Fiesta. Bautismo del Señor
Marcos 1, 7-11. Tú eres mi Hijo amado. El cielo se rasgó y el Espíritu bajó sobre él

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)  

 

Isaías 42, 1-4. 6-7 Mirad a mi Siervo, a quien prefiero
Sal 28, 1 a y 2. 3ac-4. 3b y 9 b- 10.
Hechos de los apóstoles 10, 34-38. Dios ungió a Jesús
San Marcos 1, 7-11. Tú eres mi Hijo amado

El cielo se rasgó y el Espíritu bajó sobre él

Tal vez la palabra más curiosa del Evangelio de este domingo, en que celebramos el Bautismo del Señor, sea esta que dicen Mateo, Marcos y Lucas “Se abrió el cielo”. El cielo se rasgó. ¿Qué quiere decir el evangelista? “Apenas salió del agua, el cielo se rasgó, se abrió…”. Después de esta palabra, cuasi apocalíptica, San Marcos dice que Jesús vio bajar el Espíritu para confirmarle como Hijo amado, predilecto.

En la Segunda Lectura leemos: “Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo…”. San Juan Bautista es el gran profeta del Nuevo Testamento, pero pertenece todavía al Antiguo. Su misión era preparar a aquellos que estuvieran dispuestos la llegada inmediata del Mesías. Jesús ha ido al Jordán, donde está bautizando Juan, como uno más de los que deseaban con ansia la llegada del Reino de Dios a la tierra. He aquí como Marcos, posiblemente el autor de estas dos lecturas de este domingo, narra la unión, el alzo entre el Antiguo y el Nuevo Testamento.

Este paso del Antiguo al Nuevo Testamento, viene introducido con esa palabra enigmática de el Cielo rasgado, roto, como si se hubiera abierto el cofre misterioso y cerrado desde siglos, propiedad sólo de los dioses, y al cual nos está prohibido el acceso a los humanos. Desde este momento, el Cielo, el lugar donde habitan los dioses primitivos, el lugar reservado al Dios de Moisés, ya no es inaccesible, se ha abierto, y el hombre Jesús, a quien Juan acaba de bautizar, es presentado como el Hijo amado y preferido, por esa voz que viene de lo alto. El Espíritu baja del cielo, en forma de paloma y rompe la secular barrera de todas las religiones de la Tierra. Las relaciones del hombre con Dios, viciadas desde el pecado original, han quedado restablecidas. El hombre, lo humano de Jesús, ha abierto el paso para una relación del hombre con Dios más cercana, a través el Hijo. Dios y el hombre ya no están separados, y la aspiración de Eva y todos los humanos por esa comunicación directa ya se ha realizado, en Jesús. “Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto”.

Termina el tiempo de Navidad, pero continúa la acción del Espíritu Santo. Dejamos atrás los días entrañables del Niño en el Pesebre, del cuidado de María y José, de las ofrendas de los pastores y los Magos de Oriente. Jesús se manifiesta al mundo, y lo hace ahora, una vez rasgado el cielo por el Espíritu de Dios, con su predicación y con su vida. Hay tanto que aprender que, a pesar de transcurridos más de veinte siglos, la novedad de Cristo en nuestra vida debe seguir siendo algo que nos ha de sorprender todos los días. Pero no lo veamos del lado exclusivamente humano, porque en Cristo también se une la divinidad, y eso es lo que nos garantiza sabernos, además de queridos, salvados. Somos hijos en el Hijo, dirá San Pablo; así pues, cada uno de nosotros también goza de esa predilección del Padre.

Isaías, uno de los grandes profetas de Israel, y sus relatos del siervo de Yahvé, donde anticipa la figura del Mesías, son particularmente bellos. Pero el profeta invita a una reflexión más profunda para los que esperan la llegada del Mesías. Dios no va a enviarnos un Mesías con poderes suprahumanos, a nuestro estilo terreno. Los poderes recibidos por el Ungido se entrecruzan con los sufrimientos y padecimientos a los que será sometido como hombre. Esto último no lo aceptará la mayoría, pretendían un nuevo David que, con su fuerza y espíritu guerrero, impusiera la ley y el orden ante todas las naciones.

El Ungido de Isaías, para traer el derecho y la justicia de Dios, y renovar así este mundo: “no gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará y no apagará el pabilo vacilante”. El Antiguo Testamento es una forma espléndida de entender cómo Dios ha ido configurando sus planes sobre los hombres, expresando como nosotros hoy esa aspiración por hacer de esta tierra un cielo o que las leyes cielo funcionen aquí. Jesús ha roto esa barrera que nos separaba de Dios.

El cielo se ha rasgado para que Dios y los hombres podamos relacionarnos como Padre y como hijos.