XIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Mateo 11, 25-30: "Soy manso y humilde de corazón"

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

"Soy manso y humilde de corazón"

El Evangelio de Marcos se estructura sobre cinco discursos del Señor; entre uno y otro, el Evangelista coloca una "sección narrativa" destinada a introducir el discurso sucesivo. Durante los últimos domingos hemos venido meditando el "discurso misionero"; hoy reflexionamos sobre una página particularmente estimulante de la sección narrativa que marca el paso hacia el "discurso de las parábolas", en el que se nos revelará el misterio del Reino de los Cielos. Así los domingos sucesivos llamarán nuestra atención sobre las parábolas para hacernos comprender que la Iglesia es el Reino de los Cielos, aunque todavía en un fase imperfecta.

En la breve oración que el evangelio de este domingo toma de los labios de Jesús, se contienen las revelaciones más grandes de su corazón divino y humano. En muchas ocasiones nos muestran los evangelios a Jesús en oración; esta vez se nos ha concedido, incluso, oír las expresiones que salen de sus labios: "Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla". En esta oración de bendición se condensa todo el misterio encerrado en la humanidad de Cristo.

El dar gracias, que el Señor dirige al Padre, tiene dos significados en la Biblia: uno descendente, que indica cómo el Señor bendice repartiendo sus gracias entre sus elegidos; y otro ascendente, que indica cómo el hombre eleva a Dios alabanza y acción de gracias por los dones recibidos. Pero, ¿cuáles son los dones por los que Jesús agradece ahora a su Padre? Es la repulsa, el rechazo, el odio recibido de los que se decían el pueblo elegido por Dios. Ciertamente aquel rechazo le causó un gran dolor; pero si el Padre lo ha querido así, Jesús lo acepta con alegría: "Sí, Padre, así te ha parecido mejor".

Las enseñanzas, los milagros, los delicados gestos de amor que Jesús había ofrecido a su pueblo habían encontrado en "los sabios y entendidos", es decir, en los soberbios, el rechazo y el desprecio; pero habían encontrado, también, en los pequeños, es decir, en los humildes, una acogida amorosa y fiel. El Padre quiere que los soberbios no comprendan y que los humildes vean al invisible: si el Padre así lo dispone, así, incluso en el sufrimiento, le agrada al Hijo. No, no se puede escuchar la oración de Jesús sin sentir horror por la soberbia, y amor por la humildad; ni se puede olvidar que la oración del cristiano siempre debe "dar gracias" al Padre y Señor de cielo y tierra, incluso cuando el corazón está inmerso en la pena.

El perfecto conocimiento del Hijo pertenece sólo al Padre y el perfecto conocimiento del Padre pertenece sólo al Hijo. Padre e Hijo son un solo Dios, y conocer a Dios perfectamente no es posible para el hombre. No obstante, el Padre ha querido "revelarse", es decir, hacerse conocer en la medida de lo posible por la criatura humana; esta revelación se realiza por medio del Hijo, el cual ha manifestado al Padre con sus obras, con sus palabras, con su presencia humana y divina en medio de los hombres.

Cuando el profeta Zacarías exclama en la 1ª lectura: "Alégrate, hija de Sión; canta, hija de Jerusalén; mira a tu rey que viene a ti...cabalgando en un asno, en un pollino de borrica", rápido nuestra mente corre a la entrada de Jesús en Jerusalén: entre los aplausos de los niños (los pequeños) y la rabia de los gobernantes del pueblo (los sabios e inteligentes). Podemos pensar, también, que en aquel momento Jesús repetiría: "Te doy gracias Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los pequeños".

En la 2ª lectura, cuando San Pablo dice a los Romanos: Vosotros no estáis sujetos a la carne, sino al espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. Y más adelante: El que no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo, es natural que nuestra memoria descubra la invitación que hoy nos hace Jesús en el evangelio: "Cargad con mi yugo y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera".