Fiesta. Exaltacion de la Santa Cruz
Jn 3, 13-17: El Hijo del hombre tiene que ser elevado. Tiene que ser elevado el Hijo del hombre

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

 

Núm. 21, 4-9: Moisés levantó la serpiente
Salmo: No olvidéis las acciones del Señor
Fil 2, 6-11: Dios lo levantó sobre todo
Jn 3, 13-17: El Hijo del hombre tiene que ser elevado

Tiene que ser elevado el Hijo del hombre

El domingo 14 de Setiembre la Iglesia celebra la fiesta de la «Exaltación de la Santa Cruz». En América Latina se traslada al día 3 de mayo. Se trata de ese signo que identifica al cristianismo mundialmente, pero a diferencia de los símbolos del Islam o del judaísmo, el símbolo cristiano tiene la huella del amor de Dios que nos amó hasta el extremo. Es presencia-ausencia, muerto y resucitado, de una persona, Cristo, que hizo de su vida don.

Ahora nos resulta fácil exaltar la cruz. La ponemos en nuestros templos y en nuestras casas, la colgamos de nuestro cuello, hacemos su señal repetidas veces. Nos parece algo normal en nuestra vida cristiana. Pero no era así, en tiempos de Cristo. Era un suplicio tan horroroso que los cristianos tardaron siglos en representar a Cristo clavado en ella. Era el suplicio de los peores bandidos, de los asesinos, de los revoltosos, de aquellos a los que no se quería simplemente ajusticiar, si no hacerles sufrir lo indecible antes entre morir y servir así de escarmiento para los demás.

La primera vez que el cristianismo usó la cruz como emblema laencontramos en una iglesia de Roma del siglo IV, la de Santa Pudenciana y Santa Práxedes, hijas del senador romano Pudencio, convertidos al cristianismo en las catequesis de San Pedro. Una cruz de mosaico sin Cristo, rodeada por los doce apóstoles y las dos hijas del Senador. Ellas fueron quienes inspiraron siglos más tarde, con su servicio en la caridad, a San Vicente de Paúl, quien escribió aquella página luminosa a las Hijas de la Caridad: “El fin principal para el que Dios las ha llamado es para servir a nuestro Señor corporal y espiritualmente en la persona de los pobres, unas veces como niño, otras como necesitado, otras como enfermo y otras como prisionero”. Para el Apóstol de la Caridad los pobres pasan a ser "nuestros señores".

La fiesta se instituyó para conmemorar el hallazgo y recuperación de la cruz de Cristo, pero la Iglesia ha querido exaltarla más que como instrumento del suplicio de Cristo, como lugar y símbolo de nuestra redención. “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna”, leemos en el evangelio de hoy.

Ya Platón había escrito en El Banquete que todo el arte de los sacrificios no tiene otro fin que conservar el amor; le está encomendado cuidar del amor entre los hombres y los dioses, y producirlo. Para el cristiano, corrigiendo al filósofo, el sacrificio es la respuesta del hombre a Dios por el amor, respuesta hasta dar la vida, como hizo Cristo. Es el amor la motivación de la cruz, no el sacrificio ritualista de las religiones primitivas. Y así nos recuerda el evangelista que “Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”.

No nos hemos acabado de liberar de ese ritualismo primitivo desde que usamos la cruz como si fuera un objeto mágico: la señal de la cruz para espantar al demonio, alejar maldiciones, o persignarnos ante situaciones de horror. Y conservamos la cruz como signo del dolor, tanto del de Cristo como del dolor de los inocentes. Es verdad que para los cristianos el sufrimiento de Cristo tiene referencia universal, pero en cuanto de camino obligado del servicio, porque amar es servir. Es el amor lo que da sentido a esa dimensión dolorista de la cruz.

Lo que festejamos hoy no es la exaltación del sufrimiento por el sufrimiento, como si tuviera un valor por sí mismo -al Dios cristiano, a Dios no le gusta que sus hijos sufran- sino lo que dice San Pablo en su carta a los Filipenses: Cristo no se aferró a ser igual a Dios, sino que se despojó a sí mismo, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.  Por lo cual Dios le exaltó para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.

He aquí la cruz exaltada: la vida humana como obediencia a Dios, y quien obedece a Dios antes que a los hombres, normalmente es rechazado por los hombres. La cruz de Cristo es símbolo de amor, y aunque su muerte fuera ignominiosa, en ella está su victoria. “Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia Mí”, dijo Cristo.

La cruz es su trono. Y debería ser el nuestro, porque, desde la humillación de Cristo en la cruz, arranca nuestra propia elevación. Se dejó elevar en el tormento para elevarnos a nosotros, para levantarnos de nuestra caída. Con la cruz tira de todos nosotros, para qué subamos juntamente con Él. La señal de la Cruz será siempre nuestra victoria, porque es la Victoria del Crucificado.