II Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Juan 1,35-42: Maestro, ¿dónde vives?. Te llamarás Pedro

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)  

 

1 Sam 3,3b-10.19: Aquí estoy porque me has llamado
Salmo 39: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad
1Cor 6,13c-15a. 17-20: El que se une al Señor es uno con él
Jn 1,35-42: Maestro, ¿dónde vives?

Te llamarás Pedro

En el evangelio de este segundo Domingo del tiempo ordinario Jesús va a cambiar el nombre a San Pedro. Jesús se le quedó mirando y le dijo: tú eres Simón, y te llamarás Céfas, Pedro. Cunado un amigo te llama, al pronunciar tu nombre la sonrisa asoma en tus labios. Y si el amigo es capaz de transformar tu tristeza en alegría, ¿qué no te sucederá si el que pronuncia tu nombre es Dios? Algo de eso le debió pasar a Pedro

No es fácil oír a Dios pronunciar nuestro nombre, pero no porque no nos llame, sino porque no le oímos. Demasiados ruidos en nuestro interior. Demasiadas voces. Cantos de sirena que nos tienen atrapados en esas redes invisibles de nuestros caprichos. Y lo peor es que estando atrapados no lo reconocemos. En una palabra, si Dios fuera tu amigo, le oirías y quedarías encantado, y los ruidos dañinos dejarían de hacerte daño; los oirías, pero como quien oye llover, porque la voz amiga es más atractiva, más gozosa.

Veamos cómo dice esto mismo la primera lectura. El joven Samuel duerme en el templo, al cual fue consagrado por su madre Ana. Una noche, siente, escucha una voz que lo llama. Samuel no conoce aún a Yahvé pero educado en la obediencia, en la atenta obediencia, sabe acudir al llamado. Corriendo se fue a donde el sacerdote Elí y le dijo: “¡Aquí estoy!”. Una y otra vez se levanta de su sueño para atender al que perecía le llamaba. Y si Elí insistía en que no le había llamado él, a Samuel no le importaba haberse despertado en vano.

Hasta que el sacerdote Elí, comprendió que era Yahvé quien llamaba al niño y le enseñó a decir: “Habla señor, que tu siervo escucha”. Buen sacerdote, de los que hacen falta hoy como ayer. Un sacerdote cuya misión es poner a los fieles en contacto con Dios. Se me ocurre que si abundaran este tipo de sacerdotes no faltarían vocaciones.

Ayudar a los fieles a escuchar la voz de Dios, para que los fieles disfruten del gozo mayor que puede probar un ser humano en esta tierra: oír cómo el Señor pronuncia tu nombre.

Efectivamente, en el mundo de hoy hay demasiados mensajes, casi todos ellos ruidosos y poco interesantes, de consumo, podríamos decir. Lo que me decían ayer hoy ya no me vale. Pero como seguimos hambrientos de buenas noticias, nuestros oídos siguen escuchando voces inútiles, que nunca nos llenan. Y Dios sigue siendo el gran desconocido en nuestro corazón, el gran silenciado en nuestro interior. No obstante El sigue llamándonos, no se cansa, es un Padre celoso de sus hijos.

Cuando en nuestra intimidad dejemos que suene su voz, seguro que nuestro rostro se iluminará, con una luz transfiguradora. Entonces, ¿saben lo que nos sucederá entonces?, que nos habremos encontrado a nosotros mismos la razón del vivir y de la propia vida, habremos encontrado el amor de nuestra vida.

Esto es lo que en términos demasiado conocidos, y a veces descafeinados, llamamos “vocación”. El joven Samuel, dice la Primera Lectura, que no conocía a Dios -¿cómo no le va a conocer si era amigo del sacerdote Elí y estaba en el templo de Yahvé día y noche?- “hasta que le fue revelada la palabra del Señor”. He aquí el secreto de la “vocación”, quedar seducidos por esa voz tan nuestra que nace en lo más hondo de nosotros mismos”.

Por eso San Pablo nos recuerda en su carta a los Corintios, Segunda Lectura, que el cuerpo es templo. “¿O es que no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo?... El habita en vosotros… No os poseéis en propiedad”. Esto, que debería ser una convicción del bautizado, se nos tiene que recordar como mandato: “Por tanto, glorificad a Dios con vuestro cuerpo”, pero los mandatos no suelan calar, tal vez por esto nuestro cristianismo falla.

Sin embargo, los primeros discípulos de Jesús, fascinados por el Señor, aunque tímidamente al principio, le siguen. “¿Maestro donde vives?”. Eran las cuatro de la tarde, dice San Juan. “¿Maestro donde vives? -Venid y lo veréis, les respondió el Señor”. El primer contacto les ha conmovido; cuando vivan con él y se les revele en lo cotidiano de la vida, cuando le conozcan… no le abandonarán jamás, aunque Simón, Céfas, que significa Pedro, un día cometa el atropello de la negación. Pero no renunciará a Jesús, porque Jesús fue quien le llamó por su verdadero nombre.