II Domingo de Navidad, Ciclo B
Jn 1, 1-18: Y acampó entre nosotros. El proyecto de Dios en Jesús de Nazaret

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)  

 

Ecclo 24, 1-4: La sabiduría habita en el pueblo elegido
Sal 147: La palabra se hizo carne
Ef 1, 3-6. 15-18: Nos predestinó a ser hijos adoptivos;
Jn 1, 1-18: Y acampó entre nosotros

El proyecto de Dios en Jesús de Nazaret

Podemos decir que este domingo es un eco del día de Navidad, de hecho leemos el mismo evangelio. A diferencia de aquel día, el Dios-con-nosotros, ya no es un Niño recién nacido, sino una persona, que es la Sabiduría o la Palabra. Resulta interesante comparar el texto de la primera lectura, tomado del libro del Eclesiástico, con el prólogo del Evangelio según San Juan: la Sabiduría o la Palabra del Padre, en medio de su pueblo. El que habitaba en Dios empezó a habitar entre los hombres.

En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida y era la luz de los hombres. Después habla el evangelista de Juan como testimonio de la luz, para que todos creyeran por él. Pero a esta Palabra que ilumina a todo hombre, el mundo no la conoció y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios.

Este es el plan y el proyecto del Dios cristiano: habitar, vivir entre nosotros, ser uno de nosotros, igual en todo a nosotros, excepto en una cosa, en el pecado. Dios es un hombre, nacido de mujer, pero que fue fiel a Dios, se fió del todo de Dios, su Padre. Esto es lo que nos diferencia de Jesús. Nosotros queremos construir un mundo según nuestros planes, con nuestras propias luces, las de la razón exclusivamente, y así nos va. Mucha ciencia, mucha tecnología, mucho progreso y… ¡muchas guerras, mucha hambre, mucha injusticia…! Demasiado llanto y demasiada muerte a nuestro alrededor. Y sin embargo nos resistimos a abandonar este camino de muerte.

Esto es lo que dice el evangelista: vino a los suyos, lleno de luz, pleno de vida, para traernos ese plan y proyecto de Dios que es justicia y paz, salud y bienestar del alma… mucho mejor que el bienestar de las comodidades por las que tanto nos peleamos. Vino a los suyos y los suyos no le recibieron. ¿Pero saben por qué no le recibimos? Porque tenía un modo de hacer que no nos va: “Él, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz”. Así define San Pablo a Cristo en su carta a los primeros cristianos de la ciudad griega de Filipo.

Vino a los suyos a traernos el proyecto de Dios, ese proyecto de convivencia y felicidad, pero los suyos… no le recibieron, y seguimos peleándonos para no perder nuestra conquista de bienestar. Los países ricos se aprovechan de los pobres para no perder su status de desarrollo; los políticos se aprovechan de los ciudadanos, en vez de servirles, se sirven de ellos. Es muy duro eso de despojarse de uno mismo para tomar en consideración al otro, al desprotegido, al desempleado, al emigrante, al no nacido…

En este mundo desarrollado y engreído, que quiere vivir como si Dios no existiera, encima se pretende definir el cristianismo como una ideología. Hoy se promueve el aborto y se atenta contra la vida del no nacido, porque, dicen… eso es cosa de curas, es un tema de la religión. ¿El dolor de los hombres y mujeres de nuestro mundo es un tema de religión? ¿Defender al débil y necesitado es ideología?

Gracias a Dios, en Jesús de Nazaret, la doctrina, lo que enseña no es más que un modo de ser y de hacer. Amaos, ayudaos unos a otros. Y es lo que notaban los paganos en la primera época del cristianismo: ¡Mirad cómo se aman! Esta es la ideología del cristiano, ayudar y servir, un modo de ser y de hacer que no tiene contestación alguna. Otra cosa es que los que nos decimos cristianos no nos comportemos como tales; entonces sí, están más que justificadas las críticas a un cristianismo de apariencias, pero no de hijos de Dios y hermanos de los hombres.

Acaba el evangelio de San Juan diciendo que a todos los que recibieron este proyecto de Dios en la persona y en la vida de Jesús, a los que creen en Él, les dio poder de hacerse hijos de Dios. En el monte de las Bienaventuranzas Jesús mismo lo proclamará: son “hijos de Dios” los que trabajan por la paz, los misericordiosos, los limpios de corazón…

Es la Buena Noticia de la Navidad de Jesús y del proyecto que Dios Padre nos revela en Él.