X Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Mt 9,9-13:
No vine a llamar a justos, sino a pecadores.

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

Os 63-6: Quiero misericordia, no sacrificios
Salmo 49: Le haré ver la salvación de Dios.
Rm 4,18-25: Fue confortado en la fe
Mt 9,9-13: No vine a llamar a justos, sino a pecadores.

No vine a llamar a justos, sino a pecadores

Cuado la Palabra de Dios llega a nuestras vidas nos descompone. Unas veces llega como lluvia suavísima que, sin molestar, cala en el corazón y esponjanuestras vidas; pero otras veces es como una cuña que hace saltar por los aires nuestros planes. No he venido a llamar a los justos, a los buenos, a los que cumplen todos los mandamientos sino a los que no los cumplen. Dios se acerca más a los malos que a los piadosos.

Los piadosos en tiempos de Jesús, y en nuestro tiempo también, suelen ser más dudros y exigentes en temas de religión; son intransigentes con la gente de mala vida, les recriminan su falta de ética y de moral. El pasaje del evangelio de este décimo domingo del tiempo ordinario nos cuenta cómo los fariseos, al ver a Jesús, se dirigen a los discípulos para echarle en cara que su maestro come con gente de mala fama. Pero no son los discípulos, sino Jesús mismo quien les planta cara, respondiéndoles con una sentencia llena de ironía: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos».

Jesús se había dejado invitar a la mesa por un ladrón y debía tener una conversación muy entretenida y gozosa con él, porque molesta a los mirones fariseos. El ladrón era Mateo. ¿Qué conversación sería aquella que de un ladrón Jesús saca un discípulo? El malo, el inmoral, se convierte y las personas muy religiosas siguen criticando. Este es el misterio de cómo hace Dios las cosas y cómo las planeamos nosotros.

Jesús parece preferir más a los pecadores y manifestarles la ternura que Dios tiene por ellos que a los piadosos que se creen santos. Y es que el pecador es el lugar donde se puede expresar Dios con más claridad, donde Dios se hace luminoso. El Antiguo Testamento ya lo había anunciado por el profeta Oseas: “Misericordia quiero y no sacrificios”. Y Jesús trae el mismo mensaje, está más del lado de la misericordia que de los actos de piedad y de los sacrificios ofrecidos a Dios, que no estén acompañados de esta actitud de la ternura y del perdón. Está claro que los que se llaman y creen justos -los fariseos- quedan excluidos del reino de Dios por considerarse sanos, mientras que los pecadores -dispuestos como Mateo a cambiar de vida- se encuentran ya reclinados a la mesa.

Jesús no hace acepción de personas. En el evangelio de hoy nos sorprende eligiendo a Mateo, recaudador de impuestos y, por tanto, colaboracionista con el poder romano ocupante, considerado por la gente de bien de la época «pecador o descreído», y excluido de la comunidad de Israel.

Si llama la atención la elección de Mateo por parte de Jesús, sorprende no menos la reacción de Mateo que, al oír a Jesús que lo invitaba a seguirlo, «se levantó y lo siguió». De sentado, esto es, de instalado en su oficio de recaudador, Mateo se coloca de pie y se dispone a seguir a Jesús, comenzando una vida nueva que le depararía, por cierto, grandes sorpresas.

Jesús es un hombre libre porque viene de Dios, y ejerce una libertad verdadera porque está enraizada en el amor. Y al encontrarse con uno que era esclavo del dinero y que sometía y despreciaba a los demás, éste se siete sorprendido ante tanta belleza, ante un horizonte mucho más atractivo que el que disfrutaba como adinerado. Mateo ha entrado en la órbita de la libertad y del amor.

La verdadera libertad pasa por poner en práctica la justicia y la misericordia, y no por refugiarse en el templo para ofrecerle holocaustos de animales, olvidándose del prójimo. Fiarse más de Dios y, tal vez, menos del culto, es la sugerencia que propone la segunda lectura, la carta de San Pablo a los Romanos. Como Abrahán, que se fió de Dios, y lo Dios rehabilitó, también nosotros podemos ser rehabilitados por la fe, por nuestra adhesión indondicional a Jesús, Señor nuestro, quefue “entregado por nuestros delitos y resucitado para nuestra rehabilitación”.