene aquel amor que expresa la misericordia y hace posible la remisión de los pecados. Sólo los pecados contra el Espíritu constituyen un rechazo de la misericordia y de la salvación. Contra el Espíritu son la desesperación, la presunción, la obstinación en el error, la impenitencia y el odio contra Dios. Se impone, por el contrario, abrir el corazón a una inmensa esperanza en la bondad de Dios para con todos los hijos pródigos que vuelven entre sus brazos de Padre. Hoy, la invitación del Profeta Oseas es apremiante: "Esforcémonos por conocer al Señor: su amanecer es como la aurora y su sentencia como la luz. Bajará a nosotros como lluvia temprana, como lluvia tardía que empapa la tierra" (Os 6, 3). Jesús tiene en su corazón más potencia para perdonar, que la humanidad entera para pecar. Por eso no juzga las cosas y las personas como nosotros. De un pecador saca un apóstol. No juzguemos por las apariencias. Un justo que persevera o un pródigo que vuelve a la casa del Padre da gran gloria a Dios. Cualquiera que sea el mal aparente, es Dios quien, al final, tiene la última palabra.