I Domingo de Adviento, Ciclo B
Marcos 13, 33-37: "Velad"

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

"Velad"

El Señor nos concede un nuevo plazo para el ejercicio de la vida cristiana. Hoy da comienzo el año en la liturgia de la Iglesia. Se abre para todos una etapa nueva en el camino. En este primer domingo de Adviento, la asamblea eclesial se detiene unos momentos dispuesta a reanudar la marcha con redoblada ilusión; dirige su mirada hacia el futuro. A ejemplo de S. Pablo, es consciente de no haber alcanzado aún su propósito, pero se lanza tras lo que tiene delante, mirando hacia la meta, hacia el galardón de la vocación soberana en Cristo Jesús (Fil 3, 12-14). Mientras peregrinamos por este mundo caduco, lejos de nuestra patria definitiva, nuestra vida se mide por el tiempo, que aún siendo un don gratuito de Dios es uno de los más claros exponentes de nuestra limitación. Sólo nos libera la esperanza cristiana, porque en esperanza hemos sido salvados (Rom 8, 24).

Situados, pues, en este horizonte de la esperanza cristiana, la Madre Iglesia echa mano del tiempo como elemento fundamental de su vida litúrgica. De la mano del mismo Jesucristo, nuestro Hermano Mayor, recorremos una vez más toda la historia de la salvación, de la que Él es el comienzo, la cumbre y la meta final. Al iniciar esta marcha, en esta nueva etapa de la vida de la Iglesia y de nuestra persona, escuchamos este saludo de S. Pablo, que nos dice: La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre y del Señor Jesucristo sean con vosotros. ¿Qué se nos podía decir más oportunamente en el punto de salida? No sólo eso. Con amor de Madre e indiscutible sabiduría pedagógica, la Esposa del Señor nos advierte a continuación: Dios nos llamó a participar en la vida de su Hijo, Jesucristo Señor Nuestro. ¡Y Él es fiel! Sí, hemos sido llamados a la vocación de vida con Jesucristo, de modo que la vida del cristiano, en lo más esencial y auténtica, es la vida misma de Cristo. Es una vida divino-humana: la misma vida de Dios, vivida humanamente en Cristo Jesús.

¡Él es fiel! La respuesta a esta llamada no puede, no debe ser otra que la apertura del corazón, para una entrega sin condiciones. Esta es la fe. Pero nosotros somos débiles. Desde nuestra falta de fe, necesitamos andar en permanente conversión, en lucha constante contra nosotros mismos. No obstante, Dios mantiene vivas sus promesas. Su misericordia para con los pecadores es eterna. Junto a Jesucristo no hay miedo, su gracia, su presencia, su ayuda personal, su amor están siempre a punto. No abandona jamás a los suyos.

Pero la fidelidad de Dios, si es que queremos mantenernos en comunión de vida con Jesucristo y alcanzar la salvación, ha de ser correspondida con fidelidad por parte nuestra. A eso va dirigido el aviso del Señor, repetido una y otra vez en domingos anteriores, y actualizado hoy, con motivo del Adviento: ¡Velad! El mejor comentario a esta palabra de Jesús lo encontramos en el relato de Getsemaní, cuando advierte a los discípulos: "Velad y orad, para que no entréis en tentación". (Mc 14,38) Sí, porque la oración, como expresión viva de la fe, se mueve continuamente entre dos polos de atracción, que hace referencia a una doble realidad: la Palabra de Dios, reveladora de su omnipotencia, de su sabiduría sin límites, de su misericordia infinita para con nosotros, de su inefable serenidad, de su justicia, de su firmeza; y, por otra parte, nuestra propia impotencia.

El tiempo del Adviento revive en la Iglesia el espíritu de los patriarcas y de los profetas, de todos los justos del AT, el de María, la Virgen, sobre todo, en espera del Mesías. Es especialmente propicio a la oración recogida, intensa, esperanzada. Ejemplar la actitud orante del profeta, interprete de la fe de Israel en tiempos calamitosos, reflejada en el texto de Isaías, con el que se inicia la liturgia de la Palabra: Tú, Señor, eres nuestro Padre; tu nombre es siempre "Nuestro redentor". Éramos todos impuros, nuestra justicia era un paño manchado, todos nos marchitábamos como follaje, nuestras culpas nos arrebataban como el viento. Nadie invocaba ni se esforzaba por aferrarse a ti; y sin embargo, Señor, tú eres nuestro Padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero; somos obras de tus manos.

Confesemos, hermanos, nuestra fe cristiana. Oremos luego al Señor para que nos socorra en nuestras necesidades. Digámosle con el Salmista: Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve. El Señor es fiel. ¡Él nos salvará!