III Domingo de Cuaresma, Ciclo A
Juan 4,5-42: La samaritana y el agua de la vida

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

Éxodo 17,3-7: Danos agua de beber
Salmo 94: No endurezcáis vuestro corazón
Rm 5, 1-2.5-8: El amor ha sido derramado en nosotros
Jn 4,5-42: Quien beba de esta agua no tendrá sed jamás

La samaritana y el agua de la vida

En los tres domingos de Cuaresma, hasta el Domingo de Ramos, la liturgia de la Palabra nos lleva, de la mano del evangelio de San Juan, por estos escalones: el agua, la luz y la vida. El agua, en el relato del encuentro de Jesús con la Samaritana: “Dame de beber”. La luz con la curación del ciego de nacimiento, y la vida con la resurrección de Lázaro. Agua, luz y vida es lo que necesita nuestro corazón. Vayamos con el relato de este tercer domingo de Cuaresma.

En un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José, había un manantial, que lleva el nombre de “el pozo de Jacob”. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía, dice San Juan, y llega una mujer de Samaria a sacar agua. Ya tenemos la escena y a partir de ahí el diálogo de Jesús con esta mujer, la de los cinco maridos. Diálogo y palabras para no perderse ni una de ellas, porque San Juan, que es un poco malicioso en el juego de los símbolos, nos quiere hacer pasar de lo que tiene apariencia banal a unas grandes propuestas teológicas y espirituales.

Digo malicioso, no sólo por lo de los cinco maridos, sino por algo más radical y novedoso, como es la frase: –«Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad.» Este es el truco de San Juan, hacernos ver en lo cotidiano una trascendencia insospechada, el alcance místico de las cosas banales y ordinarias: de lo que verdaderamente tiene sed el hombre no es del agua que se puede comprar en un supermercado, sino del agua que salta hasta la vida eterna. Sólo la unión con Dios nos puede saciar. Por eso la invitación de todo este relato que vamos a comentar es a que seamos verdaderos adoradores de Dios: en espíritu y en verdad.

Vayamos con algunos detalles del relato. Jesús, sentado al mediodía en el brocal de un pozo, le dice a una mujer que llega a sacar agua: «Dame de beber.» Los samaritanos no se hablaban con los judíos desde hacía unos ocho siglos, tenían otras tradiciones, considerados idólatras por estos últimos.

La conversación arranca con el tema del agua y la mujer, desde la intuición femenina, enseguida entiende el juego de palabras: dame un poco de tu agua y yo te daré de la mía; dame un vaso de tu cántaro y yo te regalaré una fuente. La mujer acaba cediendo, en ese sutil enfrentamiento entre felicidad pasajera y felicidad duradera, y no tiene más remedio que pedir a Jesús: «Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla.»

Y la respuesta de Jesús: –«Anda, llama a tu marido.» - La mujer le contesta: –«No tengo marido.» Jesús le dice: mira en eso has dicho la verdad. Has tenido cinco, y el de ahora no lo es. El tema de los maridos no es otro que el de la tradición religiosa de los samaritanos, porque la mujer replica: Nuestros padres daban culto a Dios en este monte, mientras que los judíos lo hacéis en Jerusalén. Pero dime cual es la religión verdadera, la de aquí o la de Jerusalén.

Esta pregunta está a la orden del día, incluso ahora, en nuestro siglo XXI. El Papa Benedicto XVI está insistiendo en el tema de la relación entre católicos ortodoxos y protestantes. Si queremos llegar a la unidad entre los cristianos hemos de apoyarnos en lo esencial de la enseñanza de Cristo y de la tradición: Jesús no nombró dos papas, sino a Pedro y sus sucesores; Jesús instituyó la Eucaristía y dio el mandato a los apóstoles: “Haced esto en conmemoración mía”… Sólo con la fidelidad a Cristo se puede hacer la verdadera Iglesia de Cristo. Y esto es lo que pide Benedicto XVI.

No sólo esto, -ahora llegamos al tema de la mística, al tema de la adoración en espíritu y en verdad-, sino que esta Iglesia peregrina ha de caminar junto con todos los hombres a los que Dios quiere. Manifestar el amor a los hombres de hoy, aunque sean ovejas descarriadas, que incluso quieren prescindir de Dios en su vida privada y sobre todo en la pública, manifestar el amor de Dios a los hombres es una tarea “mística”. Es la adoración que Dios quiere, en espíritu y en verdad: íntima unión con El para llevar a los hombres la verdad, algo de ese Dios Padre que ama a todos sus hijos por igual. La respuesta de la samaritana: dame de esa agua, nos hace verdaderos adoradores.