III Domingo de Pascua, Ciclo A
Lucas 24,13-35: Quédate con nosotros. Los discípulos de Emaús

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

Hch 2, 14a.22-28: A éste, entregado, Dios le resucitó
1Pe 1, 17-21: Habéis sido rescatados
Lc 24,13-35: Quédate con nosotros

Los discípulos de Emaús

Los dos discípulos de Emaús vuelven derrotados a su casa por la muerte de Jesús, mejor dicho, porque creían que Jesús iba a restaurar el reino de Israel y todo había acabado en rotundo fracaso. Un profeta poderoso en hechos y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo. Ellos se definen como derrotados: “Nosotros esperábamos… pero ya han pasado tres días”. Es uno de los relatos de la resurrección que encontramos en el evangelio según san Lucas, con una escena única en su género, donde el evangelista narra con sabiduría y en pocas palabras la experiencia de fe en Jesús resucitado.

El relato hace entrar en diálogo esas dos dimensiones de la esperanza, la del resucitado y la de los discípulos, la del más allá y la del más acá. Dialogan sobre las Escrituras “pero algo en sus ojos les impedía reconocerlo”, dice el evangelista. Es lo mismo que impedía a María Magdalena reconocer en el hortelano a Jesús resucitado, le está viendo, le tiene delante, habla con él y no le reconoce.

Cuando nosotros queremos acceder y creer en la resurrección tenemos algo en nuestros ojos que nos impide dar el salto. Tanto los de Emaús como la Magdalena entran en contacto con el resucitado por una acción que viene del más allá, no por el propio esfuerzo en creer. Y eso que viene del más allá consiste en que Dios pronuncie tu nombre, que te llame personalmente: “¡María”” y ella respondió “¡Maestro!”, o que Dios te invite a la fracción del pan, y entonces se te abrirán los ojos y verás al resucitado. Lucas dice que después de la fracción del pan: Estando recostado con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo ofreció. Se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero él desapareció de su vista”. Este es el misterio desvelado sobre la resurrección; cuando Dios te coloca de la parte de allá las escamas de los ojos se derriten y comienzas a ver de verdad. Esta es la acción del resucitado, se nos hace el encontradizo, camina a nuestro lado, con nosotros, pero algo en nuestros ojos nos impede reconocerlo.

Hemos de decir que el cuerpo de Jesús resucitado, la materia resucitada no se manipula al gusto de cada uno, se te da a conocer o no. Jesús iba a su lado y ellos le iban contando lo que un tal Jesús, rico en obras y en milagros nos había dicho que... pero que ya hace tres días que murió… Imposible reconocer al resucitado. Pero ya al atardecer, es decir, cuando las cosas se ponen tiernas, -como al atardecer en el Paraíso terrenal, cuando el Señor Dios bajaba a hablar con Adán y Eva, y mientras el sol declina, el corazón del hombre se hace ternura y puede hablar con Dios-, los de Emaús le dicen, oye, quédate con nosotros, porque el día va de caída y la noche se echa encima. Le invitaron a cenar, -eso es muy importante, hay que invitar a cenar-, y Jesús tomó un pan, lo partió, -fíjense en el gesto, es inconfundible de Jesús-, y los apóstoles desde entonces comenzarán a hablar del partir el pan, la Eucaristía. En toda la Iglesia antigua se llama Eucaristía al partir el pan.

Noten que siempre se trata de una cena de amigos, aunque dudasen y estuvieran desesperanzados, eran amigos, amigos que le invitaron a cenar y cuando Jesús tomó el pan, lo partió y se lo dio, se les abrieron los ojos ¿Y qué pasó entonces? Que Jesús desapareció de su vista. Estaba con ellos y ya no estaba. Una de dos, o está y no le ves, o no está y le ves. Este es el tema de ver a Jesús después de muerto resucitado. Le conocieron partiendo el pan, se les abrieron los ojos, le conocieron, pero Jesús desapareció.

Hay, por tanto, un conocimiento de Jesús que no es suficiente para reconocer en él al que está vivo. Hace falta ese gesto de amor y de paciencia por parte de Jesús. No les reprocha nada, sino que comparte sus interrogantes, sus problemas y los acoge. Las palabras de Jesús hacen arder el corazón de los discípulos, y la fracción del pan les hace entender la realidad de una manera nueva, les abre los ojos, les enseña a vivir de una manera nueva. Ellos volvieron a Jerusalén de donde huían antes, para anunciar a la comunidad de discípulos que Cristo vive.

“Y levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén; encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que decían: -Realmente ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón. Ellos contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan”.