XXVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Mateo 21, 33-43. "Arrendará la viña a otros viñadores"

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

"Arrendará la viña a otros viñadores"

Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento expresan con símbolos humildes la relación de Dios con su pueblo. Uno de ellos, quizás el más elocuente, es el de la viña. En la Eucaristía de este domingo será Isaías quien lo introducirá para que, después, sea Jesús quien lo desarrolle en el evangelio. Ambas lecturas nos harán descubrir, así, la potencia del amor de Dios hacia su pueblo, al que responde con una desmesurada ingratitud.

Isaías nos describe a Dios como el viñador que cuidó de su viña con el amor de un padre hacia su hija, o del esposo hacia su esposa. Es conmovedora la pregunta del Señor a la viña: "¿Qué más se le puede hacer ya a mi viña que no se lo haya hecho yo?" Después vendrá la condena por infructuosa: "Haré de ella un erial que ni se pode ni se escarde, crecerá la zarza y el espino".

En el evangelio, Jesús, al proclamar la parábola de los viñadores homicidas, trata el tema de la viña de un modo más teológico en la sustancia y con un final mucho más trágico en la conclusión. No había duda que los viñadores eran los jefes del pueblo y, los criados, los profetas que a lo largo de la historia de la salvación han puesto en evidencia ante el pueblo la inobservancia de los deberes hacia Dios. Al final será el hijo del dueño quien se convertirá en la víctima de los viñadores homicidas. Desde este momento la parábola eleva su tono transformándose en revelación de la divinidad de Cristo, profecía de su muerte, promesa de su resurrección. Este hijo es de naturaleza diversa de los profetas: es el Hijo de Dios, siendo Dios como el Padre, ¿quién podrá quitarle la herencia? Pero los viñadores se han vuelto ciegos haciendo realidad sus planes de muerte. Es interesante el lugar de la ejecución: fuera de la viña; hermosa referencia al Calvario, situado fuera de las murallas de Jerusalén.

Al terminar el relato el Señor lanza la gran pregunta a su auditorio: "Cuando venga, pues, el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos viñadores?" Ellos responden a una sola voz: "A esos miserables les dará una muerte miserable y arrendará la viña a otros viñadores". Con esta respuesta los jefes del pueblo han pronunciado la condena más dura contra sí mismos; han pedido la destrucción de Jerusalén. Probablemente habían querido ver en los viñadores a sus odiados romanos, de modo que al quitarles la viña el pueblo judío se convertiría en el dueño del mundo. Pero Jesús les despierta bruscamente de su sueño al afirmar: "Se os quitará el Reino de Dios para dárselo a un pueblo que rinda sus frutos".

Sería un gran signo de sordera y ceguera pensar que la parábola no tenga nada que decirnos a los cristianos de finales del siglo XX. Si pensamos así olvidamos la advertencia de la Carta a los Romanos cuando dice que todo lo que se ha escrito antes de nosotros, se ha escrito para nuestra instrucción, para que mantengamos viva nuestra esperanza. Y tener viva la esperanza no es estar seguros de nosotros mismos, sin que nos invada la duda de pensar si nosotros no seremos, también, malos viñadores.

Es cierto que se nos ha confiado la viña del Señor, pero no lo es tanto que seamos tan trabajadores y estemos dispuestos a dar lo que el Señor espera de nosotros. Estamos en la Iglesia -mejor, somos la Iglesia- pero habrá que ver si nuestras obras son santas o selváticas. Si los frutos que producimos no son para Dios. El Señor quitó el Reino a los judíos para dárnoslo a los gentiles; pero ahora corremos el peligro de que nos sea quitado a nosotros y dado a otros pueblos que lo sepan hacer fructificar.

La segunda lectura de este día nos trae un rayo de luz. San Pablo escribe a sus amados Filipenses y les dice: No os inquietéis por cosa alguna; antes bien, en toda ocasión, presentad a Dios vuestras peticiones, mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción de gracias. Y la paz de Dios, que supera todo conocimiento, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. A fin de cuentas -parece decirnos el Apóstol- no es difícil ser buenos viñadores. Basta con centrar nuestros esfuerzos y pensamientos sobre lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio.