XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Mateo 22, 1-14: "No llevaba traje de fiesta"

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

"No llevaba traje de fiesta"

La liturgia nos presenta en este domingo el tema del "banquete mesiánico", haciéndolo de una manera bastante conocida: Isaías lo propone y la parábola evangélica lo retoma, dilata y enriquece. Afirma el Profeta que prepara el Señor de los Ejércitos para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera. Este banquete abundante se realizó con la venida del Hijo de Dios sobre la tierra y fue para todos los pueblos como había profetizado Isaías, y no sólo a los judíos, como querían los hijos de Israel.

Escuchemos ahora la parábola evangélica. Nos dice Jesús: "El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo". He aquí la primera novedad: el Señor de los Ejércitos se ha convertido en un rey; el banquete se ha transformado en un comida de bodas y, el esposo, es el Hijo del rey. Es curioso que no se nos hable de la "esposa", parece como que no existiera. Pero ya sabemos que no se habla de bodas entre hombre y mujer, sino entre Dios y su pueblo, entre Dios y la Iglesia, que Cristo con su sangre hace esposa.

Los primeros invitados a las bodas mesiánicas fueron los judíos, que recibieron la llamada por medio de los profetas y de Juan Bautista. Pero ellos, que gozaban de la amistad del rey, rechazaron en masa la invitación, más aún, echaron mano a los criados del rey y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envío sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Se anuncia, así, la suerte que correrá Jerusalén, la ciudad rebelde, destruida por Tito.

Pero la boda está preparada, el esposo presente y, el rey, no quiere aplazar la fiesta. Por ello manda a sus criados a buscar invitados a los cruces de caminos. De este modo se llena la sala del banquete con invitados buenos y malos. No, no se puede participar al banquete mesiánico sin llevar el vestido de fiesta; no se puede pertenecer a la Iglesia-esposa sin pertenecer al Cristo-esposo, sin estar "revestido de Cristo", como afirma San Pablo.

Con la parábola, San Mateo quiere que comprendamos que se puede estar en la Iglesia y ser culpables, como los judíos, que rechazaron la invitación del rey. Ellos poseen la culpa de no haber querido ir a la boda, nosotros, por nuestra parte, podemos tener la culpa de acudir con una actitud irreverente hacia Dios que nos ha invitado, es decir, sin el vestido de bodas.

Nuestra pertenencia a la Iglesia es signo y promesa de salvación siempre que sepamos traducir exteriormente nuestra pertenencia interior a Cristo; de otro modo es sólo hipocresía. En otras palabras, el vestido de bodas del que nos habla San Mateo significa la misma realidad espiritual en la que pensaba San Pablo cuando escribía a los Romanos: Revestíos del Señor Jesucristo, y no sigáis la carne ni sus deseos.

La Eucaristía es el Banquete con el que Cristo celebra sus bodas con la Iglesia y con cada uno de los cristianos; en este contexto, la vestidura nupcial significa la pureza con la que es necesario acercarse a la mesa que ofrece al hombre el Pan de la vida.

Después de haber hablado tanto de boda y de invitados, nos gustaría conocer a una persona que haya participado perfectamente al banquete nupcial. La liturgia quiere satisfacer nuestra curiosidad presentándonos a San Pablo como invitado modelo. Es un invitado que está en la cárcel y desde allí asegura a sus queridos Filipenses, que también la cárcel es para él una sala de bodas. La cárcel le une más íntimamente a Cristo y a la Iglesia, sin olvidar que Cristo celebró sus bodas con la Iglesia desde la cruz. Le falta de todo en la cárcel, pero esto no entristece al Apóstol, que soporta todo con Cristo y encuentra todo en Cristo. Afirma: Todo lo puedo en aquel que me conforta. Jesús, el esposo, le está cercano, y esto le llena de gozo. Además, la caridad de los Filipenses, aunque modesta, ha llenado de alegría su corazón y espera que Dios Padre colmará a sus benefactores con magnificencia, conforme a su riqueza en Cristo Jesús.

Esta es la prueba más clara de que cuando se vive en Cristo y para Cristo, la vida se convierte en una