XXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Mateo 18, 21-35: "El Señor es compasivo y misericordioso"

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

"El Señor es compasivo y misericordioso"

En la vida eclesial es claramente necesario el recurso a la corrección fraterna, pero lo es aún más recurrir al fraterno perdón. De corrección nos hablaba la liturgia del pasado domingo, del perdón la de hoy. Como Dios manifiesta su omnipotencia sobre todo usando del perdón y de la misericordia, así los hijos de Dios demuestran su semejanza con el Padre imitándole en el ejercicio del perdón y de la misericordia. Tema éste fascinante que desarrolla el Maestro en la parábola del siervo sin entrañas de este domingo.

La parábola posee dos introducciones dignas de mención. El preludio inicial nos lo ofrece el Sirácida en la primera lectura, cuando afirma: Del vengativo se vengará el Señor... ¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? No tiene compasión de sus semejantes ¿y pide perdón de sus pecados? San Pedro, por su parte, introduce las enseñanzas de Jesús sobre el perdón de las ofensas, preguntando: "Señor, ¿cuántas veces he de perdonar a mi hermano? ¿Hasta siete veces?" Y, Jesús le responde: "No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete", es decir, siempre. Después, para hacer más claro su mandamiento, el Señor nos narra la parábola del siervo sin entrañas, en la que un rey quiso ajustar las cuentas con sus empleados y le presentaron uno que debía 10.000 talentos, una cifra astronómica. Esta claro que este rey no es otro que Dios Padre y el siervo deudor el hombre pecador, siendo su pecado una deuda incalculable. Santo Tomás de Aquino explicaba que la gravedad del pecado no se mide por la poquedad del pecador, sino por la infinita grandeza de Dios que es el ofendido, por lo que el pecado asume una gravedad casi infinita. Pero Dios que se complace más en usar de la misericordia que de la justicia, después de amenazar con meter en la cárcel al deudor, se conmueve por sus ruegos y elimina la deuda. Actúa como el rey de la parábola.

Así como la figura del rey destaca por su bondad, la del siervo beneficiado abunda en crueldad. Al que se le había condonada una deuda enorme, no es capaz de perdonar una miseria a un compañero comportándose de un modo inesperado: en vez de compartir la alegría del perdón con su colega le constriñe con violencia a efectiva la mísera deuda. Los que contemplan la escena refieren al rey lo ocurrido, y así se indica el escándalo que se provoca en la comunidad eclesial cuando alguno de sus miembros no tiene piedad hacia el hermano y no está dispuesto a perdonar las pequeñas ofensas recibidas, incluso habiendo recibido él mismo el perdón de las grandes ofensas de parte de Dios.

El que no quiso aprender la lección de la misericordia, mereció experimentar el rigor de la justicia. El rey le hace llamar y le dice: "¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdone porque me lo pediste, ¿no debías tener tú compasión de tu compañero como yo tuve compasión de ti?" Y el Señor indignado lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Como si el Señor tuviese miedo de que la parábola no quedase clara, añadió: "Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo si cada cual no perdona de corazón a su hermano". Fijémonos que no es suficiente con perdonar, debemos perdonar de corazón, sin resentimiento alguno, sin deseo de revancha. Observemos, igualmente, que la parábola es el comentario más elocuente a la petición del Padre Nuestro con la que rogamos al Padre que perdone nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Si no perdonas de corazón no podremos esperar que el Señor nos perdone.

La segunda lectura nos presenta una breve exhortación tomada de la Carta a los Romanos donde Pablo afirma: Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor. En la vida y en la muerte somos del Señor. Para ser auténticamente del Señor, debemos perdonar todo, debemos perdonar siempre. Sabemos bien cómo el Señor perdonaba con gusto a los pecadores que se acercaban a él para pedir perdón. Si queremos seguirle debemos imitarle en el cumplimiento de la ley del perdón fraterno siendo, así, como el Padre que, como dice el hoy el Salmista: Es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia.