XXXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Mt 23,1-12: No hacen lo que dicen. No hacen lo que dicen…

Autor: Radio Vaticano

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)  

 

Mal 1,14b-2,2b.8-10 Os apartasteis del camino
Salmo 130 Guarda mi alma en paz
1Tes 2,b-9.13 La Palabra de Dios permanece operante
Mt 23,1-12 No hacen lo que dicen

No hacen lo que dicen…

En el Evangelio de este domingo 31 del tiempo ordinario es llamativa la advertencia que hace Jesús a la gente sencilla: ¡Cuidado con los maestros, los sabios, los que parecen que hablan la lengua de los ángeles, o que están línea directa con Dios! Cuidado con ellos, no porque ofrezcan una doctrina equivocada, sino porque la doctrina sola no es suficiente. Saber mucho, conocer las leyes, interpretar la voluntad de Dios, por importante que pueda parecer, no lo es tanto como el testimonio de la vida.

Ordinariamente quedamos deslumbrados al oír un buen discurso o un buen sermón… Bien, pues Jesús previene de los grandes discursos, de los discursos que embelesan. Parece como si al mismo tiempo nos estuviera previniendo de lo fantásticos que son los productos que nos ofrece la publicidad, lo aparentes y lo bien que dan en la tele. Las palabras de los pulpitos pueden ser igual de engañosas que los anuncios de la publicidad.

Por eso, un gesto de servicio es mejor que el discurso más perfecto. “El amor se ha de poner mas en las obras que en las palabras”, decía San Ignacio de Loyola. “Haced lo que os digan, pero no imitéis su ejemplo, porque no hacen lo que dicen”. Estas son las palabras clave del Evangelio de hoy. No tienen nada que ver con la publicidad ni con los bellos sermones que nos echan en el día de nuestra patrona. La Palabra de Dios es operativa y cualquiera que la use para tranquilizar conciencias la traiciona.

La lectura del profeta Malaquìas, dirigida a una comunidad humilde y pobre, de la época del post-exilio, tiene la misma intención preventiva con respecto a la perversión del culto y, en concreto, a la calidad de las ofrendas. Atribuye semejante pecado a los sacerdotes de entonces, como verdaderos responsables. Para aquella comunidad, que no tenía otro refugio que el de su relación con el Señor, el culto era la expresión de su identidad. Por eso le duele al profeta la falta de verdad en sus sacerdotes, y arremete contra ellos.

Le duele, por otra parte, que el culto que daban los paganos a sus dioses fuera mejor que el que daban ellos a Yahvé. Por eso anuncia el profeta que llegaran tiempos en que todos los pueblos de la Tierra -de Levante a Poniente- ofrecerán al Señor una ofrenda más agradable y sincera.

El sacerdote ha de ser guía mediante la enseñanza, porque él es mensajero del Señor todopoderoso, pero ha de ser también expresión amorosa y de servicio para su pueblo. El amor de Dios es el contenido de la predicación, y el amor a Dios y a los hombres es lo que nos puede tranquilizar de verdad.

En el Evangelio de San Mateo, Jesús invita a sus discípulos (y por tanto, Mateo a su comunidad), justo antes de la ruptura entre la Iglesia cristiana y la Sinagoga judía, a seguir aceptando la doctrina de los maestros de origen judío. Pero a continuación el evangelista advierte a esa nueva comunidad cristiana de que se acabó la palabrería de los maestros, porque ellos no hacen lo que dicen. Un cristiano tiene que hacer lo que predica.

Esto debe caracterizar a la comunidad cristiana: “Vosotros, en cambio...”, amaos, mostrad benevolencia unos con otros; comprensión, ayuda mutua, servicio, disponibilidad hacia los más necesitados… esta es la identidad del cristiano, esta es la presencia de Dios en nuestro mundo.

En segundo lugar las exigencias fariseos han llegado a tal punto que es casi imposible cumplirlas. Junto a ellas, las exigencias de Jesús tienen un tono más llevadero y veraz: ellos atan cargas pesadas e insoportables, mientras que el yugo de Jesús es suave y su carga ligera.

Y en tercer lugar, aquello de los puestos de honor en la sinagoga y en los banquetes, que han de reservarse para ellos, el saludo y la reverencia por las calles… A los primeros cristianos, atados todavía a sus tradiciones judías, les cuesta abandonar los esquemas conocidos y colocarse en la perspectiva de Jesús. Por eso Mateo insiste en el nuevo orden que inaugura la llegada del reino: sólo hay un Padre (porque uno solo es vuestro guía) y todos los hombres son hermanos. Jesús ha venido a rehacer una familia en la que sólo el Padre tiene un puesto de honor; todos los demás son hermanos, es decir servidores los unos de los otros.

Así, San Pablo, a los cristianos de Tesalónica les dice lo gozoso que está, porque después de haberles anunciado el Evangelio, lo han abrazado, no como palabrería, como palabras huecas de hombre, sino como palabra verdadera, palabra de Dios que al pronunciarla se hace realidad en sus obras. Palabra, les dice, que sigue actuando en vosotros, y actúa como una madre que cuida de sus hijos con amor.